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Cintia Lorena Delgado. 21 Gramos
21 Gramos
Agradecimientos
I. Nocturnal
II. El estanque de los imperfectos
III. El usurero de la oscuridad
IV. Miqui de cristal y acero
V. Ajuste de cuentas
VI. Espejo
VII. Desobediencia y confrontación
VIII. Tres segundos en sus zapatos
IX. Paradoja
Sinopsis
Отрывок из книги
CINTIA LORENA DELGADO
Créditos
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—Estás perdiendo la cortesía que caracteriza a tu clan –susurró Gabriel y volvió a sonreír sin que mis ojos que ya estaban rojos y destellantes lo intimidaran–. Las alas solo son simbólicas ante tus ojos y lo sabés muy bien. Están, pero nunca las vas a poder tocar. Es como el alma. Está fuera de tu alcance, Isaías... Si no te la entregan por voluntad propia... Por lo que tus deseos oscuros de torturarme nunca se cumplirán, dejá de tenerlos. Gastás tu energía en vano. –Se levantó y se acomodó la campera con una sonrisa grande en el rostro–. Pero no empecemos con el pie izquierdo. ¿Te gusta mi campera nueva? Me la puse solo para venir a verte, a pesar del calor. Quería causarte una buena impresión… Y vos me querés impedir mi ingreso. Eso me hiere. “La casa se reserva el derecho de admisión” no debería aplicar para nosotros. Recordá que nuestros trabajos están entrelazados. Voy a entrar todas las veces que necesite verte y vos me vas a recibir todas las veces que venga... “Porque los de arriba tenemos privilegios”. –Gabriel me miró con un gesto simpático, de esos que le gusta hacer cuando se queda con la última palabra. Lo había conseguido, el bastardo me dejó sin palabras. Se dirigió a la puerta y giró a vernos a todos, sosteniendo por un poco más de tiempo la vista sobre Samuel en alguna conversación silenciosa de miradas y reproches latentes y antiguos de la que era espectador por primera vez. Luego dirigió sus ojos hacia mí con un gesto amargo y diría hasta algo triste–. Nos estamos viendo pronto, caballeros, señorita.
Bien. Se había ido, fue un empate. No dejé que cerrara Nocturnal, pero él sí cerró mi boca. Y para colmo, mi martirio no terminó ahí, porque las palos en mi rueda no paraban de aparecer como si se hubiesen puesto de acuerdo para agitar la noche. Y fue cuando Gabriel desapareció en el pasillo de luces verdes y rojas que la silueta de Tony se asomó en cámara lenta sin cruzar al interior del despacho. Sus ojos temblorosos que apenas aparecían tras el marco de la puerta me indicaban que tenía otra desagradable visita impaciente de verme, tan impaciente que no perdió el tiempo en anunciamientos ni presentaciones protocolares y se adentró de lleno tras palmear la espalda del asustadizo empleado que había perdido el habla en la figura de la arrogante visita. No me disgustaban sus largas piernas bajo ese pantalón negro ajustado, pero sinceramente siempre creí que su selección de camisas era demasiado masculina para su prominente busto, su cuerpo era intimidante, pero su estilo no le hacía honor.
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