Seguir la noche

Seguir la noche
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Una alocada salida de copas por Valparaíso nocturno expondrá las vidas de un grupo de amigos que viven al margen del orden estatuido: pseudoartistas, eternos estudiantes, parásitos del dinero de otros, expatriados por la dictadura que aún no encuentran su lugar en el país, todos enemigos declarados del día. Sucumben al conjuro de la noche, donde sienten que el tiempo no transcurre, o donde —una y otra vez, como en un encantamiento— vuelve a caer la misma oscuridad sobre la urbe.La noche, donde todo puede acontecer y corren libres los placeres y peligros renegados por el día, para estos seres que navegan a perpetuidad en un barco sin puerto. ¿Existe un antídoto para el encantamiento en que están sumidos? ¿Acaso lo buscan? ¿No es preferible quedarse por la eternidad bajo el hechizo nocturno? ¿La luz del día podrá romper el embrujo? ¿O solo lo ocultará?

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Claudio Naranjo Vila. Seguir la noche

SEGUIR LA NOCHE

Claudio Naranjo Vila

PRIMERA EDICIÓN. Noviembre 2021. Editado por Aguja Literaria. Noruega 6655, departamento 132. Las Condes - Santiago - Chile. Fono fijo: +56 227896753. E-Mail: agujaliteraria@gmail.com. Sitio web: www.agujaliteraria.com. Facebook: Aguja Literaria. Instagram @agujaliteraria. ISBN: 9789564090009. DERECHOS RESERVADOS. Nº inscripción: 2021-A-9008. Claudio Naranjo Vila. Seguir la noche. Queda rigurosamente prohibida sin la autorización escrita del autor, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra. por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático. Los contenidos de los textos editados por Aguja Literaria son de la exclusiva responsabilidad de sus autores y no necesariamente representan el pensamiento de la Agencia. TAPAS. Imagen de portada: Carla Guerra Villar. Diseño de tapas: Josefina Gaete Silva

A Mila y Luna, por ayudarme a escribir esto

ÍNDICE

Dedicatoria. Frases. Seguir la noche

Ella ha vuelto. Después de tantos años y desencuentros, ella aparece. Se pregunta si en realidad fue hasta su mesa a mostrar sus libros, en esa imagen borrosa e incierta de un bar que le dejó la noche anterior. ¿Y quién habrá sido aquel hombre sentado a su lado? No recuerda con certeza lo que ocurrió, solo guarda la sorpresa del encuentro, el alcohol bebido hace que su memoria se asemeje a las imágenes de un sueño. Algo le dice que, de algún modo, es cierto. No cree que ella lo haya reconocido —tan cambiado está—, con el pelo y la barba largas, muy distinto al corte romano y las patillas recortadas que usaba antes. Como en tantas otras veladas, la noche pasada anduvo de un lugar a otro vendiendo sus libros, entró a muchos locales para ofrecerlos y bebió a costa de las pocas ganancias que le dieron sus versos. Los ejemplares, que aún carga hoy consigo, llevan como autor un seudónimo que no sabe si ella recuerda

Como un rehabilitado que de golpe recuperaba largos años de abstinencia, recordé tu número. Esperé a que mis amigos salieran del baño, cerré la puerta de la cabina y marqué. Entre sorprendido y decepcionado, escuché una voz diciendo que el número que acababa de marcar no existía y que consultara la guía. La grabación volvió a empezar, mientras le daba un puñetazo a la puerta. “Todo está perdido —pensé—, nunca más sabré de ella”. Escupí en el water y paseé de un rincón a otro de la cabina para hacer memoria. “¡Claro! ¿Cómo pude ser tan tonto? Si desde entonces agregaron otro dígito a todos los teléfonos de Santiago”. Hundí los botones de mi celular otra vez

