Отрывок из книги
Si yo hubiese sido una canción, habría triunfado hace tanto tiempo que ya ningún DJ me pincharía y raramente alguien se acordaría de mí. Estaría escondida al final de esa playlist que no recuerdas haber creado, siendo invisible entre tanto hit del pasado. El modo aleatorio me esquivaría y mis notas se acabarían convirtiendo en silencio, y mi silencio, en olvido. De haber sido una serie, hubiera sido una sitcom con un decorado de dudoso realismo (cartón-piedra en estado puro) y ruidosas risas enlatadas sonando en los momentos más embarazosos. Habría mucho primer plano reaccionando a cada giro de guion y una actitud exagerada en todos los gestos del protagonista. Podría haber sido algo así como Valerie Cherish en The Comeback, pero menos ingenioso y mucho más sobreactuado. Sin embargo, como película mi vida hubiese resultado en un melodrama, uno de esos con un final grandilocuente lleno de sangre, pasión y secretos confesados en el último momento. Un despliegue de recursos fáciles y baratos para provocar la lágrima en el espectador que tienden a acabar provocando más bostezos que sollozos debido a su predictibilidad. No es que yo adorase el drama, es que el drama siempre me adoró. Fui un largometraje de serie B, unos fotogramas que cruzaban la línea del humor negro para pasarse al lado de la vergüenza ajena. En el fondo, creo que nunca supe si fui drama o fui comedia, porque eso nunca se sabe hasta que se apagan las luces del cine y comienza la proyección. Las luces nunca se apagaron porque la sala estuvo vacía hasta el último momento, así que me quedo con la duda.
Me temo que viví siendo uno de esos que pensaban (y que pensaron hasta el día de su muerte) que la Superpop y la Bravo transmitían valores muy distintos y que por eso una persona de bien debía comprar las dos cada quince días religiosamente para no perderse nada. Hacía meses que no tenía ninguna notificación en el móvil. Nadie parecía acordarse de que aún no había muerto. Bebía con frecuencia. Vicios varios como manual de cabecera. Solía dormir no más de cinco horas diarias y lloraba unas 1000 lágrimas semanales. Más o menos.
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No busco olvidar, tan solo busco no recordar y así evitar seguir acumulando decepciones. Pulso el botón de pause por unas horas y me quedo quieto, inmóvil, ajeno a todas esas guerras que estallan en el campo de batalla de mi materia gris. Alzo una bandera blanca que grita “Alto el fuego”. Persigo el fin de un conflicto bélico de 23 años de duración. Da igual cuanto tarde en apagarme de nuevo mientras aguante hasta que caiga el sol. Cambio mi porvenir por una noche más. No importa nada porque ya he conseguido encontrar lo que buscaba. Química y corazón. La más peligrosa combinación.
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