Metamorfosis XI-XV

Metamorfosis XI-XV
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Epopeya mitológica por excelencia, las Metamorfosis es una de las obras magnas de Ovidio. El conjunto de relatos memorables que han servido a lo largo de los siglos como materia de innumerables refacciones por parte de las artes y las ciencias merecía una cuidada edición crítica en la Biblioteca Clásica Gredos. Con este tercer y último volumen, culmina el asombroso catálogo ovidiano de más de doscientas mutaciones, entre las que podemos encontrar pasajes tan célebres como los de Narciso, Eco o Apolo y Dafne, por solo citar algunos de sus más bellos ejemplos. Publicado por primera vez en esta colección, este volumen presenta la traducción inédita hasta hoy de los libros XI-XV de las Metamorfosis de Ovidio realizada por José Carlos Fernández Corte y Josefa Cantó Llorca (Universidad de Salamanca).

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Publio Ovidio. Metamorfosis XI-XV

LIBRO XI

LIBRO XII

LIBRO XIII

LIBRO XIV

LIBRO XV

ÍNDICE DE NOMBRES

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Muerte de Orfeo

Mientras el poeta tracio arrastra en pos de sí los bosques, los corazones de las fieras y las peñas con semejantes canciones, las mujeres de los cícones1, cubiertos sus enloquecidos pechos con pieles de fieras, contemplan desde lo alto de una loma cómo Orfeo armoniza su canto con el son de las cuerdas de la lira. 5 Una de ellas, sacudiendo sus cabellos a la leve brisa, dice: «¡Ahí lo tenéis, ahí lo tenéis, este es el que nos desprecia», y arrojó su lanza contra la boca canora del poeta apolíneo, que, rodeada de hojas en la punta, dejó una marca sin hacer herida; el arma de otra es una piedra, que, una vez lanzada, fue vencida cuando iba por el aire 10 por el concento de la voz y de la lira, y se quedó quieta a los pies de Orfeo como suplicando perdón por su loco atrevimiento. Pero la guerra ciegamente emprendida crece, la moderación se esfuma y la loca Erinis reina. Y todas las armas podrían haber sido ablandadas por el 15 canto, pero un enorme griterío y la flauta berecintia de curvado cuerno, el batir de tambores, las palmas y los alaridos báquicos ahogaron con su estrépito el sonido de la cítara; entonces, por fin, cuando dejó de ser oído, las piedras se enrojecieron con la sangre del poeta. Y al principio las Ménades destrozaron innumerables aves, aún hechizadas por la voz del 20 cantor, y a las serpientes y al tropel de las fieras: la reputación del teatral Orfeo2; después se vuelven contra Orfeo con sus ensangrentadas manos y se juntan todas, como las aves cuando ven una lechuza nocturna perdida a la luz del 25 día, o como los perros en el anfiteatro, cuando el ciervo destinado a morir les sirve de presa en el espectáculo matinal. Atacan al poeta y le arrojan los tirsos cubiertos de hojas, que no habían sido hechos para este cometido. Unas lanzan terrones, otras ramas arrancadas de los árboles, otras piedras. Y para que su furor no se quede falto de armas, en 30 aquel momento estaban arando la tierra unos bueyes con el arado hundido en el surco y no lejos de allí, ganándose el pan con mucho sudor, unos robustos campesinos cavaban los duros campos; al ver llegar el tropel escapan y abandonan las armas de su trabajo, quedando esparcidos por los vacíos campos los 35 sachos, los pesados rastrillos y los largos azadones. Después de saltar como fieras sobre todas estas cosas y descuartizar a los bueyes de cuernos amenazadores, vuelve a ser su objetivo la muerte del poeta. Mientras extendía las manos y, en aquel momento, por primera vez en su vida, pronunciaba palabras ineficaces y no lograba conmover a nada ni a nadie con su voz, las 40 sacrílegas lo matan, y por aquella boca (¡por Júpiter!) que escuchaban las piedras y entendían las mentes de las fieras, el alma, exhalada, se alejó por los aires.

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7 Evidentemente, Baco, que le ha regalado a Midas la capacidad de transformar en oro todo lo que toca. «El autor del regalo» designa por metonimia a su don más famoso, el vino.

8 Nos encontramos con un pasaje de difícil interpretación. El Tmolo es al mismo tiempo un monte y una divinidad con figura humana, como Atlante en Eneida IV 246-253. Como monte, en su cima está cubierto de árboles, que, figuradamente, son los cabellos del dios personificado. Nos basamos en Eneida IV 249, donde la cabellera de Atlante está cubierta de pinos (pinniferum caput) y es batida por el viento y la lluvia.

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