Travesía
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Camilo Enrique Gómez. Travesía
TRAVESÍA
Prólogo
La historia detrás de Travesía
LEVANDO ANCLAS
Agua del cielo
Abandonados
Sonar de la lluvia
Las aceras
Grato amor
Austeridad
Germina vida mía
Tu aroma
La ausencia
Un recuerdo
El tiempo y el amor
Noches tristes
Es hora de zarpar
Navegar
MAREJADA
El tiempo y el ahora
El faro
Destellos
La muerte
Sencillez
Hombres o jaulas
Atrapados en el tiempo
Origen de las estrellas
Nuestro silencio
Silenciosa es tu boca
Dama de oro
En tu piel oscura
Brisa traviesa
Las sombras y el amor
SIRENAS
Ahínco y locura
Duele el silencio
Susurros de verano
Oportunidad
Sabor de la existencia
Noche de amarguras
El enigma y la noche
Otoño
Aurora amante
Sirena
El cielo parece mar
He venido
Ajena
Pasos ausentes
Cabalgata
MAR LLANA
La quietud
Luceros
Eco
Labriega
Sin mover mi boca
Cuida mi recuerdo
Gigante de fuego
Te vuelves vapor
Rosa
Pan y vino
Por eso no te sigo
Oasis
Hambre y sed
Diminutos e inseparables
Apareciste
TIERRA A LA VISTA
Te observo
Átame a ti
Todo o nada
Parir el amor
Dos es uno
Futuro incierto
Átomos
Abnegada
La Playa
Te espero
Alquimia
Tus piernas
Tu cuerpo
Arcilla
Vivimos en la noche
Desnuda
En tu sonrisa
LA VENTANA
Índice de contenido
Nota al pie
Отрывок из книги
Travesía
Camilo abandona el derecho en las noches para darle permiso a la poesía de ocupar su tiempo, su espacio, su mente, sus letras.
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Debo advertir, a modo de contexto, que los había dado por perdidos el seis de septiembre de 2017, día en el que fueron hurtados. Sin embargo, si de botines o tesoros se trata, resulta imperioso manifestar que quien se llevó la mejor parte fui yo. Así como poseo poco, también me aferro a poco. Y eso era lo que en aquella vieja y desgastada mochila negra (que me fue sustraída), iba. Tan sólo una memoria extraíble con versiones en borrador de algunos de estos escritos y el libro de obligaciones del maestro Ospina Fernández.
Con ocasión de ese suceso, empecé a contemplar la idea de no volver a escribir. Siempre hubo algo de aterrador en aquel pensamiento. A pesar de ello, una decisión debía tomarse. Los argumentos personales se inclinaban porque el hurto fuese total y mandara bajo tierra cualquier intento de escribir poesía otra vez. No obstante, empecé a sentir una extraña sensación, como si alguien o algo, pacientemente, estuviese aguardando por mí. Mi instinto tenía razón. Ese sábado, esa tarde, mientras me encontraba cumpliendo una antigua obligación (organizar la biblioteca), me topé de frente con una carpeta ignorada. ¡Vaya sorpresa! En su interior yacían unos versos y sonetos enmarañados y resignados al olvido o al encuentro. Estos aún conservaban mis garabatos y anotaciones. Incluso varios de aquellos hurtados estaban ahí, en versiones toscas.
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