La venta del Lucero
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Carlos Gómez Gurpegui. La venta del Lucero
LA VENTA DEL LUCERO
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Carlos G. Gurpegui
Отрывок из книги
Colección Readuck Narrativa Plumas
El día llegaba a su fin pero todavía tenían tiempo de disparar un par más de salvas aunque fuera más por orgullo que por tratar de rendir una plaza que se había convertido en el talón de Aquiles del ejército más poderoso de Europa.
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Era capaz de distinguir a los oficiales por su manera de andar, a las diferentes baterías por las distancias de sus disparos y los relevos y su procedencia. Más de un guerrillero de los que se jugaban la vida cada día en las marismas habría dado un brazo por la información que tenía Miguel casi en tiempo real sobre las tropas francesas. Pero el adolescente no había salido de la ciudad desde hacía meses y todavía tardaría más de un año en poder cruzar más allá de la Real Villa de la Isla de León sin temor a que un artillero francés acertase con los números y acabase con su vida. Notó que el fuerte de La Cabezuela estaba extrañamente inquieto ese día. Veía movimiento, más de lo normal, tras las murallas y había mucho trajín de hombres por los alrededores. Durante la noche todo el mundo en la ciudad pudo ver más iluminación de lo normal en la plaza enemiga y se comenzó a hablar de una nueva incursión por parte de las tropas de Claude-Victor Perrin.
Sin embargo, durante toda la mañana el revuelo no había disminuido, no había tropas en formación pero el fuerte seguía patas arriba. Miguel no había dudado en desatender sus labores en casa con tal de no perderse detalle de lo que pudiera llegar a pasar. Mientras observaba aquellas figuras azules moverse notó que una media docena de hombres formaba filas. Frente a aquellas pequeñas figuras creyó distinguir la curiosa pluma que coronaba los uniformes de los oficiales. La comitiva echó a andar con el oficial al frente en dirección tierra adentro. El fuerte no se calmó pero los soldados regresaron a sus tareas cotidianas; recargar las baterías, apuntar y llenar de nuevo la bahía de espuma. Miguel cerró el catalejo y lo dejó dentro de su pequeña caja de madera forrada. Descendió las escaleras directamente en dirección a la calle con una sonrisa. Se reunían de nuevo las Cortes y quería estar allí para verlo.
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