Vitacura, Curaca de la Piedra Grande

Vitacura, Curaca de la Piedra Grande
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La historia de Chile precolombino posee aristas ocultas a simple vista, acontecimientos infravalorados de distintos protagonistas indígenas que trabajaron en la construcción del país desde sus cimientos. Vitacura, Curaca de la Piedra Grande, título premiado con el primer lugar en el VI Concurso Literario del Cementerio Metropolitano 2021, nos narra los primeros pasos a la actual civilización chilena a través de una emocionante novela histórica con matices ficticios que enaltecen la participación del pueblo quechua en la fundación de Santiago y de nuestra nación, dando un merecido lugar al legado del Tahuantinsuyo y a personajes históricos menos conocidos, pero esenciales en la conformación de lo que somos hoy.Un interesante recorrido por los tiempos antiguos donde las conquistas bélicas, las alianzas, el amor por la tierra, su pueblo y la devoción a los dioses dan vida a Wichaq Kuraq, el ingenioso inca de la Piedra Grande.

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Cristóbal Robinson. Vitacura, Curaca de la Piedra Grande

VITACURA, CURACA. DE LA PIEDRA GRANDE

Cristóbal Robinson

AGRADECIMIENTOS

A mis padres, por iniciarme desde temprano en el “vicio” de la literatura y por sostener mis pasos durante tantos años. A Romina, por su incondicionalidad, su leal compañía y la luz de inspiración que es para mí. A mi familia y amigos, por ser la hinchada más fiel que podría querer en todos mis proyectos. Al equipo de Aguja Literaria por su dedicación y trabajo en este libro, primer paso en la concreción de un sueño. A los pueblos andinos de nuestro país, herederos de las civilizaciones originarias de esta tierra; en especial al quechua, riquísima cultura depositaria del Tahuantinsuyo, fundamental en la identidad de los chilenos, pero aún poco reconocida. Y dedicado a Chile, para que nunca olvide su historia ni a la gente que la ha construido, quienes, con sus virtudes y defectos, sus aventuras y desventuras, son parte de lo que fuimos, somos y seremos

ÍNDICE

I. Cusco, Imperio del Tahuantinsuyo. II. Cercanías de Shababula, Confederación Cañari, actual Ecuador. III. Ollantaytambo, cercanías del Cusco. IV. Cusco, Imperio Incaico. V. Camino del Collasuyo hacia Chile. VI. Valle del Aconcagua, Wamani de Chile. VII. Valle del Mapocho, mes de Cápac Raymi. VIII. Cercanías de la llacta de Mapocho. IX. Alrededores de la Piedra Grande, Mapocho. X. Valle del Mapocho. Invierno de 1503. XI. Valle del Mapocho. XII. Apu Wamani, actual Cerro el Plomo. XIII. Quillota, valle del Aconcagua, wamani de Chile. XIV. Cusco, capital del Tahuantinsuyo. XV. Llacta de Mapocho. XVI. Valle del Mapocho, wamani de Chile. XVII. Quito, norte del Tahuantinsuyo. XVIII. Valles del Maipo y Mapocho, wamani de Chile. XIX. Valle del Mapocho, Chile. XX. Llacta de Mapocho, Chile. XXI. Wamani de Chile. XXII. Valle del Mapocho, wamani de Chile. XXIII. Llacta de Mapocho, wamani de Chile. XXIV. Valle del Mapocho. XXV. Santiago de Nueva Extremadura. XXVI. Pucará del Cerro San Luis. XXVII. Valle del Mapocho, Nueva Extremadura (Chile) XXVIII. Pucará del cerro San Luis. XXIX. Algún lugar de las tierras del curaca Vitacura. XXX. Cercanías del Cerro San Luis, orilla del río Mapocho. XXXI. Aldea del Cerro San Luis. Cercanías del Costanera Center, Santiago de Chile. Palabras del autor

I. Cusco, Imperio del Tahuantinsuyo. 1490. Un vigoroso brazo se levantó por encima de la enorme muralla de piedra, rompiendo la quietud del mediodía con los gritos ensordecedores que se oyeron a la brevedad. La garra se aferró a uno de los grandes bloques, y tras ella emergió veloz el cuerpo de un ágil y fuerte muchacho lleno de polvo convertido en barro por efecto de la sudoración y la sangre de algunas heridas. Un par de segundos después apareció otro joven —un poco más delgado— que trepó a la cima. Un grupo de nobles sonrió con satisfacción desde una tribuna cercana, mientras los demás participantes —que venían detrás de los primeros— ganaban a su vez la cima del muro. Un funcionario real tocó su trompeta de caracola, anunciando el final de aquel rito de iniciación

