Episodios Nacionales: Zaragoza
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Benito Pérez Galdós. Episodios Nacionales: Zaragoza
Benito Pérez Galdós. EPISODIOS NACIONALES: ZARAGOZA
I
II
III
IV
V
VI
VII
VIII
IX
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XI
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Отрывок из книги
Éramos cuatro los que habíamos logrado escapar entre Lerma y Cogollos, divorciando nuestras inocentes manos de la cuerda que enlazaba a tantos patriotas. El día de la evasión reuníamos entre los cuatro un capital de once reales; pero después de tres días de marcha, y cuando entramos en la metrópoli aragonesa, hízose un balance y arqueo de la caja social, y nuestras cuentas sólo arrojaron un activo de treinta y un cuartos. Compramos pan junto a la Escuela Pía, y nos lo distribuimos.
D. Roque, que era uno de los expedicionarios, tenía buenas relaciones en Zaragoza; pero aquella no era hora de presentarnos a nadie. Aplazamos para el día siguiente el buscar amigos, y como no podíamos alojarnos en una posada, discurrimos por la ciudad buscando un abrigo donde pasar la noche. Los portales del Mercado no nos parecían tener las comodidades y el sosiego que nuestros cansados cuerpos exigían. Visitamos la torre inclinada, y aunque alguno de mis compañeros propuso que nos guareciéramos al amor de su zócalo, yo opiné que allí estábamos como en campo raso. Sirvionos, sin embargo, de descanso aquel lugar, y también de refectorio para nuestra cena de pan seco, la cual despachamos alegremente, mirando de rato en rato la mole amenazadora, cuya desviación la asemeja a un gigante que se inclina para mirar quién anda a sus pies. A la claridad de la luna, aquel centinela de ladrillo proyecta sobre el cielo su enjuta figura, que no puede tenerse derecha. Corren las nubes por encima de su aguja, y el espectador que mira desde abajo, se estremece de espanto, creyendo que las nubes están quietas y que la torre se le viene encima. Esta absurda fábrica bajo cuyos pies ha cedido el suelo cansado de soportarla, parece que se está siempre cayendo, y nunca acaba de caer.
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– Hacia allá – repuso el cojo. – Ya saben ustés que los franceses se enredaron y se atascaron en el arco de Cineja. ¡Virgen mía del Pilar! Aquello era matar franceses, lo demás es aire. En la calle de la Parra, en la plazuela de Estrevedes, en la calle de los Urreas, en la de Santa Fe y en la del Azoque los paisanos despedazaban a los franceses. Todavía me zumban en las orejas el cañoneo y el gritar de aquel día. Los gabachos quemaban las casas que no podían defender y los zaragozanos hacían lo mismo. Fuego por todos lados… Hombres, mujeres, chiquillos… Basta tener dos manos para trabajar contra el enemigo. ¿Ustés no lo vieron? Pues no han visto nada. Pues como les iba diciendo, aquel día salió Palafox de Zaragoza para…
– Basta, amigo mío – dijo D. Roque perdiendo la paciencia; – estamos encantados con su conversación; pero si no nos guía al instante a casa de mi paisano o nos indica cómo podemos encontrar su casa, nos iremos solos.
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