El Risco
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Ana De Juan. El Risco
El RISCO
CAPÍTULO 1. La vida en El Risco
CAPÍTULO 2. Seña Juana, una maga de pa’rriba
CAPÍTULO 3. El sueño de un pobre zorullo
CAPÍTULO 4. Mi familia
CAPÍTULO 5. Gara tenía trece años
CAPÍTULO 6. La huida hacia una vida bien lejos
CAPÍTULO 7. Amor de mi vida
CAPÍTULO 8. El fin del mundo
CAPÍTULO 9. El caldero de las papas arrugadas
CAPÍTULO 10. El sector “T” del subsuelo de la Biblioteca Nacional
CAPÍTULO 11. Muerte en el barranco
CAPÍTULO 12. El maldito Domingo de Resurrección
CAPÍTULO 13. No me pienses más
CAPÍTULO 14. Rebuscando en la Cueva de Arriba
CAPÍTULO 15. Pescando imposibles en la Costanera Norte
CAPÍTULO 16 ¡Ay Virgen de Candelaria!
CAPÍTULO 17. Candelaria
CAPÍTULO 18. Enrique
CAPÍTULO 19. Yo a tu edad nunca quise ser un gato
CAPÍTULO 20. Joaquín y sus coleguitas
CAPÍTULO 21 ...alma, ojos y corazón para Tenerife
CAPÍTULO 22. Con El Risco engalanado
CAPÍTULO 23. Gabriela se cansó
CAPÍTULO 24. El escriba de un hombre solo
CAPÍTULO 25. El sobre canelo de mi padre
CAPÍTULO 26. Ilusiones y esperanzas
CAPÍTULO 27. Ayoze
CAPÍTULO 28. La señorita Lourdes
CAPÍTULO 29. Argentina, un sentimiento
CAPÍTULO 30. Luis Benítez Vega
CAPÍTULO 31. Miedo a Tenerife
CAPÍTULO 32. La carta
CAPÍTULO 33. Médicos del Mundo
CAPÍTULO 34. Los Intergalácticos de Etniesis
CAPÍTULO 35. La respuesta
CAPÍTULO 36. El viaje
CAPÍTULO 37. Argentina, Gambia, Nigeria
CAPÍTULO 38. El precio del regreso
CAPÍTULO 39. En busca de Salvador
CAPÍTULO 40. El departamento
CAPÍTULO 41. Samuel Finkelstein
CAPÍTULO 42. Cita en el Café
CAPÍTULO 43. Noticias desde Argentina
CAPÍTULO 44. A la espera
CAPÍTULO 45. El regreso
CAPÍTULO 46. La llegada
Reseña de la autora
Отрывок из книги
ANA DE JUAN
Editorial Croquis
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La mayoría de ellos iban de la mano de sus madres o abuelos, comiendo golosinas o viendo la vida desde la ventanilla de un coche, conducido por un padre. Eran niños con uniformes de colegio, o niños extranjeros, rubios, con pelo liso, y en sandalias de cuero con calcetines blancos o de rayas…, estos últimos eran niños felices y sonrientes, colorados como tomates y de vacaciones. Yo antes pensaba que los extranjeros eran siempre los mismos; que se dedicaban a trabajar de “turistas”. Recuerdo que de chico le decía a Gara que cuando fuera grande quería ser “padre de niño turista extranjero”...; ella fastidiaba todos mis planes diciéndome que yo no era rubio ni hablaba en alemán y que por eso, no me iban a dar nunca ese trabajo. Tenía razón.
Nosotros no fuimos mucho al colegio. No conocimos a un solo abuelo. Nuestros días los caminamos siempre a pie –yendo de arriba para abajo entre la infancia y la madurez–, y de aquí para allí, por nuestro horizonte con forma de Risco.
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