El Cápac Inti Raymi marcaba con celebraciones el mes del mismo nombre, y el primero del año en el calendario incaico. La gran saywa1 de piedra en el Cusco acusaba que el recorrido del sol por el cielo correspondía a ese mes o quilla (luna), como se le llamaba. Grandes rituales de purificación, fiestas, ceremonias y sacrificios tenían lugar en torno al solsticio de verano

II. Cercanías de Shababula, Confederación Cañari, actual Ecuador. 1491 —¡Wichacura!

No había siquiera fuego encendido fuera del campamento. Con las luces tenues del alba que se avecinaba y las estrellas que aún estaban sobre sus cabezas, dos mil hombres avanzaron en silencio y cautela por la gran quebrada llena de vegetación que los separaba de la planicie donde se ubicaba la fortaleza del señor de Shababula. Solo tendrían a los arqueros y honderos en el borde de la quebrada cubriéndolos en caso de ser atacados en medio de la espesura, y los proyectiles no serían muy eficaces. Wichaq avanzaba callado, sus hombres lo seguían

III. Ollantaytambo, cercanías del Cusco. Mes de Chawarway Quilla (Julio), 1494 —Ay, hijo mío. Deberías casarte pronto. Parece que le pones más atención a tus plantas que a las mujeres —rezongaba su madre, cansada de seguirlo por los andenes

IV. Cusco, Imperio Incaico. Cruzados los grandes andenes, canales y muros de piedra de Ollantaytambo, la comitiva viajera atravesó los cerros andando por el Cápac Ñan o Camino del Inca. Pasaron la noche en uno de los muchos tambos del camino, donde el tambocamayoc, funcionario encargado del lugar y que conocía muy bien el noble origen de sus huéspedes se deshizo en atenciones para ellos. Al otro día siguieron a paso firme hacia el Cusco, cuyos grandes edificios asomaron en el valle cerca de la tarde. Wichaq respiró hondo

V. Camino del Collasuyo hacia Chile. 1494 —Siempre supe que estabas para cosas grandes, hijo —decía orgulloso su padre—, pero ten cuidado. Chile es un lugar peligroso aún

VI. Valle del Aconcagua, Wamani de Chile. Fines de 1494. Quillota era una próspera llacta incaica protegida por un pucará, bien poblada por gente de diversa procedencia. Los nativos del lugar hablaban mapudungun, la lengua del mapuche; sin embargo, aunque también se reconocían como tales, se denominaban más bien a sí mismos “aconcaguas” como su valle de origen. Con ellos y por las políticas de colonización imperial, convivían poblaciones de algunos grupos forasteros: collas del Titicaca, chinchas del Chinchasuyo, del valle del Chili, y quechuas cercanos al Cusco, así como también atacameños y diaguitas. Apenas llegaron, el apunchic Tala Canta y Wichaq cumplieron las instrucciones del emperador, distribuyendo a la población de mitimaes en el valle del Aconcagua. Los collas y quechuas cusqueños seguirían hacia el Mapocho con Wichaq. Mientras tanto, una gran fiesta fue realizada en honor a los recién llegados, con abundante aswa, vinos de frutas del valle, carnes de camélidos, cuyes, algunas aves, panes de cereales, hortalizas frescas y hasta pescados del mar chileno. En queros de plata, el apunchic y el nuevo curaca brindaron para sellar la toma de posesión del cargo. Allí, Tala Canta narró historias suyas y de Chile

VII. Valle del Mapocho, mes de Cápac Raymi. Mes de Cápac Raymi Quilla, 1494. Dos días después y escoltado por algunos enviados del apunchic, se asomaba por el río que daba nombre al valle. La cuenca verde y bien poblada, donde el sol pegaba con fuerza, el agua fluyendo por una multitud de cursos alimentados por el Mapocho, el viento fresco soplando con generosidad y las cumbres nevadas al oriente que daban una imagen de ensueño, llenaron los sentidos de Wichaq Kuraq. “Lo logré”, pensó. Los pobladores lo miraban con curiosidad y algo de temor al ver los símbolos del Inca. Hacia el sur se veía cercano el Mapocho, sobre el cual el Gran Camino —luego de cruzar una pequeña angostura entre dos cerros— atravesaba el río por un puente colgante que pasaron en una estrecha fila de personas. El joven miró un caserío nativo al norte del río, y a las faldas de uno de los grandes cerros los guías del apunchic le contaron que ese lugar era la Chimba y estaba ocupada principalmente por nativos y algunos mitimaes collas. Tras atravesar la precaria conexión, encontraron un tambo que daba la bienvenida al poblado Mapocho, ocupado por pobres viviendas y una casa de adobe un poco más grande para visitas ilustres

