¿Quién gobierna todas las cosas?La situación actual exige a gritos un nuevo examen y una nueva presentación de la omnipotencia, suficiencia y soberanía de Dios. Es preciso que desde todos los púlpitos se predique a gran voz que Dios vive todavía, y que todavía reina. La fe está actualmente sometida a la prueba del fuego, y no hay lugar alguno de reposo firme y suficiente para el corazón y la mente sino en el Trono de Dios. Lo que ahora se necesita, como nunca antes, es un énfasis pleno, positivo y constructivo en el hecho de que Dios es Dios. A grandes males grandes remedios. Las congregaciones están hartas de palabras huecas y simples generalizaciones; es preciso que se les de algo concreto y específico. El jarabe tranquilizante quizá pueda servir para los niños de carácter nervioso; pero los adultos necesitan un tónico de hierro, y no conocemos nada mejor para infundir vigor espiritual en nuestro ánimo que una comprensión espiritual del pleno carácter de Dios. Está escrito: «El pueblo que conoce a su Dios se esforzará y actuará» (Daniel 11:32).
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A. W. Pink. La soberanía de Dios
PREFACIO A LA PRIMERA EDICIÓN
PREFACIO A LA SEGUNDA EDICIÓN
PREFACIO A LA TERCERA EDICIÓN
PREFACIO A LA CUARTA EDICIÓN
INTRODUCCIÓN
Capítulo 1. DEFINICIÓN DE LA. SOBERANÍA DE DIOS
Capítulo 2. LA SOBERANÍA DE DIOS. EN LA CREACIÓN
Capítulo 3. LA SOBERANÍA DE DIOS EN. SU ADMINISTRACIÓN
Capítulo 4. LA SOBERANÍA DE DIOS. EN LA SALVACIÓN
Capítulo 5. LA SOBERANÍA DE DIOS. EN LA REPROBACIÓN
Capítulo 6. LA SOBERANÍA DE DIOS EN ACCIÓN
Capítulo 7. LA SOBERANÍA DE DIOS Y LA. VOLUNTAD DEL HOMBRE
Capítulo 8. LA SOBERANÍA DE DIOS Y LA. RESPONSABILIDAD HUMANA
Capítulo 9. LA SOBERANÍA DE DIOS. Y LA ORACIÓN
Capítulo 10. NUESTRA ACTITUD HACIA. LA SOBERANÍA DE DIOS
Capítulo 11. DIFICULTADES Y OBJECIONES
Capítulo 12. EL VALOR DE ESTA DOCTRINA
CONCLUSIÓN
Otros títulos de. Publicaciones Faro de Gracia
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PREFACIO A LA PRIMERA EDICIÓN
PREFACIO A LA SEGUNDA EDICIÓN
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La gracia divina actuó de manera notable en tiempos del nacimiento del Salvador. La encarnación del Hijo de Dios fue uno de los más grandes acontecimientos de la historia del universo, y, sin embargo, el hecho y el momento del suceso no fueron dados a conocer a toda la humanidad; en cambio, fueron especialmente revelados a los pastores de Belén y a los magos de oriente. Todos estos detalles tenían un sello profético que apuntaba al carácter de esta dispensación, pues aún hoy Cristo no es dado a conocer a todos. Habría sido cosa fácil para Dios enviar una legión de ángeles a toda nación a anunciar el nacimiento de Su Hijo. Pero no lo hizo. Dios pudo fácilmente haber atraído la atención de toda la humanidad hacia la estrella; pero tampoco lo hizo. ¿Por qué? Porque Dios es soberano y concede Sus favores como Le agrada. Observemos particularmente las dos clases de personas a quienes se dio a conocer el nacimiento del Salvador −las clases más inapropiadas: pastores y gentiles de un país lejano. ¡Ningún ángel se presentó ante el Sanedrín a anunciar el advenimiento del Mesías de Israel! ¡Ninguna estrella se apareció a los escribas y doctores de la ley cuando estos, en su orgullo y propia justicia, escudriñaban las Escrituras! Escudriñaron diligentemente para descubrir dónde había de nacer y, sin embargo, no les fue dado a conocer que Él ya había venido. ¡Qué demostración de la soberanía divina! ¡Humildes pastores escogidos para un honor particular, mientras los eruditos y eminentes son pasados por alto! ¿Y por qué el nacimiento del Salvador fue revelado a estos magos extranjeros y no a aquellos en medio de los cuales había nacido? Vean en esto una maravillosa prefiguración del proceder de Dios con nuestra raza a través de toda la dispensación cristiana; soberano en el ejercicio de Su gracia, otorgando Sus favores a quien Él quiere; frecuentemente, a los más inapropiados e indignos.
Notemos que la soberanía de Dios se muestra en el lugar que Él escogió para que Su Hijo naciera. No fue a Grecia o Italia que la Gloria del Señor descendió, sino a la insignificante tierra de Palestina. Y no fue en Jerusalén, la ciudad real, que nació Emmanuel, sino en Belén, la cual era «pequeña para estar entre las familias de Judá» (Miqueas 5:2). Y fue en la despreciada Nazaret que el Salvador creció. ¡Verdaderamente los caminos de Dios no son como nuestros caminos!