El señorito Octavio
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Armando Palacio Valdés. El señorito Octavio
Armando Palacio Valdés. El señorito Octavio
I. Despierta el héroe
II. Los señores condes, ó los condes á secas, como pedía el señorito Octavio que se dijese
III. Los amigos del conde
IV. La pomarada
V. La tienda de D. Marcelino
VI. Un día más
VII. Il sol de l'ánima
VIII. La romería
IX. Fragmentos de un diario
X. Síntomas graves
XI. Lo que cuesta un perro de caza
XII. Un paquete de cartas
XIII. El cáliz
XIV. Á medianoche
XV. Buscando salvación
XVI. Las heces del cáliz
XVII. Epílogo innecesario
Отрывок из книги
Ni las ventanas cerradas con todo esmero, ni las sendas cortinas que sobre ellas se extendían, eran dique suficiente para la luz, que vergonzantemente se colaba por los intersticios de las unas y la urdimbre de las otras. Pero esta luz apenas tenía fuerza para mostrar tímidamente los contornos de los objetos más próximos á las cortinas. Los que se hallaban un poco lejanos gozaban todavía de una completa y dulce oscuridad. Las tinieblas, desde el medio de la estancia, atajaban el paso á la luz, riéndose de sus inútiles esfuerzos.
Hé aquí los objetos que se veían ó se vislumbraban en la estancia. Apoyado en la pared de la derecha y cercano al hueco de la ventana, un armario antiguo, que debió ser barnizado recientemente, á juzgar por la prisa con que devolvía en vivos reflejos los tenues rayos de luz que sobre él caían. Enfrente, y cerca de la otra ventana, un tocador de madera sin barnizar, al gusto modernísimo, de esos que se compran en los bazares de Madrid por poco dinero. No muy lejos del tocador, una silla forrada de reps, sobre la cual descansaban hacinadas varias prendas de vestir, masculinas. Hasta el instante de dar comienzo esta verídica historia, nada más se veía. Esperemos.
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El joven pronunció estas palabras visiblemente turbado. La sonrisa del cura le inquietaba, le hacía subir los colores al rostro. ¡Era tan fina y maliciosa!
– Es verdad, señorito… es verdad… es verdad… No me acordaba… Pero no tiene usted más remedio que ir á Madrid, señorito… no hay más remedio… Aquí se aburre usted… necesita usted más campo. Los jóvenes de provecho no pueden estarse en las aldeas toda la vida.
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