El ojo de la casa

El ojo de la casa
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Cada programa que se ven en la pantalla, en una habitación, mete en la habitación un ambiente, unos aires, una coloración. La televisión no solo es una ventana a través de la que se ve otro lugar, ni es solo una aparición; a través de ella sale de si misma hacia la habitación. No es solo un ojo con el que la casa mira cosas que están en otra parte, sino que es también un ojo a la manera de una estrella: un ojo que emana una luz específica y, con ella, una influencia. Cada programa se nos aparece, también, como un fantasma. Se manifiesta en la casa, el mismo lugar donde los espectros de los ancestros -o de los antiguos inquilinos, en esa otra familia que se conforma a través del tiempo por sucesivos ocupantes de un espacio, no emparentados entre ellos- se aparecen. La televisión embruja la casa. Encanta la casa. No solo permite ver lo remoto, como dice su nombre, sino que permite ver lo inaccesible: es la evidencia de la existencia de otro mundo. La televisión es una madre que no podemos abrazar, como Odiseo no puede abrazar a la suya cuando viaja al submundo.

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Carolina Sanín. El ojo de la casa

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Mi hermano y yo vivimos en países distintos. A veces hablamos por teléfono. Tenemos pocos amigos en común y pronto agotamos los chismes que podemos compartir sobre gente viva. Entonces, en algún momento de cada conversación, uno le pregunta al otro si vio Law & Order: SVU. Repasamos el episodio y luego repetimos un número que tenemos, en el que comentamos la vida de la detective que protagoniza la serie: “Yo creo que Olivia nunca va a enamorarse”. “¿Tú crees que quiere?”. “A lo mejor está acostándose con el fiscal, pero eso no lo muestran”. Es el mismo chiste siempre: que fuera de la televisión sigue la serie. Que hay escenas que no se muestran pero existen. El número no nos hace reír en el teléfono, pero nos hace reír en el pasado.

Durante unos minutos (no más, pues no somos permanentemente bobos, y la conversación termina dándonos un ligero vértigo, en la cornisa de la infancia) intercambiamos escenas que aparecieron en nuestra imaginación y no en la pantalla. Nos conectamos en el sueño de una compañía en la que no estamos. Al mismo tiempo, nos ridiculizamos. Y en una capa debajo de aquella en la que nos burlamos de la posibilidad de confundir la realidad con el espectáculo, nos enternecemos con el desamparo que quizá los dos vivimos en la realidad factual, en nuestra lejanía y en la menudencia de nuestra comedia secreta.

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La primera vez que salí de Colombia viajé con mi madre y mi hermano a Miami y a Disney World. Estando allá, yo me decía que era emocionante estar en otro país y buscaba, sin encontrarla, una sensación de lugar radicalmente nueva. La única diferencia importante que encontré entre los Estados Unidos y Colombia fue que allá las casas estaban separadas entre sí, mientras que aquí estaban pegadas unas a otras, pared contra pared. Durante el viaje entramos en las atracciones del parque temático, que eran parecidas a ver televisión. La ilusión más grande del viaje era que compraríamos un televisor a color y lo traeríamos de regreso.

Yo solo había visto a color aquellas propagandas importadas, pregrabadas, de productos de prohibida importación, en la casa de mi compañera del colegio. En el televisor en blanco y negro de la casa de mis abuelos había visto la transmisión de la ceremonia en la que el presidente inauguró la televisión a color en Colombia. Supuse que a partir de aquel momento en el televisor todo se vería de colores, y tan pronto como pasó la inauguración empecé a verlos. “¿Se ve un poco morado, ¿no?”, “¿Amarillo, en el bordecito?”. Los mayores me explicaron que lo que se había inaugurado era la posibilidad de ver la televisión a color, pero que para verla, nosotros necesitaríamos un televisor nuevo: el nuestro solo tenía grises. Entonces lo trajimos de aquel viaje a la Florida. Un Sony Trinitron. De la primera experiencia de haber visto el mundo fuera de mi país traje también la posibilidad de ver en mi casa el mundo de afuera de mi casa, con muchos de los colores que en el mundo había.

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