El futuro comienza ahora
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En este libro escrito al ritmo de los acontecimientos provocados por la covid-19, Boaventura de Sousa Santos realiza, entre el miedo y la esperanza, un brillante análisis que trata de extraer las muchas lecciones que parece estar dándonos una pandemia que ha intensificado las desigualdades y discriminaciones sociales. Una de las más importantes tal vez sea la necesidad de democratizar la democracia. En medio de tantas muestras de actitudes contrarias a la vida, de negacionismo, de concentración del poder a base de decretos y estados de excepción, es urgente preguntarse quién gana realmente con todo esto.
En la primera de las dos partes en que se estructura el texto, se ofrece una visión lo más panorámica posible de la devastación provocada por el coronavirus, de la historia larga que lo precedió, de las causas que determinaron la forma en que «eligió» a sus víctimas, de las consecuencias que se derivaron de ello, de las acciones de los Estados y de las comunidades ante un peligro de dimensiones imprevistas. En la segunda, se argumenta que tal vez sea ahora cuando el siglo XXI tenga su verdadero comienzo. Estamos al final de una era que comenzó en el siglo XVI con la expansión colonial europea; las señales son demasiado visibles para ser ignoradas. En la nueva que se abre ante nosotros, la naturaleza ya no nos pertenece, sino que nosotros pertenecemos a la naturaleza. El autor prevé una transición larga y difícil, pero irreversible, hacia un nuevo modelo de civilización poscapitalista, poscolonial y pospatriarcal. Las resistencias serán enormes, pero la tarea es inaplazable.
Отрывок из книги
Cuestiones de antagonismo
De la pandemia a la utopía
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En el caso de Mozambique, por ejemplo, a pesar de no haber muchos datos disponibles, la memoria del impacto de la influenza está presente en varios relatos. Como lo describe Julio Machele (s/d), la influenza de 1918-1919 fue conocida allí como Xiponhola por los indígenas, mientras que las autoridades coloniales usaron la denominación de «gripe neumónica». Al principio, las autoridades portuguesas en Mozambique ignoraron la velocidad con la que la influenza se estaba extendiendo por el mundo. Pero cuando comenzaron a surgir rumores de que la enfermedad había llegado a las vecinas Sudáfrica y Rhodesia, el gobierno colonial mostró preocupación, ya que había muchos indios mozambiqueños trabajando en estos territorios, pero que pasaban el tiempo libre con los suyos. La influenza llegó a Durban y Johannesburgo en septiembre de 1918. Fue desde estos lugares como la enfermedad se propagó hasta la frontera entre Mozambique y Sudáfrica, un importante punto comercial y un hito importante en el itinerario de los trabajadores migrantes del sur de Mozambique. A partir de este punto, la gripe se extendió a lo largo de la línea del ferrocarril, hasta Lourenço Marques (ahora Maputo). Esta ciudad tuvo sus primeros casos registrados en octubre de 1918, y la infección continuó extendiéndose hacia el norte. En Porto Amélia (ahora Pemba), en el extremo norte, las primeras referencias a la presencia de pacientes con influenza aparecieron en diciembre de 1918.
En Lourenço Marques, desde octubre de 1918 hasta principios de enero de 1919, el número de muertos fue de 235, con la mayoría de las víctimas de la influenza entre la población indígena. Al igual que en otros contextos coloniales, las justificaciones de las altas tasas de mortalidad reflejan las líneas abismales que organizaban la estratificación racial y de clases; los hospitales modernos que existían atendían principalmente a los colonos, un sello distintivo de los servicios de salud en estos contextos, ya sea en Asia, África o el Pacífico Sur. Cuando la pandemia llegó a Mozambique, los practicantes de medicina dedicados a las poblaciones indígenas eran raros y las instalaciones inadecuadas. Las medidas adicionales tomadas –incluidas la cuarentena, las restricciones a la circulación y a las reuniones indígenas, así como la suspensión de la emigración–, llegaron demasiado tarde. Las fronteras que separan Mozambique de Sudáfrica y Rhodesia fueron cruzadas por cientos de migrantes previamente expuestos a la enfermedad. Como en otros contextos africanos, con la colonización moderna, que comenzó principalmente en la segunda mitad del siglo xix, van surgiendo con fuerza los «espacios para los pueblos indígenas»[46], que sufren de hacinamiento y falta de instalaciones públicas, como vivienda, agua corriente, saneamiento básico y asistencia médica (Chigudu, 2020). La lógica de la dominación segregacionista, el control social y los llamamientos al orden ayudan a explicar la diferencia de víctimas mortales en varias regiones del mundo.
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