En sus crónicas, Carlos Velázquez no concede, no utiliza los lugares comunes y el exceso de adjetivos en la crítica musical. Puede hacer pedazos a bandas o personajes icónicos sin piedad, pero siempre con argumentos. Y cuando se trata de sublimar sus experiencias musicales, ya sea pop, rock o música norteña es capaz de conmover al más descorazonado lector. Ya sea desde la «tranquilidad» de la vida cotidiana como desde las situaciones de violencia por las que transita a veces —en su entorno y en su cabeza— Carlos está siempre registrando lo que sucede mientras narra mentalmente lo que le urge escribir. No sé si algún día muera por alcohol o por drogas, lo que sé de cierto es que sin escribir y sin música, ya estaría muerto. —Mariana H.
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Отрывок из книги
Carlos Velázquez
Sufro de un mal extremo, soy incapaz de negarme a acudir a un téibol. Un par de compas me rogaron, literalmente, para que los acompañara a uno. Te mamas un par de chelas, pides un taxi, pasas por tus chivas al hotel y te tiendes hacia la central camionera. El plan sonaba bastante inofensivo. Honestamente, no se me antojaba. Mi corazón me dictaba otra cosa. Pero me derrotó el mal consejo. Total, qué podía pasar. Estaba convencido de que no me dejaría tentar. Podía huir a medio cubetazo. La clásica: voy al baño (desaparezca aquí). Salí de La Nacional embarazado de mollejas, atropellado y chicharrón de Rib Eye. No es el mejor estado para entrar al téibol, de acuerdo, pero la necedad es como el deporte. Siempre hay que exigirle más al cuerpo. Llevarlo a sus límites.
.....
Cuatro condones después me dijo: eres un pinche burgués. ¿Moi? Eres de los que no te vienes si no es en una cama. He cogido en la calle, me defendí. Pos nomás por farol, me dijo. Pero seguro ni lo disfrutas. Y me acordé de la ocasión en que cogí de pie en una cochera a un lado de la Pirámide. Era cierto, no fue memorable. No fue como retar al peligro. Ni la posibilidad de que me atrapara la poli logró excitarme.
¿Te confieso algo?, consulté. A ver, me dijo. Mi novia me está esperando. Hoy es su cumpleaños. Y no voy a llegar a la fiesta. Ah, por eso no podías venirte. Tiempo, gritaron, y volví a subir las escaleras. Las había subido más de doce veces en la noche. Pidan otra cubeta, les espeté a los matalotes. Me voy hasta mañana.