Más tarde en su ruca, Huelén enfrentaría un problema distinto

En un par de días, la agreste geografía de la Büta Kura —o Piedra Grande— comenzó a cambiar. A sus faldas se hizo un campamento con los mitimaes quechuas, mientras los de otros orígenes que aún quedaban fueron enviados a otros puntos. En la cima del cerro, Wichaq levantó un pequeño pucará para resguardar la aldea y su residencia, la que estaría dentro de los muros a modo de modesto castillo. En su vivienda proyectó habitaciones, una cocina central que también serviría de calefacción, espacios para dormir y bodegas para almacenar todo lo que necesitara, además de pequeñas atalayas para subirse y observar desde más alto. Aunque la construcción no era lo único que ocupaba la mente del curaca, pues también debía organizar las fiestas del Cápac Raymi. Con los pocos recursos que había en la pobre provincia, se dedicó a celebrar y a reunir a los principales longkos de la región. Pronto conoció a su vecino y curaca subordinado, casi de su misma edad, también cusqueño, quien le prestó valiosos auxilios para la construcción de su aldea, por lo que se llevaron muy bien: el curaca Apu Qhintu. Este gobernaba al oriente de las tierras de Wichaq, donde comenzaban los faldeos de las montañas. Tenía su pucará en un morro que era llamado igual que él, el “cerrito de Apu Qhintu”

VIII. Cercanías de la llacta de Mapocho. 1494. Los dos jóvenes caminaban juntos por la arboleda cercana al apu Huetreng, el pequeño cerrillo que se ubicaba al lado de Mapocho y en cuya falda estaba la aldea donde ella vivía con su familia, dominada por el longko Huelén. Las pequeñas acequias que llegaban a las rukas congregaban insectos, algunas ranas y otros animales, llenando el aire con sus sutiles sonidos que se mimetizaban con los del agua corriendo. Desde hacía varias semanas, cuando comenzaron a hablar, les agradaba mirar el río Mapocho y caminar conversando largas horas. En esas caminatas con suerte veían a algún poblador haciendo sus quehaceres diarios en los campos. Wichaq tenía bastante trabajo estableciendo su aldea de la Buta Kura, pero no podía resistirse a escapar por una fracción del día para que pudieran encontrarse. Lo mismo Antümalen, quien a pesar de que creía huir furtivamente de su ruka, en realidad tenía la complicidad de sus padres; solo hacían la vista gorda al verla alejarse con rumbo desconocido

Cautivado por la chispa de la joven y el extraño producto, se dejó llevar y lo mordió también. No estaba tan tierno, pero el sabor era agradable. Se rieron felices por la ocurrencia

IX. Alrededores de la Piedra Grande, Mapocho. Mes de Uchuy Pokoy47, 1495. Solo el sonido de aves nocturnas e insectos se advertía en la noche mapochina. Disfrazado por la corriente del agua, el ruido de los pasos del grupo de hombres sigilosos corriendo por el camino apenas era audible. En cuanto vieron la ruka grande, uno de ellos, bien vestido y con adornos, se adelantó un poco y deslizó con disimulo en la vivienda, observado por algunos espectadores del caserío que se instalaron cerca. Unos hombres esperaban a los recién llegados, pero evitaron mirarlos y se hicieron los ciegos ante la intrusión; sin embargo, un grupo de mujeres familiares y amigas de la joven, objeto del rapto, hicieron todo lo contrario y comenzaron a dar gritos de alarma

Amanecía el tercer día desde el weñe zomón48, cuando Wichaq salió de nuevo junto a sus acompañantes hacia la aldea de Huelén. Se sellaría su unión con Antümalen, quien había sido tajante en poner una condición al matrimonio el mismísimo día en que el curaca fue a solicitar la mano ante su padre Huelén: se harían dos ceremonias, una según la costumbre mapuche y la otra según los usos incaicos, pues no deseaba dejar las tradiciones de sus antepasados. Ante su firmeza y carácter, su padre accedió y Wichaq también lo aceptó con mucho gusto. Huelén lo recibió con un abrazo afectuoso en su ruka y luego de beber algo de muday49 se hicieron las compensaciones mutuas propias del matrimonio. El curaca entregó una buena cantidad de llamas, alpacas, cuyes y una pareja de perros viringos, además de hachitas monedas de bronce. A su vez, su suegro le entregó una dote de joyas de oro, plata y mucha cerámica fina, aparte de correr con las bebidas y la comida en la ceremonia que estaba por hacerse. Hecho esto, todos se apresuraron a arreglarse para realizar el rito incaico

