Zahorí II. Revelaciones
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Camila Valenzuela. Zahorí II. Revelaciones
Contenido
Baisteadh
Duelo
Vínculos
Ataque
Dudas
Nómade
León
Samhain
Imprevisto
Maldición
Disfraz
Reemplazante
Imbolc
Aliados
Celebración
Plan
Rito
Yule
Propuesta
Candado
Reencuentro
Revelación
Identidad
Blyth
Fuego
Epílogo
Отрывок из книги
A José, mi compañero
Dedicatoria
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Cuando Aïne cumplió once años, su sangre bajó. Entonces, se acercó a Bahee y le contó lo que había sucedido. Su madre se alegró de que ya fuera una mujer, la tomó y la llevó al gran roble, donde había sido bautizada. Trazó un círculo de sal alrededor de las dos y unieron ambas manos. Bahee le dijo que ella y sus hermanas eran únicas y que, por lo mismo, no sabía si podrían continuar su linaje con los hombres mortales de su clan. Sin embargo, en ese momento, lo averiguarían. Cuando cerraron los ojos, una catástrofe inundó los ojos de Bahee. Sangre, tristeza y generaciones malditas llegaron a ella. Aïne, que carecía del don de la visión, no pudo ver lo que su madre, aunque sí la envolvió un sentimiento de profunda desolación. Abrieron los ojos al mismo tiempo y Aïne, con las pupilas contraídas por el miedo, le preguntó a Bahee si acaso estaban condenadas a no tener descendencia. Bahee negó. Le explicó que, cuando cayera la sangre de sus hermanas, podrían crear seres que las ayudaran a continuar el legado elemental. Cuando Aïne le preguntó cómo debían hacerlo, un humo llegó hasta el gran roble. No tuvieron tiempo de cuestionar lo que sucedía, Bahee tomó la mano de su hija y corrieron veloces hasta el castro.
Lo que antes había sido su hogar, ahora estaba envuelto en llamas y oscuridad. Los clanes intentaban reunirse y salvar lo que podían, pero los normandos ya habían invadido prácticamente todo el lugar, dejando apenas la posibilidad de escape. Los huertos ardían, los animales bañaban con su sangre la tierra. Bahee no gritó, no habló, solo se concentró en buscar a sus hijas y Kene. Vio a Máira y Síle con los sobrevivientes de sus clanes y les ordenó a los mayores que esperaran a las cuatro elementales en el gran roble para luego escapar hacia el este. La niña del agua exclamó que no quería dejar a nadie, ni a ella ni a su padre, y Síle aseguró que podían luchar. Aïne, que conocía la desesperación de Bahee, tomó a cada hermana de una mano y les dijo que no tenían tiempo, que debían huir. La madre besó la frente de sus tres hijas y, en seguida, corrieron hacia el roble junto a lo que quedaba de sus clanes. Cuando las vio perderse en el interior del bosque, Bahee volvió a la realidad. A los gritos de dolor, al humo. Al hedor de la muerte. ¿Dónde estaba Ciara y Kene? Corrió entre cadáveres, pasó rauda entre la gente de su pueblo que peleaba contra las bestias extranjeras. Vio a un hombre que venía hacia ella con una espada, listo para atravesarle el pecho. Entonces, tomó una lanza enemiga que estaba inserta en el cuerpo de un niño y la arrojó con fuerza hacia su oponente. El golpe fue preciso y el hombre no alcanzó a emitir un solo sonido. Siguió corriendo, luchando, matando. Sintiendo cada muerte dentro de ella y rogando para que Kene y Ciara estuvieran con vida, pero el paisaje era desolador. Solo un milagro podría salvarlos.
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