IV. Cómo alentaba a la virtud el señor duque de Requena
V. Precipitación
VI. Desde el «Club de los Salvajes» a casa de Calderón
VII. Comida y tresillo en casa de Osorio
VIII. Cena en Fornos
IX. Los amores de Raimundo
X. Un poco de derecho civil
XI. Baile en el palacio de Requena
XII. Matinée religiosa
XIII. Viaje a Riosa
XIV. Una que se va
XV. Genio que se apaga
XVI. Amor que se extingue
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Un clérigo alto, de rostro pálido y redondo, joven aún, con ojos azules y mirada vaga de miope, apareció en la puerta. Todos se levantaron. La marquesa de Alcudia avanzó rápidamente y fué a besarle la mano. Detrás de ella hicieron lo mismo sus hijas, Mariana y las demás señoras de la tertulia.
–Buenas tardes, padre—. Buenos ojos le vean, padre—. Siéntese aquí, padre.—No, ahí no, padre; véngase cerca del fuego.
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Hay que confesar que este dato adolece de ser un poco vago; pero la perfecta autenticidad de que se halla revestido, le da un valor inapreciable. Tomándolo como base de la investigación, acaso se pueda llegar a definir el carácter y a historiar la vida y las empresas del opulento banquero.
–Hola, chiquita—dijo avanzando hasta Clementina y tomándole la barba como se hace con los niños—. ¿Estás aquí? No he visto tu coche abajo.