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Nueve años después de que se promulgara la ley que permitió a las mujeres chilenas acceder a la educación universitaria –el famoso Decreto Amunátegui–, nació Amanda Labarca, pionera en la lucha por la igualdad social, económica y jurídica de la mujer. Santiago contaba apenas con 300 mil habitantes, sus casas eran en su mayoría de adobe y las calles alumbradas por escasos faroles.Las mujeres no podían votar y ejercían pocos derechos sin el consentimiento del esposo o su padre. Ese era el clima cívico que Amanda se propuso cambiar desde muy joven, consciente de que la educación era el principal motor de movilidad social. Tras titularse de profesora de castellano en 1905, con apenas 18 años, estudió en la Universidad de Columbia en Estados Unidos y La Sorbonne en Francia. Allí se convenció de que la igualdad de derechos para la mujer exigía compromiso político y formación cultural. EL Círculo de Letras de 1915 fue una de sus primeras iniciativas. Luego integró el Consejo Nacional de Mujeres y, cuando la rueda de los cambios giraba a una velocidad mayor, presidió la Federación Chilena de Instituciones Femeninas, piedra angular para la obtención del sufragio femenino junto con el MEMCH.Con una riqueza de información admirable y una mirada que al posarse en lo particular jamás descuida lo general, la historiadora Ana María Stuven entrega no solo aspectos de una vida fascinante, sino también el retrato de una época –de una nación– llena de cambios y tensiones. Algo similar a lo que ocurre hoy, y por lo que la pregunta que Amanda Labarca formulara en 1934 sigue más vigente que nunca: ¿A dónde va la mujer?