Cuentos de Chejóv
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Antón Chéjov. Cuentos de Chejóv
Cuentos de Chejóv
Índice
Antón Chejóv. Cuentos de Chejóv
En la administración de Correos
El álbum
Aniuta
Una apuesta
Un asesinato
Las Bellas
I
II
El beso
Una bromita
El camaleón
Los campesinos
I
II
III
IV
V
VI
VII
VIII
IX
¡Chist!
Cirugía
La colección
La corista
La cronología viviente
Un drama
En el campo
I
II
III
IV
V
En los baños públicos
I
II
En la oscuridad
En el paseo de Sokólniki
Un escándalo
Exageró la nota
El estudiante
Exageró la nota
Los extraviados
El fracaso
El gordo y el flaco
Historia de un contrabajo
Un hombre conocido
Un hombre enfundado
I
II
Un hombre irascible
Ionich
I
II
III
IV
V
Las islas voladoras
I.— La Conferencia
II.— El Misterioso Extraño
III.— Los Puntos Misteriosos
IV.— Catástrofe en el Firmamento
V.— La Isla de Johann Goth
VI.— El Regreso
VI.— Conclusión
Iván Matveich
«Kashtanka»
I.— Mala conducta
II.— El misterioso desconocido
III.— Una nueva amistad, que resulta muy agradable
IV.— Maravillas y portentos
V.— ¡Talento! ¡Talento!
VI.— Una noche intranquila
VII.— Un debut desafortunado
En el landó
Mala suerte
Los mártires
La máscara
El misterio
Una mujer sin prejuicios
La mujer del boticario
Los muchachos
Un niño maligno
Una noche de espanto
La obra de arte
El orador
Un padre de familia
La pena
Una pequeñez
Una perra cara
Polinka
Poquita cosa
¡Qué público!
Réquiem
La señora del perrito
I
II
III
IV
Los simuladores
El talento
El teléfono
Lo timó
El trágico
La tristeza
Vanka
Vecinos
Los veraneantes
Verochka
Un viaje de novios
La víspera de la Cuaresma
La víspera del juicio
Zínochka
Отрывок из книги
Antón Chejóv
e-artnow, 2021
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Seguían sonando los golpes en la plancha de hierro y las campanadas de la iglesia. Olga, envuelta en el rojo resplandor de las llamas, miraba, con horror, volar a las palomas por en medio del humo y temblar a los corderillos. Antojábasele que los sonidos del campaneo y del golpear en la plancha horadaban su alma a manera de agujas, que el fuego no iba a acabarse nunca, que Sacha se había perdido... Y cuando el techo de la casa se vino abajo con estrépito, pensó que iba a arder la aldea entera, y, sin ánimos ya para seguir llevando agua, se sentó a la orilla del río, junto a los dos cántaros... Las demás mujeres empezaron a llorar a gritos, como si se hubiera muerto alguien.
Mientras tanto, por el lado opuesto de la aldea llegaban dos carros con obreros y una nueva bomba. Precedíales, a caballo, un joven estudiante, con la cazadora blanca desabrochada. Empezaron todos al punto a trabajar. Cuatro obreros y el estudiante, que, con la faz enrojecida, lanzaba penetrantes e imperiosas voces de mando, como si fuera para él la extinción de un incendio una cosa muy fácil, subieron a la vez, hacha en mano, por una escala de que venían provistos. Y los campesinos asistieron a una concienzuda labor de derribo: fueron derribados el establo, la cerca...
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