La olvidada imagen de ella cobra vida con cada paso que da hacia la noche. Ha salido del Cinzano y, con las manos en los bolsillos del abrigo, esquiva a la gente que camina por la calle Esmeralda. La interminable corrida de micros no permite descender de la vereda para adelantar al tropel de asalariados y estudiantes. Llega hasta el reloj Turri, toma el ascensor Concepción y una vez arriba, pasa por el Café Turri y luego dobla a la izquierda por la calle Papudo. Se adentra por el Paseo Atkinson, con sus bancos ocupados por parejas y turistas. Desde el mirador ve que algunas luces de las calles abajo están encendidas y el sol se ha marchado de la bahía

A mi regreso del viaje me demoré en llamarte, Alejandra. Tuve numerosas visitas a las salas de venta, una rueda imparable de reuniones y el resto del tiempo Paula estaba todo el rato encima de mí. Fue una noche en que volví tarde de la oficina, había pasado a comprar comida china y Paula me decía que no quería comer cosas que no sabía cómo se preparaban, cuando sonó mi celular

Como si el tiempo no hubiera transcurrido y aquello recién empezara a suceder, su imagen olvidada cobró vida y olvidó los días que olvidaron el sendero de regreso

No sabía cuántas noches habían pasado desde que ella lo despidió en la puerta de su casa, la noche en que todo terminó, cuando sus labios se tocaron por última vez y él se marchó, recogiendo las migas por el camino que ya no podría llevarlo de vuelta, a través de calles frías y solitarias que no desembocaban en ninguna parte, hasta que ella destrenzara el tiempo perdido y quisiera que regresara..

Pasaste a recogerme más tarde de lo acordado. Estaba nervioso y tomé unos cortos de vodka mientras esperaba, así el olor a alcohol no se notaría como con el whisky. No me importaba si Paula me sorprendía contigo y todo se acababa, pero no se había dejado caer esa noche todavía. Mientras me empinaba otro vaso, sonó el citófono. Eras tú. Dijiste que preferías esperarme en el hall. Bajé y al verte quise abrazarte, pero te apartaste luego del beso en la mejilla. Tu cabello lucía rojo en vez del castaño natural, aunque el resto de ti parecía igual. Como regalo del viaje te pasé un álbum de postales con cuadros de Van Gogh, recordaba que antes te gustaba mucho; lo compré a la rápida en el negocio de un museo que visité entre una y otra reunión

Al Poeta lo invade una agradable sensación de embriaguez, una marejada ardiente que se intensifica con cada vaso que llena. A ratos está ausente, ve al Estudiante y al Jote mover los labios sin emitir sonido. Piensa en cómo un tiempo pasado puede adquirir un aire actual con tanta facilidad; sin embargo, también considera que las palabras que nombran el ahora, a la larga, resultan forzosamente precarias o limitantes, pues van detrás de una imagen de lo real que siempre es escurridiza

Pasó el tiempo. Al partir te llevaste la parte más hermosa y el bar fue lo que quedó. Después del trabajo me dejaba caer en el Liguria sin pasar por el departamento. Pedía un whisky tras otro, mientras en la mesa mis amigos de esa noche reían. Una vez ebrio, empezaba a recordar, como si aún debieras regresar del baño. Me sentía ajeno a todo y el alcohol me aferraba a esa sensación. A ratos el ruido de las voces que hablaban sin parar hacía que te esfumaras de mi memoria. Un mozo pasaba de vez en cuando preguntando si quería algo más. Las personas alrededor se movían con animosidad, parecían tan amigos, compartían cigarrillos y botellas, conversaban de algo que no lograba descifrar. Las paredes sobrecargadas de afiches me mareaban, al final bajaba la vista. Muchas noches hice lo mismo, esa sensación confundía una velada con otras

Su profunda desolación por la búsqueda infructuosa de una vida mejor que el futuro le traería —una tierra prometida a la cual nunca llegaba—, lo mantenía aferrado al mundo

Como un rehabilitado que de golpe recuperaba largos años de abstinencia, había recordado tu número

Ella lo tomó entre sus brazos para reunir sus cuerpos. Quiso creer que sus manos apartaban el tiempo y lo llevaban hacia el lugar donde estaba esa noche, solo esa noche por sobre las otras. Ella, después de tantos cuerpos, recibiéndolo como si regresara de un largo viaje que lo traía de vuelta de ninguna parte. Sin importar las tinieblas que los rodeaban, se pusieron a caminar por la calle nocturna hacia una hermosa vida que traería el futuro

