El sitio de Ariadna

El sitio de Ariadna
Автор книги: id книги: 1996433     Оценка: 0.0     Голосов: 0     Отзывы, комментарии: 0 1156,18 руб.     (12,59$) Читать книгу Купить и скачать книгу Купить бумажную книгу Электронная книга Жанр: Языкознание Правообладатель и/или издательство: Bookwire Дата добавления в каталог КнигаЛит: ISBN: 9789930595183 Скачать фрагмент в формате   fb2   fb2.zip Возрастное ограничение: 0+ Оглавление Отрывок из книги

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Описание книги

"¿Cuánto más le tomará despertar? ¿Cuánto más le tomará ser dueña de sí misma? ¿Necesitará por siempre ayuda? ¿O vencerá por sí misma el sitio? En esta primera novela de Arabella Salaverry asistimos a una auténtica batalla interior no exenta de heridas, riesgos, sacrificios y muertes. Con el trasfondo de la vida política latinoamericana de los años 60, la autora da cuenta de una de las luchas de autoafirmación que libran las mujeres al interior del patriarcado. Ariadna mira su vida como un sitio: un cerco donde se apresa o rinde su voluntad. Su cerco es el de una pasión que vive a la par como libertad y como atadura. La tarea de la protagonista es resolver la paradoja, darse un sitio fuera de sitio." – Silvia Castro Méndez

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Arabella Salaverry. El sitio de Ariadna

Arabella Salaverry

El sitio de Ariadna

Ciudad Panamá, Panamá. San José, Costa Rica, 1964

México D.F., México. Ciudad de Guatemala, Guatemala. Los Ángeles, California. 1965–1967

San José, Costa Rica. 1967–1970

Buenos Aires, Argentina. 1970

Mérida, Venezuela. 1970

Bridgetown, Barbados. 1972

París, Francia. 1972

Londres, Inglaterra. 1972

Ciudad Guatemala, Guatemala. 1973

Epílogo

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Estimado lector: Muchas gracias por adquirir esta obra

y con ello, apoyar los esfuerzos creativos de su autora y de la editorial,

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Por su propio gusto olvida la rubeola, toma el autobús en un viaje que no termina nunca, –porque está asustada, porque está ansiosa, porque teme y no importa–, hasta llegar a la esquina del edificio de Correos, decimonónico, con sus arabescos, sus yesos y su encanto, como una fascinante torta colocada allí por un descuido del pastelero. El edificio que ocupa casi media cuadra del centro, uno de los pocos intentos de San José por parecer ciudad verdadera, no ya aldea provinciana. Deja el autobús en la parada que está al lado de la Farmacia Fischel. Camina las dos calles y media que la separan de su destino para llegar, ahora titubeante, levemente avergonzada, hasta la puerta grande de El Molino. Busca a Manuel, lo busca entre las primeras mesas. No está. La cita pudo ser nada más una broma, una broma de mal gusto. Siempre temiendo tomaduras de pelo, bochornos. Siempre contemplando el envés de las situaciones. Porque sí, podría ser… porque ¿qué más puede esperar ella? Se desplaza entre conversaciones en acentos e idiomas distintos, llega a la sala del fondo. Frente a una mesa larga, en un sillón adosado a la pared está él. La recibe con ojos sonrientes. La besa en ambas mejillas. Un roce casi imperceptible cerca de sus labios. Un roce que le hormiguea el resto de la tarde. Y que la distraerá de su voz y su palabra. Siente su olor. Manuel indica un lugar a su lado en el sillón. La contempla primero en silencio detrás de palabras que Ariadna supone vedadas y que no se atreve a pronunciar. Intenta hablar pero se detiene. La emoción de sentirse en comunicación con otra persona se traduce en su silencio. Él, que debería estar ya acostumbrado a la soledad. ¿Por qué no? Luego extiende un paquete con un lazo desaliñado. Para celebrar tu regreso al mundo de los sanos. Ariadna abre el paquete y encuentra dentro un regalo insólito para ella que pocas veces los recibe: ¡un libro insospechado! las “Cartas sin Dirección y el Arte y la Vida Social”, de Plejánov, ambos en uno, y Manuel que comenta ansioso, atento a su reacción, deseoso de entusiasmarla como lo está él: ¿Sabías que Plejánov es, dentro de los pensadores que se ocupan del marxismo, profundamente agudo y sincero? Su defensa de la libertad interior fue su principal aporte. Manuel toma su mano, vuela en su disertación sin esperarla. Defendió esa libertad contra cualquier dogmatismo. Está bien. Así debe ser. Ariadna no sabe si dejarla entre las de él. Sin libertad interior ninguna otra libertad es válida. Opta por abandonarla. Ni siquiera tendría razón de ser. Su mano está cómoda, pareciera que ese es su lugar natural. Por ejemplo, nosotros: estamos acá uno al lado del otro porque hemos sentido el impulso y hemos respondido a ese impulso aceptándolo. Su mano ahora en el abrigo de la mano de Manuel. Siente su pulso. Vale hasta en un plano personal, estamos ejerciendo nuestra libertad de decidir en virtud de nuestra necesidad. Puede sentir el calor de las palabras y el calor de su cuerpo, al lado, cerca, muy cerca, fascinada por las palabras y fascinada por la presencia de ese cuerpo frágil que se trasmite a través de su mano, aprendiendo: “A la necesidad no se la trasciende, se la satisface”. Eso en todos los órdenes. Ella que decide de acuerdo a su necesidad. Me han dicho que escribes poesía y si escribes poesía comulgarás muy fácilmente con las ideas de Plejánov: sostiene que el escritor se debe mover en el dominio de las imágenes. No en el de la lógica o la razón. Buenísimo para una poeta ¿No? ¿Qué crees? Aboga por la libertad creativa, frente a las constricciones ideológicas. Ariadna escucha. Entiende. Piensa, le dice Manuel, en Plejánov como el creador de una estética nueva. Y la muchacha ávida de saber, ávida de palabras, ávida del amparo que presiente o que en su necesidad imagina.

El tiempo interrumpe. Oscurece, y aunque desde esa sala al fondo del Café no se nota ya la noche va tomando las calles, es la hora del regreso, podrían regañarla… Sí, nos veremos mañana en el ensayo… si amanezco mejor… Y Manuel toma con delicadeza su rostro, duda un instante, ¿por qué no? decide postergar su indecisión, casi lo cubre con sus manos, y lenta, muy lentamente, sí, ¿por qué no? la besa con un beso de fruta, ahora sí, en la boca.

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