¿Matarías por amor? Ella lo ha hecho… pero no es lo que parece.Cuando Lucía cree que la vida no puede ir a peor, va la vida y trae de vuelta a su maravilloso exnovio, que se dedica a derrochar encanto entre sus compañeras y a hacer más doloroso el recuerdo de todo lo perdido, tanto a nivel laboral como personal.Y, sin embargo, todo es susceptible de empeorar, como ocurrirá el día en que unos encapuchados entren en su oficina para convertirla en testigo involuntario de un robo a mano armada.Las balas traerán consigo muchas incógnitas: ¿Qué estaba pasando en la compañía de seguros donde trabaja? ¿Por qué estaba allí su ex? Pero la mayor incógnita a la que Lucía tendrá que enfrentarse será un inspector de policía arrogante e implacable dispuesto a sacar a la luz todos los secretos de esa mañana aciaga.Las circunstancias les obligarán a compartir techo e investigación policial y a confiar el uno en el otro para esclarecer el caso y descubrir que todavía queda esperanza para el amor.–¿Por qué me haces esto? ¿Qué es lo que quieres, Larraz?–Que mates por alguien que lo merezca –dijo sin más, con el mismo tono desapasionado y cortante.–Lo sabías desde el principio.–Lo sospechaba desde el principio. –Suspiró–. Ningún fuego es amigo."Como el amor", pensé.
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Allegra Álos. Fuego amigo, amor enemigo (Ganadora VII Premio Internacional HQÑ)
Índice
Prólogo
Capítulo I. Supervivencia
Capítulo II. Superación
Capítulo III. Huida
Capítulo IV. Intruso
Capítulo V. Ciclogénesis
Capítulo VI. Invitado
Capítulo VII. Puertas abiertas
Capítulo VIII. Asalto
Capítulo IX. El balneario
Capítulo X. El ordenador
Capítulo XI. Datos
Capítulo XII. Rescate
Capítulo XIII. Regreso
Capítulo XIV. Nora
Capítulo XV. Primavera
Epílogo
Agradecimientos
Отрывок из книги
Créditos
Prólogo
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No, pensé, horrorizada. No podía recordar aquel momento en el que perdí toda mi carrera, en la manera en la que nos distanciamos y seguimos caminos diferentes. Lo había apostado todo al mismo número, no va más al rojo. Y luego todo se volvió negro, como la visión de túnel que ahora me asaltaba y que no me permitía tener consciencia de nada más que de aquella herida que no dejaba de sangrar. ¿Cuánta sangre hay en el cuerpo humano, por Dios?, me gritó una voz en el túnel haciendo eco.
Sentí que Jairo recogía su pistola del suelo. “No”, quise decir, “necesito esa pistola, aún no estoy preparada para devolverla”. Pero Jairo sostenía ya el arma con su mano ensangrentada, asegurándose de que la sangre de su herida empapara bien la culata. Parpadeé muy deprisa para contener las lágrimas. Jairo estaba borrando con las suyas mis huellas dactilares y mezclando nuestra sangre para que cualquier prueba de laboratorio no resultara concluyente. Sentí una opresión en la garganta, como si estuviera tragándome todo el orgullo y la mala baba de golpe y se me hubiera hecho una bola intragable.