La noche siguió fluyendo y nada pudo hacer para recuperarla

El casino social J. Cruz M. es un restaurante metido en un callejón al que se llega por la calle Condell. Cuenta la leyenda que, de todos los lugares en el puerto, es el que tiene las mejores chorrillanas, un gran plato compuesto por papas fritas, cebolla, huevo y carne mechada picada en pequeños trozos. Al Poeta a veces le gusta hacer de guía turístico y llevar a sus amigos a comer allí, para que se entretengan mirando las diversas vitrinas sin tener que hablar, sobre todo esta noche que no tiene ganas de pensar en algo ajeno a ella

Alejandra, tantas estupideces que hice y tantas otras que pude evitar, sabiendo de antemano que no debía hacerlas mientras las hacía. No hablo solo de ti, sino de la vida, de toda mi vida. Creo que es cierto, estabas mejor lejos de mí. Ahora narro cosas tal como sucedieron. A lo mejor es una forma de expiar mis culpas y aclarar mis dudas; pero nada dicen de ti, nada saben de ti. Estas cosas sucedieron cuando todo estaba perdido entre ambos, o así lo creí en aquel entonces. Quizá con esta justificación me exima en algo del dolor por tantos equívocos y desastres, como aquella vez en el trabajo:

En silencio beben sus cervezas y hunden los tenedores en el plato. Verónica aún no regresa del baño, tampoco ha llegado la chorrillana de Bavestrello y el montón de pedazos de carne, cebolla y papas fritas baja rápido. En el otro extremo de la mesa, los turistas se han marchado y pueden separar más los cuerpos unos de otros

Mandé al mundo entero a la mierda, después de disfrazarme de nuevo con terno y corbata para ir a entrevistas de trabajo, y no encontrar ni un mísero puesto en ninguna empresa. Era probable que, al marcharme, llamaran por referencias a los gringos y se enteraran del numerito final que di. En esas circunstancias irme al extranjero con mis padres habría sido lo más cómodo y fácil, pero significaba aceptar demasiado pronto la derrota. Preferí excluirme de todo lo que había sido hasta ese momento —una persona que aspiraba a bienes, viajes y una vida placentera—, enrolándome en el trabajo que fuera. Quizá me habían hecho un favor al despedirme; de lo contrario, habría terminado perdidamente adicto para mantener aquel ritmo de vida

De pronto, el Poeta se zafa del grupo de amigos que lo sigue a muy corta distancia. Atraviesa corriendo, en medio de bocinazos y autos que avanzan veloces, la calle Condell. Entre la multitud ha visto a una chica con la cabeza pelada y se abalanza sobre ella, tomándola de un hombro y girándola. No es a quien esperaba encontrar, y se paraliza. La chica está asustada, sus amigas le dicen que no las moleste o llamarán a los pacos

—Murillo, viejo amigo, ¿te he contado alguna vez de cuando inspiré a Los Prisioneros para que hicieran la canción de la Marilyn?

Arrendé una pieza en el palacio Larraín, una inmensa casona vieja del barrio Brasil, reacondiciona con un sinfín de pequeños espacios de un solo ambiente, como pequeños departamentos. Para mí era una toma de conciencia irme a vivir a ese lugar venido a menos, una acción de arte el alejamiento de la vida burguesa y arribista que había llevado hasta ese momento, algo que Paula no soportó

Mientras esperan a Verónica y al Poeta —no saben dónde se han metido—, Bavestrello y el Estudiante beben sus tragos y conversan, ignorando la música y el bullicio de la gente a su alrededor

A Consuelo la conocí durante el tiempo en que andaba lamentándome de que la vida se hubiera hecho tan dura de un día para otro. Como en los dibujos animados, una nube negra llovía sobre mí adondequiera que iba. Mi celular sonaba y nunca era alguien con quien quisiera hablar. Me había abandonado a mí mismo, era el tiempo propicio para que alguien llegara a rescatarme, pero Consuelo no apareció para eso

