Una Iglesia de mujeres y varones

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Anne-Marie Pelletier. Una Iglesia de mujeres y varones
Obertura
A vueltas con. los tiempos de hoy
Leer más el hoy. que el ayer
Una lectura aún más profunda
El tiempo de la mujer: ¿qué oportunidad. para la Iglesia?
Destellos de lo femenino: breve inventario. del «signo de la mujer»
Mujeres con varones
Notas
Contenido
Отрывок из книги
1. En el año 2013
Solo hacía seis meses que el papa Francisco había accedido al cargo pontificio cuando especificó, en una conversación con el P. Antonio Spadaro, hermano jesuita y director de La Civiltà Cattolica, algunas de las preocupaciones y prioridades que lo iban a ocupar. Y así mencionó con una insistencia particular el tema de las mujeres. Era preciso, según explicó, «ampliar los espacios para una presencia femenina más incisiva en la Iglesia [...] elaborar una teología más profunda de lo femenino [y además introducir a las mujeres] allí donde se ejerce la autoridad en los diferentes campos de la Iglesia» 1.
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En consecuencia, lo sublime debe ponernos en estado de alerta. Perjudica fácilmente la verdad. Humillación e idealización forman una magnífica pareja. Las mujeres no son ostentadoras de alguna excelencia que deba entrar en una problemática comparativa. La excelencia femenina, si es que se sigue afirmando, se entiende de modo absoluto, dejando su sitio a la otra excelencia, esa a la que lo masculino está convocado. Pretender que los varones deban todo a las mujeres, como puede leerse entre líneas en los pronunciamientos eclesiásticos, es una afirmación peligrosa. Al igual que los discursos que juegan con una jerarquía que presta a la mujer dones espirituales de los que carecería el varón. Tarde o temprano desembocan en el retorno de los estereotipos de la dominación masculina, que vuelven incluso reforzados cuando, por ejemplo, una argumentación que reclama la necesidad de un sacerdocio ministerial estrictamente masculino concluye: «Si la mujer debe someterse al ministerio del varón, el varón, por su parte, debe dejarse consagrar en el misterio de la mujer».
El propósito es grandioso, pero, en último término, demasiado fácil, porque es evidente que esa perspectiva compromete inmediatamente al varón de modo menos arriesgado que a la mujer. Más bien, el primer acto de verdad consiste claramente en reconocer que varones y mujeres participan de la misma humanidad, los unos ante los otros, ante Dios. Es esta una proposición esencial, previa y que sigue permaneciendo programática. Es a la altura de esta humanidad compartida donde, en su encuentro, afrontan la prueba de su diferencia y son requeridos por la laboriosa construcción de una relación.
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