Una mujer
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Annie Ernaux. Una mujer
Отрывок из книги
UNA MUJER
Por primera vez la puerta de su habitación estaba cerrada. La habían lavado, una cinta de tela blanca le ceñía la cabeza, pasando por debajo de la barbilla, arrugando toda la piel alrededor de la boca y los ojos. Estaba cubierta con una sábana hasta los hombros, con las manos ocultas. Parecía una pequeña momia. Habían dejado en cada lado de la cama los barrotes destinados a impedir que se levantara. Quise ponerle el camisón blanco, bordado con una trencilla, que había comprado hacía tiempo para su entierro. El enfermero me dijo que una empleada del servicio se ocuparía de eso, y que también le pondría encima el crucifijo que estaba en el cajón de la mesilla. Faltaban los dos clavos que fijaban los brazos, de cobre, a la cruz. El enfermero no estaba seguro de encontrar otros. No tenía importancia, yo deseaba, a pesar de todo, que le pusieran su crucifijo. En la mesa de ruedas estaba el ramo de forsythias que había traído yo la víspera. El enfermero me aconsejó que fuera cuanto antes al registro civil del hospital. Mientras, ellos harían el inventario de los enseres personales de mi madre. No quedaba casi nada que fuera suyo, un traje, unos zapatos de verano azules, una maquinilla de afeitar eléctrica. Una mujer se puso a gritar, la misma desde hacía meses. Yo no entendía cómo ella estaba aún viva y mi madre muerta.
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Mi exmarido me acompañó a la funeraria. Detrás de la profusión de flores artificiales, había unos sillones y una mesa baja con revistas. Un empleado nos condujo a un despacho, nos interrogó acerca de la fecha de fallecimiento, del lugar de inhumación y sobre si queríamos misa o no. Lo apuntaba todo en un gran formulario y de vez en cuando tecleaba en una calculadora. Nos llevó a una sala oscura, sin ventanas, y encendió la luz. Había una decena de ataúdes de pie, contra la pared. El empleado especificó: «Todos los precios son con impuestos incluidos». Había tres féretros abiertos para poder elegir el color de la tapicería interior. Escogí roble porque era su árbol preferido y siempre que se compraba un mueble nuevo insistía mucho en que fuera de roble. Mi exmarido me sugirió un rosa violín para el capitoné. Estaba orgulloso, casi feliz de acordarse de que ella solía llevar ropa interior de ese color. Firmé un cheque y se lo entregué al empleado. Ellos se ocupaban de todo, salvo del suministro de flores naturales. Volví a mi casa hacia las doce del mediodía y me tomé un oporto con mi exmarido. Empezó a dolerme la cabeza y el vientre.
A eso de las cinco, llamé al hospital para saber si era posible ver a mi madre en el depósito con mis dos hijos. La operadora de la centralita me dijo que era demasiado tarde, que el depósito cerraba a las cuatro y media. Salí sola en coche, para intentar encontrar una floristería abierta los lunes, por los barrios nuevos cercanos al hospital. Quería lirios blancos, pero la florista me los desaconsejó, solo se ponen a los niños, como mucho para una muchacha joven.
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