El Poeta considera La Piedra Feliz un lugar esnob hecho para los niñitos bien de la Ciudad Jardín, como también llaman a Viña del Mar, que se dejan caer creyendo que viven a fondo la bohemia porteña. Para él no es más que una distante prolongación de los aburridos pubs cercanos al casino de Viña del Mar, donde abundan concursos del tipo “el mejor queque” o “trago a la mejor en karaoke”. Allí las chicas bonitas suben al escenario, donde algún aburrido animador —que solo destaca del resto porque grita más fuerte— regala tragos si la chica imita como oligofrénica al cantante original, tomándose por lo general al seco el trago arriba del escenario y embruteciéndose aún más con ello

Una tarde Consuelo me citó a la terraza de Las Lanzas, quería que conversáramos sobre nuestra relación, la cual de forma sostenida y predecible se volvía día a día más distante. No sabía bien qué me sucedía, o solo me gustaba más pensar en ti, Alejandra, en lugar de acudir a las llamadas de Consuelo. Las chicas eran una especie de conexión para llegar a ti, estaba más inmerso en mi memoria que en la realidad. Le conté que había estado trabajando mucho en las últimas semanas (lo cual no era cierto), pero que por ningún motivo me preguntara a qué me dedicaba, aquello no tenía importancia alguna. También había estado escribiendo, de eso sí podía interrogarme cuanto quisiera

No puedo amar a nadie. Acuérdate. que la reina de las nieves. me ha llevado en su trineo. y tú has crecido demasiado. como para poder rescatarme

El Poeta insiste en buscar a alguien que quiera descargar su rabia contra él, desatar el odio, alimentar el deseo de agresión que aflora en algunos cuando toman unos tragos de más. Siente asco de la monotonía del lugar, quiere despertar los sentidos y salir de la modorra. Ninguno de sus conocidos esta noche le quiere dar una golpiza, salvo el cuatro ojos de Bavestrello, que es un gordo blandengue y cobarde incapaz de pegarle a nadie. El resto, personas desconocidas, posibles enemigos contra quienes puede arremeter. Necesita sacarles la máscara de las buenas costumbres, darles un empujón y así ayudarlos a acabar con él, lo único que esta noche puede depararle. De tanto buscar el odio al final se encuentra, antes estuvo tanto tiempo en eso que fácilmente puede recuperar lo perdido, sintiendo que de algún modo ahora lo necesita

Consuelo tenía ojos de serpiente y a veces hablaba cuando dormía. Se la podía ver todos los atardeceres sentada en la terraza de Las Lanzas, bebiendo una cerveza. Después del trabajo iba a clases de teatro y hacía el amor para sí misma

Volví a encontrarte, Alejandra. No esperaba verte otra vez, pero de pronto ahí estabas. El mundo giraba y nosotros no. Claro que las pompas de jabón se reventaron cuando supe que no fue casualidad, sino lo contrario. Consuelo me había preguntado todo acerca de ti luego de que le hablara de nosotros, en esas noches insomnes sin amor entre ambos. Me preguntó qué hacías y, al parecer, no le costó mucho dar contigo; después de todo, eras una figura semipública con tus proyectos de los centros de tortura como monumentos nacionales, aunque no prosperaran. Con el tiempo me enteré de cómo te había llamado para contratarte como arquitecta, para un sitio cerca de Santiago donde supuestamente construiría una casa. Supe de los encuentros cada vez más frecuentes para discutir el proyecto, en algún café, en un bar, y de cómo pausada, pero de forma calculadora, se fueron haciendo amigas y el motivo original de los encuentros se diluyó. Por esa época no sabías diferenciar el bien del mal, las cosas que deseabas eran tuyas. Tenías el rostro de noches lánguidas y el pelo color miel. Eras una más de las amigas de Consuelo, te reías con los tipos que tantas veces había visto en su mesa de Las Lanzas. Poco tenías de la Alejandra que guardaba en mi memoria

