En la punta de los dedos: Aproximación al proceso creativo de Blanca Varela
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Ana María Gazzolo. En la punta de los dedos: Aproximación al proceso creativo de Blanca Varela
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Ana María Gazzolo (Lima, 1951) estudió Literatura en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y un posgrado en la Universidad de Florencia. En San Marcos, obtuvo los grados de magíster en Escritura Creativa, mención Poesía, y de doctor en Literatura Peruana y Latinoamericana.
Se ha desempeñado como crítico literario, profesora de talleres de creación, traductora y periodista cultural. Editó la obra de Raúl Deustua bajo el título Sueño de ciegos. Obra reunida (2015). Ha publicado las siguientes colecciones de poesía: Contra tiempo y distancia (1978), Cabo de las tormentas (1990), Arte de la noche (1997), Cuaderno de ultramar (2004) y Cuaderno del alucinado (2014). Y también un volumen de traducción de poesía de Umberto Saba, Casa y campo y Trieste y una mujer (1998).
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Blanca Varela escribió y declaró en pocas ocasiones acerca de su modo de componer y de las dificultades y desafíos que presentaba para ella la escritura, pero publicó poemas que pueden ser leídos en clave de poética, como «Media voz», de Canto villano (1978), o «Poemas. Objetos de la muerte», de El libro de barro, y dejó textos inéditos en los cuales los avatares de la escritura poética son el motivo central. Modesta Suárez recuerda unas declaraciones de la autora publicadas en Diario de poesía, N° 33 (Buenos Aires/Rosario, 1995), en las que llama «material de arrastre» (2007, p. 124) a todas aquellas expresiones que, surgidas de manera más o menos espontánea, descarta después para dar forma al poema; es decir, puede deducirse que en situaciones como esta Varela deja fluir libremente la expresión, pero mantiene cierto grado de control y de conciencia, manifiestos en la reescritura en la que el poema definitivo se afirma. En otra entrevista, realizada por Rosina Valcárcel, la autora confiesa: «[…] soy una gran jardinera. Puedo escribir muchas páginas y de pronto me quedo con muy pocas líneas, porque el poema está allí metido, hay que saber encontrarlo» (2007, p. 453). Este procedimiento recuerda el hallazgo de la forma en el bloque de mármol que Miguel Ángel ponía al descubierto a medida que cincelaba la piedra, con la convicción de que la figura habitaba en ella de antemano y el escultor era el llamado a liberarla.
«Media voz» alude desde el título tanto a su sentido coloquial, en voz baja, como a la insuficiencia expresiva de la propia voz. Esta ambigüedad se apoya en un rasgo gramatical: la ausencia de la preposición «a». El poema no se define abiertamente como una poética, como un modo de concebir la poesía, sino como la posición del hablante lírico ante la escritura de un poema. Y en ese sentido el sujeto lírico es terminante: «no he llegado / no llegaré jamás». El poema es una entelequia y una meta que no se alcanza, pero también ocupa un espacio hipotético, el centro de una totalidad no especificada. El poema es definido metafóricamente como «intacto sol / ineludible noche», luminosidad y oscuridad lo distinguen, pero luminosidad ni tocada ni cambiante y oscuridad que no es posible evitar si se le busca. Esta convivencia conflictiva de la luz y la sombra está presente en la obra de Varela desde su primer poemario referida a diversos aspectos significativos, y llega incluso a la paradoja de la identificación de los contrarios. Aquí sumerge en la contradicción la idea del poema. Por otro lado, también el concepto de centro puede rastrearse en la obra vareliana, pero con el sentido de matriz, recinto que estuvo lleno y que en el presente de la creación poética permanece vacío; centro es también el ombligo, pequeña huella del origen y signo de la propia identidad («centro del mundo centro del caos y de la eternidad», «Camino a Babel», en CV). El poema, nuevamente definido metafóricamente, ahora como un «animal de palabras», es buscado por un yo que se comporta también como un animal, lo husmea, sigue su huella, intenta atajarlo de manera subrepticia, es decir, se encuentra cerca, pero lo pierde. Ese ser solitario que merodea es la imagen del poeta o la imagen de sí misma en la búsqueda, pues el género femenino apunta sin duda a la identidad de la autora («atenta desarmada / sola»). Tampoco la actitud alerta garantiza el hallazgo, la voz poética solo ha vislumbrado el poema, idea que la repetición anafórica del adverbio «casi» subraya: «casi en la muerte / casi en el fuego». Los términos «muerte» y «fuego», por su parte, conectan con extremos de finitud y de ardor, de extenuación y de pasión, siempre anhelados y nunca alcanzados.
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