Diario de Nantes

Diario de Nantes
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Con la misma amenidad y erudición de sus Cartas norteamericana, Cartas del Mediterráneo Orientaly sus Cartas berlinesas, José Emilio Burucúa narra su larga estadía académica en Nantes, con gran rigor y mucho sentido del humor, ofreciéndole al lector un recorrido cultural, artístico, histórico, musical, cinematográfico, turístico y gastronómico. Apenas llegado a la ciudad francesa, Burucúa abre así su fascinante `Diario de Nantes´: «Esta ciudad es una mezcla interesante de gótico, barroco neoclásico a la francesa y arquitectura muy contemporánea (erigida sobre todo en los barrios destruidos por los bombardeos aliados en 1943-44; aquí cerca, en Saint-Nazaire, los nazis tenían una de las bases más temibles de submarinos en todo el Atlántico). […]A partir del siglo XVII y hasta bien entrado el XIX, no hubo en Nantes institución, ni vínculo social, ni empresa, ni plan o proyecto personal o comunitario, que no estuviese condicionado por la trata de esclavos. El comercio infame, en principio a cargo de los armadores de los astilleros ubicados en las bocas del Loira, volcó sus ganancias inconmensurables en la comodidad y belleza de la arquitectura, en las costumbres galantes de una burguesía que se aprovisionaba de los objetos, las telas, los alimentos más refinados y caros de las Indias Orientales y Occidentales. Mi contacto con la barbarie se está convirtiendo en un hábito, que mantiene los ojos de mi mente abiertos, sin piedad, frente a las lacras del mundo…»

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José Emilio Burucúa. Diario de Nantes

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José Emilio Burucúa

Diario de Nantes

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Al abrirse el período de las preguntas y comentarios, Babacar Fall quiso saber qué impacto había tenido el islam en los ritos estudiados por la profesora Journet-Diallo. Trajo a colación el fenómeno, muy extendido en varias civilizaciones, de que una sola palabra, sin género definido, designe a los niños y a las niñas, del nacimiento al momento de su iniciación o adolescencia. Das Kind, the kids serían buenos ejemplos europeos de la no diferenciación sexual hasta bien avanzada la vida de los seres humanos. Antes del siglo XVI, tal parecería haber sido la norma en todo el mundo cristiano. Mor mencionó un ejemplo notable de un rito de inversión en Senegal, que él mismo recordaba de su niñez: frente a una sequía, al ver que los hombres habían hecho todo lo posible por conjurar sus efectos y la catástrofe se acentuaba, las mujeres de la región se disfrazaron de hombres, se pusieron un simulacro de pene en los cinturones y bailaron largo tiempo para producir la lluvia. Mamadou interrogó a Odile sobre los usos modernos de los rituales de distinción sexual en tiempos de la independencia de los países africanos y en su política actual. Danouta intervino en el acto y describió las manifestaciones de mujeres contra el presidente Blaise Compaoré en Burkina Faso, en octubre de 2014. Jóvenes y viejas, todas casadas, se levantaban las faldas y mostraban sus genitales o su trasero a los retratos del dictador. Compaoré abandonó el poder en menos de 48 horas, después de haberlo ejercido durante veintisiete años. Danouta siguió hablando y muchas ideas se me aclararon. Dijo que, en todos los casos analizados por Odile, los significados podían reducirse a la gran metáfora de la fertilidad. Al mismo tiempo, subrayó que, en nuestras culturas occidentales, la metáfora ha dejado de ser la matriz principal en la definición de los papeles sociales de hombres y mujeres. Por su parte, los Dogon han elaborado una variante del tópos: para ese pueblo de Malí, el mundo no funciona como un reloj, lo hace como una placenta. ¡Auroricaaaaa!

En la cena de los martes, Babacar habló largo y tendido sobre las civilizaciones nómades del Sahara y la hegemonía lingüística del verbo “caminar” entre los que definen las actividades humanas. El “caminar” más alto y laborioso es el que hacen los hombres con los pies cuando siguen y cuidan su ganado. Continúa, en orden de importancia, el “caminar” con las manos, fabricar los tejidos y la cerámica, trabajo de mujeres. El pensamiento es también un “caminar”, muy placentero porque nunca nos deja exhaustos. Samuel Truett hizo muy buenas alusiones al nomadismo de los comanches que, según los trabajos de su amigo norteamericano Pekka Hämäläinen (ex-fellow del IEA), tuvo energía suficiente para establecer y organizar un imperio en el centro-oeste de los Estados Unidos en el siglo XVIII y las primeras décadas del XIX. Se me ocurrió preguntar si acaso, puesto que había habido unos cuantos imperios nómades –el de los escitas, el de los mongoles, el de los turcomanos de Tamerlán y los timúridas, el de los comanches, el de los mapuches–, habían existido también ciudades nómades. Babacar me contestó que, aún hoy, Tombuctú, con sus bibliotecas, escuelas, mezquitas, palacios, era una ciudad imponente, construida y habitada por los nómades, una ciudad que vivía o languidecía al compás de los movimientos de esos pueblos. Tumbuctum, hic imus!! [¡Tombuctú, aquí vamos!]

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