Es el momento de la noche en que lo esperado puede no ocurrir y lo inconcebible desatarse. Lo sabe el Poeta, mientras mira la noche como hacia el umbral de una puerta que no se decide en abrir. Se siente en un trance de decirse a sí mismo que está cansado o algo borracho, es mejor marcharse a descansar y fingir que no ha pasado nada, o dar un paso hacia adelante y sacar de la ambigüedad oscura las sombras que se definirán a medida que se acerque. Empieza a perfilarse una trama secreta, como si esta noche fuera la noche de la vida o la última de un tiempo iniciado

Tendidos en la cama después de hacer el amor, le habló a Luna de Alejandra, contándole de cuando lo llevó a su departamento después de tanto tiempo de buscarlo, de haberle rogado a todos los santos para reunirse con él, como en una vieja y romántica película de amor, sin importarle nada ni nadie, sin tomar en cuenta las malas experiencias que vivieron, ni las advertencias que señaló Consuelo al saber que se quedaría con él, con toda esa ansiosa espera que sentía como un leve cosquilleo en el estómago, igual a una embriaguez antes de precipitarse en el abismo de sus brazos —le contó a Luna una historia llena de belleza y nostalgia, porque era mejor recordar así lo que Alejandra le había dicho al besarse en su departamento, en esa nueva oportunidad que se daban; decían desearse con desesperación, mientras la hija de ella no estaba—. De pronto, luego de tantos años de vivir sola y de su separación, aunque recién hubieran vuelto a empezar, como un reproche, le preguntó por qué se había demorado tanto en regresar, por qué la dejó abandonada durante tanto tiempo. Sentía tristeza de no haber sido capaz de mantenerlo, guardaba un afán secreto por recuperarlo de algún modo, para que él ocupara el lugar del amor que le tenía reservado

Valparaíso tiene un rostro propio, pero su espejo está roto, como una máscara que sale a buscarse cada noche, aunque nada es como parece y la imagen de lo que es permanece irreal e incompleta

Alejandra, esa mañana te levantaste de la cama donde yo aún dormía. La primera luz del alba recortaba el marco de la ventana. Imagino que fuiste hacia el resplandor y corriste las cortinas, rozando el helado vidrio con las yemas de los dedos. No empezaba todavía el estruendoso ruido de autos en la calle Cienfuegos, y las luces rojas de las casas de cita, al mirar hacia la Alameda, seguían encendidas

El Proa es un bardisco ambientado como un barco, con pasadizos que obligan a subir y bajar a cada momento, además de recovecos y desniveles por descubrir a la vuelta de una esquina o al cruzar una puerta, pero también semejante a Valparaíso, con escaleras que empiezan y terminan en distintos ambientes, como si se asomaran a callejones frente al mar. Jamás tocan música techno aquí, eso es algo que el Poeta agradece. Es un espacio congelado en el tiempo, donde cada noche se reinaugura una vieja canción

El Poeta ha dejado de bailar, de nuevo empuja su camino a través de los cuerpos hasta llegar a la barra. Busca entre sus bolsillos por si le queda algo de dinero para otro trago. De pronto, un joven se para a su lado e inicia una conversación:

—¿Todavía me quieres?

El joven se llama Rafael y tiene un Volvo rojo último modelo. Dice que es muy temprano para terminar el carrete, agrega que lo que más le apesta de las mujeres es que hacen escándalo por todo, aludiendo a quien antes lo acompañaba y lo dejó botado. El Poeta pregunta si existe alguna mujer que no haga escándalos; sin esperar respuesta, añade: “Eso hay que darlo por descontado, aunque no es por las mujeres ni por nadie: es lo que hemos hecho del amor”

Para Rafael, hijo de puta

Consuelo permaneció en las sombras, a veces emergía de la oscuridad para interponerse en nuestra relación, y de cuando en cuando era yo quien le cedía un espacio a cambio de otros favores. Consuelo esperaba que fuéramos como los amigos de su mesa de Las Lanzas, unos títeres a quienes podía manejar a su antojo, pero nosotros dejamos de ir y ella empezó a venir a nosotros

