El centro del centro y otros relatos circulares
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Abraham Vega Faúndez. El centro del centro y otros relatos circulares
PRESENTACIÓN
EL CENTRO DEL CENTRO
BOLETO DE IDA Y VUELTA
LA TORMENTA
I
II
EL PUENTE
LA ESQUINA SURORIENTE
I
II
III
LA MEMORIA DE LA PIEDRA
RÉQUIEM PARA UNA HISTORIA
QUINTO ENCUENTRO
VIAJE CON EL AGUA
ÍNDICE
Отрывок из книги
Imaginar cómo la humanidad se mantuvo apegada por más de 1.000 años a aquella hipótesis que sostenía que nuestro planeta era el centro del universo, o al menos, el centro de nuestro sistema solar, es hoy por hoy inimaginable, poco o nada creíble hasta para los niños. En la actualidad, con un nuevo marco de creencias e información, es probable que el grueso de la humanidad fuera acusada (o condenada tal vez) por el Santo Tribunal, quien había dictaminado que: “Sostener que el Sol está inmóvil y que son los planetas los que giran a su alrededor (heliocentrismo) es absurdo en filosofía y es una herejía formal, porque contradice muchos cánones y conceptos de las Escrituras”.
Adentrarnos en la Memoria de la Piedra –¿tendrá memoria?– es rememorar tiempos cuando aún no existíamos; o atreverse a cruzar hacia lo desconocido por la diagonal de una plaza hacia la esquina suroriente; o enfrentar una tormenta sin fin en una ciudadela tecnológica que se va muriendo inexorablemente lleva a los protagonistas de estos relatos circulares a confrontar un sistema de creencias tradicional, con otro menos antropocéntrico, desligado de lo exclusivo occidental; a ello nos invita este conjunto de relatos circulares: a desentrañar un centro de creencias y de valores nuevos para el planeta y la humanidad.
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Leo a sus 69 años de edad, con dignidad y nobleza, padeció sin compasión la execrable manía persecutoria de los inquisidores contra toda alma que se desviase de su ortodoxia y despótica cosmovisión, fue obligado a pronunciar de rodillas la abjuración de sus hipótesis ante la comisión de inquisidores (en nuestro tiempo, los torturadores han jugado este rol: querer doblegar a quienes piensan diferente); este dramático episodio de la abjuración de Galileo, un enfrentamiento entre la ciencia y la religión, entre la razón y el obscurantismo, se produjo en una sala del convento dominico de Santa María sopra Minerva, en Roma, allí se escuchó su voz, allí se oyó decir: “Yo, Leo Galilei, hijo del difunto Vincenzio Galilei, arrodillado ante los Eminentes y Reverendos Cardenales Inquisidores, generales de la República Universal Cristiana contra la depravación herética...” y entonces ya no pudo verse más; todo su ser se convulsionó al presenciar esta ignominia, esta humillación humana, este vejamen intelectual y humano al que era sometido por la podredumbre de curas inquisidores. Su cuerpo se achicó, se achicó hasta que creyó desaparecer entre las órbitas celestes.
Cuando Gamboa llegó al observatorio de Leo encontró a su amigo siglos más viejo, la barba le había crecido inusitadamente en pocas horas, a su rostro lo cruzaban infinitos pliegues y su mirada perdida vagaba quién sabe dónde; no se atrevió a hablarle; con sus planos bajo el brazo lo miraba sin comprender qué le había ocurrido. Leo se separó del telescopio, miró a Gamboa y murmuró lo que en el tribunal tal vez solo pudo pensar: “Eppur si mouve”... y lo instó a mirar por él, después abrió la puerta y salió.
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