Historia de la decadencia de España
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Cánovas del Castillo Antonio. Historia de la decadencia de España
EL PRIMER LIBRO HISTÓRICO
I
II
III
IV
V
VI
VII
CUATRO PALABRAS Á LOS LECTORES
INTRODUCCIÓN
LIBRO PRIMERO
LIBRO SEGUNDO
LIBRO TERCERO
LIBRO CUARTO
LIBRO QUINTO
LIBRO SEXTO
LIBRO SÉPTIMO
LIBRO OCTAVO
LIBRO NOVENO
LIBRO DÉCIMO
CONCLUSIÓN
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Cábeme el honor, que ha de constituir línea de relieve en las obscuras efemérides de mi vida, de ser el primero, que, lisonjeado por el bondadoso encargo de sus más amantes deudos, logra poner su pluma al frente del primer libro que, después de su muerte, se reimprime de la inmensa y exquisita labor histórica de aquel insigne publicista, hombre de Estado y altísima y universal inteligencia, que llenó, con los frutos sazonados de ésta y con los actos ejecutivos de su política y poder, más de la mitad del siglo antecedente en España, y que dejó ilustrado con lauros inmortales á la admiración de la posteridad el encumbrado nombre de D. Antonio Cánovas del Castillo.
Reconozco la inferioridad de medios en que me hallo, para acometer una empresa como esta, y que á algunos parecerá superflua, tratándose del hombre insigne de que se trata. Pero aquel de sus deudos más próximos, que sin atreverme á apellidar el más predilecto entre los suyos y que hasta en el nombre con él más se identifica, obedeciendo á altas consideraciones que el amor á su memoria le ha sugerido, y queriendo rendir este tributo de su afecto inextinguible, de su respeto reverente y de su admiración más entusiasta al que, sin dejar á los suyos más timbres nobiliarios que su apellido glorioso, después de haber sido por tanto tiempo el restaurador del Trono y de la dinastía, la columna de la Regencia en la casi orfandad de la Corona, el árbitro de los destinos de la Nación, el encumbrador de tantos otros y el objeto preclaro de la admiración de todo el mundo, el Excmo. Sr. D. Antonio Cánovas del Castillo y Vallejo, que une á los títulos de su elevada cuna y familia, el honor de los laureles del arte, me hizo la honra de acudir á mi amistad á comunicarme sus pensamientos y á invitarme á la asociación de su obra; y yo, que sin ser tampoco de los agraciados con los favores de la fortuna en los tiempos que tantos los alcanzaron, y que bajo todas las vicisitudes de mi laboriosa carrera profesé incondicionalmente la misma admiración, los mismos afectos hacia aquel hombre que en todas mis producciones políticas apellidé sin duelo monstruo de la naturaleza, y puse en la misma elevada jerarquía en los destinos de España, que en sus respectivos países alcanzaron Cavour en Italia, Thiers en Francia, Deak en Hungría, Bismarsk en Prusia y Disraeli en Inglaterra, no vacilé en aprovechar disposición tan ingenua para arrojar todavía mi última corona sobre la tierra que envuelve la sombra, acaso por muchos de sus más favorecidos ya olvidada, de aquel hombre que simboliza con su hermosa representación toda su época en España y fuera de ella, y que ocupará en la Historia de la Patria el lugar sublime de todos los que en el campo de la acción contribuyeron á sus grandezas y á su gloria.
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Al retirarse la guarnición de Doetecon, que fué uno de los puntos abandonados, pensaron los holandeses sorprenderla y destruirla, y salieron contra ella con lo mejor de su Caballería. Dió esto ocasión á una de las mayores derrotas que padecieron los holandeses en aquella guerra. Porque sabido el caso por Juan Contreras Gamarra, Comisario general, determinó salir contra ellos con algunas compañías de caballos, dando aviso á Ambrosio Landriano, Teniente general de la Caballería, para que con mayores fuerzas viniese á apoyarle en el trance. Divisó Contreras á los contrarios en un paso estrecho donde no podían maniobrar todos los caballos á un tiempo, y animando á los suyos se arrojó impetuosamente sobre los que venían de vanguardia, matando y desordenando cuanto se le puso delante. En esto los enemigos habían logrado desenvolverse y mejorar de posición; pero fué tanto el espanto que les causó el pelear bizarro de los nuestros, que, con ser doblado número, no pudieron sus oficiales y capitanes traerlos á que hiciesen buen rostro. Llegaba ya Landriano con más fuerzas, y sin esperar á cruzar lanzas con él, se declararon los contrarios en total derrota. Corría el Mosella no lejos del campo de batalla, y los jinetes enemigos, desalentados, se arrojaron á esguazarlo sin tiento, con que fueron muchos los ahogados y más los caballos y armas perdidas. De los vecinos lugares salió alguna Infantería alemana en defensa de la Caballería holandesa, mas fué acuchillada y deshecha. En suma, de toda la Caballería enemiga muy pocos quedaron de servicio. Contreras, en quien se desconoció la gloria del triunfo, volvió desabrido á España. Aconteció este suceso á tiempo que el archiduque Alberto y la infanta Isabel Clara Eugenia estaban ya en Flandes.
Dejó el cardenal Andrea el Gobierno, y el Archiduque y su esposa comenzaron al punto á ejercerlo. Convocaron primero á los Estados ó Cortes de la Nación para exigirles el juramento de obediencia, sobre lo cual hubo no escasas dificultades. Pedían los naturales que antes de prestar ellos el juramento de obediencia jurasen los príncipes conservar sus privilegios, de los cuales era el poner todas las plazas y fortalezas debajo de su mano, haciendo salir de ellas las tropas extranjeras. Á esto no podían avenirse los príncipes, porque el Rey de España no quería dejar las fortalezas ni abandonar del todo el dominio del país, como arriba dijimos. Añadíase que las tropas allí levantadas no eran muy de fiar en guerra como aquélla, sostenida entre provincias hermanas, y así se resistió la pretensión hasta que cedieron los Estados. Pasearon los príncipes todas las provincias de su Imperio, tomando el juramento á cada una de ellas especialmente, y lograron con buenas trazas que se les concediesen algunos subsidios.
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