Es tarde y quedan pocas horas para que el sol se levante. El Poeta baja del cerro Alegre por la calle Templeman, luego toma Papudo y desciende por un largo pasaje en forma de escalera estrecha que da a Urriola y está atestada de perros chicos que ladran sin cesar. Camina un rato por Esmeralda y llega a la plaza Aníbal Pinto, donde entra a un local frente al Cinzano que ha bajado sus cortinas metálicas. Es un lugar que siempre cambia de nombre, ninguno dura más de una temporada y por ahora, por esta noche, se llama Mar y Mar, como mañana podrá llamarse El Café del Poeta

—Ándate a la cresta, no quiero saber más de ti

El encantamiento tiene su tiempo contado, la noche se precipita hacia el fondo negro de las aguas, pero aún quedan restos de oscuridad y el Poeta los seguirá hasta el final. Todavía no llega el momento en que devela su verdadero sentido, el instante en que las máscaras caen y los seres nocturnos muestran su otro rostro, el de día, cuando la aurora resta poder al encantamiento, las costumbres nocturnas se desvanecen y se esparce sobre los habitantes de la tierra prometida una sensación de soledad y desconcierto. En esos momentos el Poeta se aferra a las palabras como el maníaco a la droga, como ha dicho Teillier, y se erige sobre la piedra más alta para entregar el mensaje que perpetúa el mito y la imagen

Hay que estar ebrio siempre. Todo reside en eso: esta es la única cuestión. Para no sentir el horrible peso del Tiempo que nos rompe las espaldas y nos hace inclinar hacia la tierra, hay que embriagarse sin descanso. Pero ¿de qué? De vino, de poesía o de virtud, como mejor les parezca. Pero embriáguense

Aquella noche en que empezaron las otras, en este cuerpo mío que tuvo que seguir sin el tuyo, extravié las llaves y toqué el timbre

Estos son los días. iguales a otros días. que solo encuentran sentido. en los días. que se fueron

Recorre la ciudad sin dejar de consumir el alcohol quemante como la vida, esa vida que bebe como la noche, habría dicho con melancólico y fatal sarcasmo Apollinaire

Conociendo las costumbres de Consuelo tras la llegada del crepúsculo, decidí que antes de tocar su citófono daría una vuelta por su mesa de Las Lanzas. Como era de esperar, la encontré sentada con unos compañeros de teatro. Los conocía a todos, pero saludé con frialdad y ellos apenas me respondieron. Siempre me molestó de Consuelo que no se dedicara al teatro de una vez por todas, engañándose a sí misma en el juego de trabajar en algo que diera plata para después hacer lo que le gustaba. El problema radicaba en que ese “después” se postergaba por siempre. No era posible servir a dos amos al mismo tiempo

Las antiguas metáforas del puerto hablaban de un anfiteatro a cielo abierto, cuando se contemplaba la bahía y sus múltiples cerros desde el mar. Quise presenciar tal espectáculo como si fuera un hombre de mar recién llegado a Valparaíso, y compré un boleto para un paseo en las viejas lanchas que se apostaban en el muelle Prat. Después de una vuelta por las espesas aguas llenas de grasa, contemplando los murallones de barcos entre los cuales nos movíamos, volví empapado a tierra. Aunque era cierto que los cerros conformaban un horizonte curvo desde el punto en el mar donde nos encontramos, y que las casas colgaban de las pendientes siguiendo el contorno de las quebradas y promontorios, eso ocurría detrás de la primera línea de edificios que empezaba a crecer frente a la costa

Vagaba por Valparaíso sin rumbo, en busca de algo que no encontraba. Iba de una pensión a otra perdiendo libros, escritos y ropa en las mudanzas, dejando atrás a personas que apenas conocí

Tendido sobre la cama de Mila, la mira a través del espejo mientras se viste, cómo sitúa sus ajustadas prendas negras sobre el esbelto cuerpo. No usa ropa interior, escondería una desnudez que no necesita modelar, le disgusta recortar ciertas partes del cuerpo para esconderlas del resto. En ese momento no existe nada más en el mundo para él que verla vestirse. Como es adentro, es afuera. Como es la imagen de sí, es la imagen de sí misma. Nada más hay entre ellos. Nunca se ha sentido más cerca de ella que en este instante

