Democracia envenenada
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Bernhard Mohr. Democracia envenenada
Отрывок из книги
está oscuro, oscuro, oscuro. de pronto, todo se vuelve luminoso. Súbitamente, todo se vuelve tan claro que mis ojos, que han pasado la última hora interpretando los tonos marrones, grises y negros del cielo, se detienen ante las luces. Llegar de noche a Sheremétievo fue como salir de los largos túneles de Haukeli en un día soleado de verano de la década de los ochenta. Cuando se atraviesa la niebla espesa, se abre una vasta y difusa extensión de paisaje. Una vez que los ojos superan el choque visual, aparece un patrón: círculos concéntricos atravesados por líneas, como si fueran telarañas. Son las vías circunvalares y las carreteras de acceso que forman parte de la ciudad más grande de Europa. En el centro, semejante a la puntada dejada por un compás, está el Kremlin, y allí es donde finalizan todas las vías de acceso. Si miras a los lados, las avenidas se parecen a las arterias del corazón. La vía circunvalar que las rodea debería cortarles el paso, encerrando la ciudad, conteniendo las luces. Pero las avenidas continúan y siguen más allá, atravesando el país más grande del mundo.
A causa de un accidente aéreo, los Tupolev 154 fueron sustituidos por los Airbus 320, lo cual, desde una perspectiva ambientalista, pudo ser bueno, pero debido a esa tragedia, no lo fue tanto para los amantes de Moscú. El espléndido pájaro de hierro se acercó a su destino con inclinaciones lentas, giró su cuerpo y por fin aterrizó. Esto permitió apreciar la capital de Rusia desde distintos ángulos: Kurkino, un barrio residencial en el que cada edificio de treinta pisos alberga a tres mil personas; el canal de Moscú, una proeza de ingeniería de la década de los años treinta, excavado por las manos de los condenados a muerte en la época del terror de Stalin; los penthouses con muelles junto al estadio Vodnyj, con espacio para practicar esquí acuático, y los clubes náuticos en Novo-Aleksandrovo; los mastodontes de Ikea y Metro en Leningrado, que les han enseñado a los rusos a amoblar sus casas al estilo escandinavo; Bukhta Radosti —la bahía de la felicidad— donde las familias pasean a bordo de los típicos botes de Moscú cuando llegan los cálidos días del verano; los solariegos pastizales que brotan junto a las casas de ladrillo de los adinerados y que arropan con su sombra las huertas con las que sobreviven los pensionados de sueldo mínimo; y el bosque de Jimki, donde se pretendía construir una autopista, lo que suscitó una serie de protestas en las que un periodista casi pierde la vida.
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El 16 de marzo se organizó un referendo carente de observadores internacionales, en el que el 96% de la población de Crimea, de acuerdo con los resultados oficiales, votó por el «Sí» a favor de la unión con Rusia. Dos días más tarde se aprobó en la cámara alta de la Asamblea Federal rusa que Crimea y Sebastopol serían parte de Rusia; al mismo tiempo, la mayoría de miembros de las Naciones Unidas votó por una resolución con la que se rechazaba el referendo y apoyó la integridad territorial de Ucrania.
En abril, la situación se agravó en la cuenca del Donbás. Se suscitó un conflicto armado entre separatistas prorrusos y soldados ucranianos. Aunque Rusia rechazó las acusaciones de injerencia, la inteligencia extranjera y los periodistas locales descubrieron que los separatistas recibían apoyo desde el lado ruso de la frontera. Como respuesta a la agresión rusa, la Unión Europea adoptó sanciones económicas, las cuales fueron respaldadas por Noruega. Varios miembros de la elite política y económica de Rusia, muchos de ellos amigos cercanos y colaboradores de Putin, fueron declarados personas no gratas en la Unión Europea y en los Estados Unidos.
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