Tierra vencida
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Ann Pancake. Tierra vencida
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Отрывок из книги
ANN PANCAKE (1964), la mayor de seis hermanos, creció en los bosques de Virginia Occidental, jugando con las patas despedazadas de los ciervos que cazaban sus padres y sus tíos, acostumbrada a ver cómo la comida se mataba, se despellejaba y se descuartizaba. Detrás de su casa, a poco más de un kilómetro, aún resistían las trincheras de la Guerra de Secesión, plagadas de fantasmas y de historias que se contaban a la hora de la cena, de generación en generación, sobre todo historias de yanquis que salían de la espesura para saquear las granjas. Un territorio devastado por la violencia. Un territorio que, desde las Guerras Indias hasta las revueltas mineras del principios del siglo XX (que Ann inmortalizaría en su primera novela), no ha tenido tregua y que, durante la infancia de Ann, se vio cada vez más acosado por la desindustrialización, la pobreza rural, la destrucción medioambiental y el desprecio de la cultura dominante. Altas tasas de desempleo, adicción, sobredosis y suicidio. Caricatura y estereotipo mediático. «Hicks» y «hillbillies». Gente tonta y holgazana. No es de extrañar que todo lo que leyese Ann en esa época (tuvo la suerte de crecer en un hogar liberal de clase media, rodeada de libros) fuesen historias sobre irse. Así es que, como tantos otros que no lo conseguirían, desde muy pequeña, Ann soñó con escapar de Virginia Occidental, el estado más pobre y, según una reciente encuesta, el más triste de Estados Unidos. Para pagarse los estudios en la Universidad de Virginia, trabajó en cadenas de montaje, en restaurantes de comida rápida y en un supermercado. No hablaba mucho para que no le delatara el acento y la gente se pusiera a hacer suposiciones sobre su inteligencia, su clase, sus ideas políticas y su nivel de sofisticación. Estaba trabajando en un Wendy’s cuando se graduó y le salió un trabajo en Japón (enseñando inglés con acento de los Apalaches). Desde entonces, todo fue poner distancia: Albuquerque, Samoa, Tailandia…, pero lo único que consiguió fue fortalecer el vínculo emocional y cultural con su estado natal. Tierra vencida fue su primer libro. Su regreso a casa. Ganó el Katharine Bakeless Nason Fiction Award. Actualmente vive en Seattle, pero vuelve dos o tres veces al año a Virginia, porque las montañas de allí son otra cosa.
Ann Pancake
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Entonces me dijo que subiera a la segunda planta, para asegurarnos. Me dijo que los peldaños no aguantarían su peso. Ve arriba, dijo, y echa un vistazo a ver qué hay. Yo negué con la cabeza. Sube, dijo. Me quedé callado sobre los restos de la barandilla desperdigados por el suelo. Ya me has oído. Ese día no llevaba su rifle, pero tenía el cuchillo de cazar ciervos. El que los abría en canal desde el esternón con un movimiento rápido, así de fácil. Lo desenfundó. ¿Quieres a tu padre?, preguntó.
Subí. Subí los peldaños con mucho cuidado porque estaban podridos y combados, y me paré en el rellano. Podía oír los resuellos de mi padre en el piso de abajo. Forcé el cuello para ver qué me esperaba allí arriba, en el pasillo, y la sangre empezó a latirme con fuerza en los oídos haciendo bum, bum, bum. Sigue, me susurró. El pasillo vacío ante mí, hedor a mierda de rata y haces de luz con motas de polvo, como en un sueño. Se me erizó la piel y el corazón me empezó a latir con tanta fuerza que ya no fui capaz de oír otra cosa, pero era muy consciente de que él seguía allí abajo, atento a mis pasos. Comencé a caminar. Las puertas estaban abiertas o habían desaparecido, y fui asomándome de soslayo a cada una de las habitaciones esperando encontrármelo. Estaban vacías, más vacías que las de abajo. Solo los dibujos de las manchas de humedad en el papel pintado y, al otro lado de los cristales de las ventanas, las enredaderas velando el perfil de las viviendas vacacionales.
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