Es mejor que veas como una metáfora lo que voy a narrar ahora, Alejandra, no como algo que viví; quiero que te hagas una idea de la soledad y el abandono en que me hundía. Estaba entregado a lo que viniera, no cuestionaba mi actuar. Vivía en la precariedad del que se abandona por el riel del destino y sabe que no hay vuelta atrás. Solo quedaba seguir, encogiéndose de hombros y subiéndose el cuello del abrigo, como el final de una película de Chaplin en que el círculo central se achica hasta dejar la pantalla en negro

El pacto con la vida es algo que el Poeta hace a diario, rogándole al mar para que se lleve una parte de su memoria y permanezca la otra, esa que debe seguir viviendo aquí y ahora para rescatarlo de otro tiempo. Todo es ayer, incluso las horas recién pasadas, y necesita permanecer abierto a lo que el presente continuo le depara. La poesía significa para él captar la brevedad de ese instante que no volverá, como una cámara fotográfica que construye el sentido fugaz de la imagen

Luna me llevó a vivir a una pensión del cerro Alegre, en casa de la madre de una amiga suya. En esa época no era un lugar esnob y caro reservado para turistas, sino igual de viejo y sencillo que el resto de la ciudad. Me buscó un trabajo como garzón, a veces se dejaba caer en mi pieza para saber cómo iba. Creía que si yo en verdad tenía corazón de vagabundo, dejaría todo botado para regresar a mis antiguas andanzas. Aunque prefería no hablar de mi pasado y ella se abstuvo de preguntar luego de una primera negativa, intuyó que mi vida no siempre fue así, quizá por la manera de hablar, los gestos menos duros que recuperaba y los libros que empecé a comprar. Creía que debió pasarme algo terrible para llegar a tal punto de abandono. No le gustaba que tomara y más de una tarde me pilló con olor a alcohol, luego de que escondiera la botella debajo de la cama

“¿Por qué habré recordado a Galileo cuando me encontré con Bavestrello?”, piensa el Poeta mientras camina por la calle Esmeralda. Ahora le parece tan torpe esa asociación laxa establecida entre Galileo y Galilea, una relación cacofónica entre conceptos. Pero si lo piensa mejor, Galileo fue un hombre que abandonó una vida para seguir existiendo; de continuar en la misma senda, lo habrían matado. Lo contrario del profeta de Galilea. Recuerda que leyó en una revista que el Vaticano, después de cuatrocientos años, absolvió a Galileo e incluso erigieron una estatua en su honor. Los mismos que quisieron matarlo, se arrepintieron y levantaron un monumento para honrarlo

Llegan a la librería El Ateneo, frente a la plaza de la Intendencia. Tras una orden del Poeta, el Jote toca el timbre repetidas veces, pero nadie abre

Extrañaba a Mila, sus tertulias literarias en aquella casa secreta detrás de la librería de su padre. Parecía que hubiera transcurrido una eternidad desde aquel entonces, cuando reunía a esos seres extraños que nunca vi a la luz del día. A pesar de sus miradas amenazantes, sus vestimentas negras, los aros por todas partes y los semblantes siempre pálidos, la conversación por lo general fluía de lo más cordial y amable. Se reunían alrededor de Mila, como si conjurara las llamas de un fuego que cobijaba del frío y los peligros de la noche; ella permanecía sentada en un gran sofá de cuero, imperturbable en el rincón de la inmensa habitación de techo alto. Todos parecían saber más de literatura que yo y nombraban a escritores de los que jamás oí hablar. Ella me hacía leer mis poemas, quería que al mostrarlos aprendiera más de lo que se esperaba de un texto, y también que entendiera mejor lo que trataba de decir. Sin embargo, algunos de esos seres estrambóticos no los consideraban poemaspoemas, sino narraciones poéticourbanas, fragmentos autobiográficos, prosa poética, microcuentos alambicados, cacofonía poética; escuché tantas denominaciones al leerlos

Una tarde, la dueña de la pensión fue a despertarme

En la honda iluminación que arroja el repaso de su vida, reconoce que va a perderla, que no existe algo que pueda hacer para recuperarla, por más que se interne cada vez más en la noche, esta se irá diluyendo, desapareciéndose por todas partes hasta borrarse el escenario donde aún podría encontrarla

