El mar indemostrable

El mar indemostrable
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Un hombre entregado hasta la extenuación a la pesca de altura durante toda su vida; una mujer náufraga en su propia existencia; un chico en perpetua espera a que amaine el vendaval. El mar indemostrable es una deriva y una derrota, una narración que avanza entre los caladeros del alcohol, los silencios opresivos y la cotidianidad asfixiante. La novela está bañada de poética marítima y pequeñas historias costeras que convierten el océano en palabra, que ponen el lenguaje a navegar por las corrientes que la propia obra genera y en las que sus personajes son poco más que restos traídos por la marea. El mar indemostrable es la deslumbrante primera novela de Ce Santiago, traductor de autores de la talla de William Gass, Nicholson Baker o Gilbert Sorrentino, que parecen encontrarse bajo un timón narrativo común que destaca por su inusual osadía técnica y por un uso del lenguaje exquisito, y en el que caben la pesadumbre de lo cotidiano y la metafísica que impregna las relaciones humanas.

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Ce Santiago. El mar indemostrable

ÍNDICE

AGRADECIMIENTOS

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EL MAR INDEMOSTRABLE

II

.....

¿Sabías que las borrascas se mu even?, ¿eh?, dijo, Mírame, atiende, no lo sabías a que no, pues vaya si se mueven. Sorbo. Son baaajas presiooones, dice, como hastiado, una gota avante toda barbilla abajo, el chico esquiva sin ser visto, ya sabe cómo, el olor de sus palabras.

Con la suela de su mocasín trata de despejar un trozo de la tierra que tiene delante, apartar las acículas y las cáscaras de piñones y demás, alisarla, como una tablilla de arcilla o de cera, a la vez que con el otro pie y con el codo logra a costa del chico mantener su vaso y a sí mismo en un equilibrio imprudente. Va a dibujar algo. Va a escribir algo. Su letra. Su letra hiriente y cuneiforme cuando después del almuerzo en vías del sueño, frente al televisor, arrullado por los disparos de un cowboy mellado sin afeitar que pretendía hacer bailar a balazos a un camarero con tirantes en un western de medio pelo, ahíto y quebrado en la butaca con la cabeza colgándole del cuello como si cada párpado pesara una tonelada y el labio inferior haciendo esfuerzos espasmódicos por tocar la punta de la nariz, el chico recogió los platos y los llevó a la cocina y los puso en la pila donde su madre pospuso la tarea y el abandono y se permitió sonreír al chico y luego apagó una colilla debajo de un hilo de agua, y él bajó la vista y esquivó la mesa y el brazo de la butaca de camino a su habitación, a estudiar, las sempiternas matemáticas, Aprieta un huevo contra otro, decía él, La puerta encajada, Nada de puertas cerradas, si bien alerta porque antes de empezar quería rematar el dibujo de un barco entre acantilados brumosos coronados con un castillo que estaba intentando a lápiz en la última hoja cuadriculada del cuaderno de las matemáticas, unos acantilados similares a los de un cartel que amarilleaba por los bordes, Francia o Noruega o Escocia, pegado, algo torcido, con restos de cinta adhesiva al escaparate de una agencia de viajes, una vez que volvían del muelle en coche, el dibujo iba a hacer de encabezado para un relato que había empezado más abajo, «Tras un largo viaje, el barco del rey regresaba a su…» así que abrió el cuaderno de las matemáticas por la última hoja, le estaba quedando realmente bien, pensó, las olas contra las rocas4 al pie de los acantilados y la quilla del barco, con una única vela henchida, para el primer relato que iba a escribir, el primero de muchos quizás5, quién sabe, y tropezó con su letra aristada y elemental ESTO SON GILIPOLLECES en mayúsculas, cada palabra escrita al parecer gracias a un esfuerzo extenuante, acuchillando, atravesando el dibujo y las primeras líneas del relato, y como una marca de agua que susurrara al oído sus huellas quedaron impresas en las demás páginas, y en las por venir, y en las que no llegaron, palabras que significaban lo que significaban y que estancaban a la vez la verdad arquimedea que ostentaban, y la boca se le secó al instante, y tragó pero tragó nada, y arrancó la hoja despacio, y más despacio aún la arrugó hasta hacer una bola que luego prensó a conciencia mientras de puntillas entraba al cuarto de baño, la echó al cubo blanco de los desperdicios pegado al retrete color gamuza, polvo y un vello púbico en la tapa, y la cubrió con restos de papel higiénico y una maquinilla usada hasta que quedó fuera de la vista, y finalmente tiró de la cadena para justificar aquella visita al cuarto de baño, demasiado cerca de la oreja siente y huele un Bajasss presiones gaseoso y urticante y ve cómo aprieta los labios y cómo, usando el palo del recogedor, garabatea en la arena húmeda que no ha logrado ni despejar ni alisar lo que en apariencia son unas elipses abolladas mal concéntricas, Menos de mil, de mil trece milibares, mira y atiende coooo ñoo suelta ya esa cuerda que me estás poniendo de los putos nervios me cagoen dios. Tírala, tírala, que la ¡tires!, ¡joder!, y atiende, coño. ¿Ves?, dice, dibujando espirales, derramando otra vez la bebida, Joder, para sí, y se lamió el dorso de la mano, ¿Sa bes lo que son? ¿Eh? Sorbo. ¿EH? Tú qué vas a sa, son, se llaman curvas isobaras, dice, Son un sím bolo, las isobaras sirven para, representan milibares, la presión del aire de latmóssfera.

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