Episodios Nacionales: Bailén
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Benito Pérez Galdós. Episodios Nacionales: Bailén
Benito Pérez Galdós. EPISODIOS NACIONALES: BAILÉN
I
II
III
IV
V
VI
VII
VIII
IX
X
XI
XII
XIII
XIV
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XVI
XVII
XVIII
XIX
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Отрывок из книги
– Me hacen Vds. reír con su sencilla ignorancia respecto al hombre más grande y más poderoso que ha existido en el mundo. ¡Si sabré yo quién es Napoleón!, yo que le he visto, que le he hablado, que le he servido, que tengo aquí en el brazo derecho la señal de las herraduras de su caballo, cuando… Fue en la batalla de Austerlitz: él subía a todo escape la loma de Pratzen, después de haber mandado destruir a cañonazos el hielo de los pantanos donde perecieron ahogados más de cuatro mil rusos. Yo que estaba en el 17 de línea, de la división de Vandamme, yacía en tierra gravemente herido en la cabeza. De veras creí que había llegado mi última hora. Pues como digo, al pasar él con todo su estado mayor y la infantería de la guardia, las patas de su caballo me magullaron el brazo en tales términos que todavía me duele. Sin embargo, tan grande era nuestro entusiasmo en aquel célebre día que incorporándome como pude, grité: «¡Viva el Emperador!».
Decía estas palabras un hombre para mí desconocido, como de cuarenta años, no malcarado, antes bien con rasgos y expresión de cierta hermosura ajada aunque no destruida por la fatiga o los vicios; alto de cuerpo, de mirada viva y sonrisa entre melancólica y truhanesca, como la de persona muy corrida en las cosas del mundo y especialmente en las luchas de ese vivir al par holgazán y trabajoso, a que conducen juntamente la sobra de imaginación y la falta de dinero; persona de ademanes francos y desenvueltos, de hablar facilísimo, lo mismo en las bromas que en las veras; individuo cuya personalidad tenía acabado complemento en el desaliño casi elegante de su traje, más viejo que nuevo, y no menos descosido que roto, aunque todo esto se echaba poco de ver, gracias a la disimuladora aguja que había corregido así las rozaduras del chupetín como la ortografía de las medias.
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Diciendo esto, trajo un pañuelo y desdoblando una de las puntas despaciosamente, y como si se tratara de la más vulnerable y santa reliquia, sacó una moneda de plata que puso ante la vista de Santorcaz sin permitirle que la tocara.
– Esto me dio – añadió enjugando con el mismísimo pañuelo las lágrimas que de improviso corrieron de sus ojos-; esto me dio con sus propias manos aquel que vivirá en la memoria de los españoles mientras haya españoles en el mundo. Yo estaba barriendo la oficina cuando entró D. Pedro Velarde buscándole y le dije: «Mi capitán, hace un rato que salió con D. Jacinto Ruiz». Después D. Pedro entró y estuvo disputando con el coronel: al cabo de un cuarto de hora volvió a pasar por delante de mí. Quién me había de decir…
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