Valparaíso es un transpacífico varado en el mar, ajeno a las aguas en que se encuentra, una ciudadbarco que vive para sí misma, sin puerto al cual llegar, a la deriva en un borrascoso oleaje

No es que quiera ser protagonista ni nada, sé que solo soy un personaje entre muchos, una actriz de reparto que —ahora y de forma momentánea— emergerá de las sombras, como pudo hacerlo cualquier otro de quienes hemos deambulado por estas páginas

En el instante en que Luna entra al bar Pancho’s, el sol extiende sus primeros rayos sobre los cerros. Viste de negro y tiene recogido su pelo castaño. Ve al Poeta y quiere correr a saludarlo, pero conoce las claves cuando se está inspirando para un acto poético y prefiere no interrumpirlo. Ha llegado en su búsqueda para irse juntos a su casa, después de que el bar La Playa cerrara

Cuando el encantamiento opaco de la noche se extravía, y somos presa de un tiempo que no es mañana ni hoy ni ayer, y la vida está perdida sin que nadie pueda rescatarla, buscas en los efímeros placeres de la noche una salvación, borrando los pasos que te han traído a través de los tiempos hasta este momento. Si la suave brisa del mar que trajo el encantamiento abandonó los cuerpos, dejando al descubierto las caras heridas por la luz, aún nos queda la embriaguez de la memoria de tiempos mejores, que bebe de las aguas negras de la noche, borrando las derrotas y los días sin sentido. Y si el aroma intenso del encantamiento penetra en tu mirada, y somos partícipes de un remoto crimen, todavía nos tenemos a nosotros para volver a seducir a la noche y que no nos abandone. Cuando la mirada escucha los pasos de los errantes de la noche, y el oído los ve encallar en sus costas siempre abiertas, con su mirada infinita, su ardorosa paciencia y la complicidad de los cuerpos, la noche pide quedarse como un sueño que nunca termina. Y si atraviesas la muchedumbre embellecida por la desobediencia, dueña de su insomnio y fatalidad, cómplices que no se saben en el mismo juego, colmada de vampiros recién iniciados, te dejas coger por una noche que durará para siempre, lejos de este maldito tiempo que se llevará todo

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La tarde cae en Valparaíso. Al Poeta, quien ha pasado todo el día al borde del abismo, no se le ocurre nada mejor que entrar al Cinzano, un antiguo bar de la plaza Aníbal Pinto, y pedir una cerveza. Sentado en la barra, mirando su rostro en el largo espejo que cuelga detrás de las botellas, se dice que ha llegado el momento de enfrentar de una vez por todas la situación que lo mantiene colgando de un hilo.

De algo está seguro: no andará tras ella. El reencuentro (un deambular incesante por la noche, por todas las noches que lo trajeron hasta este momento, como si su peregrinaje hubiera sido un largo camino de vuelta), más que la posibilidad de un nuevo comienzo, debe ser algo así como el fin de un tiempo, un epílogo que cierre y de sentido a los días que, de otro modo, se habrían perdido en la memoria. “Todo reencuentro debe ser la metáfora de una realidad que sucedió de otra forma”, y tantas otras excusas que se da a sí mismo a falta de las certidumbres que habrían dejado las cosas como estaban, es decir, como una relación lejana que terminó mal y no había manera de recuperar. Además que Mila, por quien debe en verdad preocuparse —tras su repentina y misteriosa desaparición—, no puede quedar relegada al fondo de la imagen.

.....

—¿Qué me vas a contar ahora, Estudiante? Deja tomarme otro trago mejor —dice el Poeta.

—“No sé de protestas ni de grandes discursos —dije— solo sé que el poeta debe cantarle al amor y a la vida y estar con los que sufren”. Como a todos, me aplaudieron, algunos gritaron consignas políticas, siguieron con viva el compañero Neruda, los poetas son la voz del pueblo, la poesía es de quien la usa no de quien la escribe… Esperé a que terminaran esa seguidilla de lugares comunes para largarme a recitar.

.....

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