La Niña de Luzmela
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Concha Espina. La Niña de Luzmela
La Niña de Luzmela
Índice
PRIMERA PARTE
I
II
III
IV
V
SEGUNDA PARTE
I
II
III
IV
V
VI
VII
VIII
IX
X
XI
XII
XIII
XIV
XV
XVI
XVII
XVIII
XIX
XX
XXI
TERCERA PARTE
I
II
III
IV
V
VI
VII
VIII
IX
X
XI
XII
Отрывок из книги
Concha Espina
Publicado por Good Press, 2019
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—Buena sí.
—Te extrañarán estas preguntas; pero yo te voy a decir una cosa: apenas conozco a mi hermana. Aquí, jugamos un poco de pequeños, ¡ya no me acuerdo de aquellos años! En seguida me llevaron al colegio, desde allí a la Universidad; cuando acabé la carrera ella estaba ya casada en Rucanto. Estuve aquí con mi padre corto tiempo, y partí a visitar la Europa, ansioso de ver mundo y correr aventuras. Ya te he contado cuánto mi padre me prefería y con cuánta liberalidad satisfacía todos mis caprichos. Derroché el dinero y la salud hasta que él me llamó para darme el último abrazo, y entonces me encontré mejorado en su testamento todo cuanto la ley permitía. El marido de mi hermana era un calavera, y mi padre les mermó la herencia todo lo posible. Sin embargo, yo era tan calavera como él; pero era su ídolo, y en mí no veía más que la hidalguía exterior, conservada hasta en los tiempos más tormentosos de mi vida. Siempre mi cuñado me miró con animosidad, tal vez por mi superior linaje, tal vez por las muchas preferencias que en vida y en muerte me prodigó mi padre. Estas diferencias me separaron mucho de mi hermana. Vino entonces mi casamiento, tan lleno de esperanzas para mí. Me creí reconciliado con el amor del terruño y con la paz de mi valle; restauré esta casa, soñando vivir siempre en ella en idílicos goces; evoqué la visión de unos hijos robustos y de una patriarcal vejez…: ¡sueño fué todo! Desperté de él con la esposa muerta entre los brazos. Era la más rica heredera de Villazón, y, tan abundante en bondad como en dineros, quiso dejarme en prenda de su cariño toda la fortuna que tenía. Doblemente rico, perdida la ilusión de la dulce vida quieta y santa que acaricié apenas, de nuevo me lancé a los placeres locos del mundo, lejos de mi solar. Peregriné mucho; derramé el corazón y la vida a manos llenas; pero no fuí tan insensato que llegara a empobrecerme. Algunas veces volvía yo a Luzmela con una vaga esperanza de poder quedarme por aquí, bien avenido con esta melancólica vida de memorias y ensueños; pero nunca lograba que de mi corazón voltario se adueñase la paz. En uno de estos viajes vine muy cambiado; me blanqueaba el cabello y traía en los brazos una niña. Me estuve entonces aquí un año entero; un año que fué para mi alma ocasión de intensas revelaciones; la niña, tan pequeña, tan impotente, iba poseyendo todo mi albedrío. En rendirla yo mi voluntad sentía un extraño goce lleno de encantos nuevos. Su inocencia me cautivaba en dulcísima cadena, y yo, que la salvé a esta niña del abandono, más por deber de conciencia que por amor de padre, me sometí a su hechizo con una dejación de mí mismo absoluta y feliz. Ya, desde entonces, sólo salí de Luzmela por precisión y muy pocas veces. Mi vida tenía un objeto, y yo sentía santificarse mis sentimientos y levantarse mi corazón al suave contacto de aquella pequeña existencia pendiente de la mía. Continuaba viendo a mi hermana contadas veces: mi cuñado me mostraba cada día mayor hostilidad; y yo, indiferente y orgulloso, no ponía jamás los pies en Rucanto. Pero no me era grato saber que mi hermana pasaba apuros y estrecheces, casi totalmente arruinada por su marido, y a menudo le mandaba reservadamente algunas cantidades como regalo para mis sobrinos, a quienes apenas conozco….
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