No pasaría mucho tiempo antes de que Antümalen y Bütakura fuesen bendecidos con nacimientos. Primero fue Palabanda, un varoncito con los ojos de su padre y el carácter vehemente de su madre. Casi dos años después llegaría a sus vidas la pequeña Wayra, que robó el corazón del curaca. Los niños trajeron enormes alegrías a la aldea de la Piedra Grande, dándole inspiración al curaca para iniciar un vasto programa de obras que sería su sello durante las décadas siguientes. Partió haciéndolo en las tierras que estaban bajo su pertenencia, es decir, aquellas comprendidas entre la Piedra Grande y el cerro Q’ala, llamado así por los quechuas debido a la desnudez de sus laderas carentes de vegetación significativa. Trazó canales nuevos y mejoró los que estaban desde los tiempos de aconcaguas y picunches. También mandó a colocar santuarios nuevos y a construir cementerios. Visitó el apu Huetreng y solicitó instalar un pequeño observatorio, pidiendo tallar para los sacerdotes una piedra con pequeños huecos dispuestos como los astros del cielo para llenarlos de agua y que estos se vieran reflejados, tal como había visto durante sus campañas militares contra el Reino Cañari

X. Valle del Mapocho. Invierno de 1503. Rebelión. La frágil paz se rompió de improviso, desatando la guerra en las comarcas chilenas, corroyéndolo todo y tiñendo de sangre los ríos y lagunas. Varios aillarehues50 vinculados a los pehuenches, promaukaes y huaicoches se unieron al ver que durante dos años las cosechas no habían sido tan buenas debido a una sequía que se arrastraba desde hacía tiempo. Los inconformes culparon a los incas, aduciendo que su gobierno era negligente y sus tributos demasiados, dando origen al conflicto que de inmediato provocó batallas y ataques a las aldeas. La pestilencia también se apoderó de casas, chacras y santuarios, tomando la vida de cualquiera y donde fuera. Tala Canta Ilabe reunió a los curacas y ordenó aplastar la revuelta de los huaicoches y purumaukaes a cualquier costo; y resultó ser alto. Los muertos se contaron pronto por centenares dado los combates y la enfermedad. La parca también habría de llegar a la aldea de la Piedra Grande, atacando la casa del curaca Bütakura mientras comandaba una expedición contra los rebeldes atrincherados en la cordillera, quienes habían destruido los templos de altura y las rukas de los huaicoches leales al Inca

—¿Qué es eso? —preguntó el curaca al ver una ruina humeante y dos cuerpos en lo que había sido una pequeña aldea cerca del camino—. Parece que esas personas no alcanzaron a escapar

XI. Valle del Mapocho. Inicios de 1504. El espíritu de la muerte se había enseñoreado con los valles de Chile como terrible castigo a alguna desconocida transgresión. Los ríos comenzaron a secarse, la tierra apenas germinaba y el clima arrasaba con todo. Su suegro Huelén falleció durante el verano y fue muy llorado por todos, dejándole su cargo de curaca y longko a su hijo Huelén Huara. Una nueva rebelión purumaukae llevó también la guerra al sur del Imperio, acompañada de la misma plaga desconocida que cobró tantas vidas. El curaca ordenó a sus subalternos —mediante mensajeros— poner a sus hijos y esposa bajo custodia en el pucará de la Piedra Grande, y salió de su campamento en Chada para una expedición punitiva contra los rebeldes hacia el sur, donde los encontró cerca de la Angostura

XII. Apu Wamani, actual Cerro el Plomo. Inti Raymi Quilla, 1505. En pleno invierno, el ascenso fue terrible. Tres de la comitiva murieron antes de llegar arriba, pero los curacas aguantaron bien, en especial Bütakura. Desde lo alto podían ver todo el valle del Mapocho, incluso las comarcas cercanas, como si fuesen una especie de dioses que vigilaban desde lo alto. “¿Se sentirán así las verdaderas divinidades?”, pensó Bütakura al apreciar la vista, con el aire casi faltándole en los pulmones debido a una altitud que superaba por mucho a aquella donde se situaba el Cusco, la cual se preciaba de ser una ciudad en altura. Además, hacia el norte se podía distinguir el aún más elevado Apu Aconcagua, la sagrada montaña tutelar de Chile completo. Bütakura sabía que, hacía mucho, cuando el territorio recién había sido conquistado, se hizo una Capacocha en el Apu Aconcagua para sellar la paz, pedir prosperidad y alejar la guerra. No era algo tan infrecuente. También se hizo al conquistar los territorios atacameños y los reinos collas, en la cima del volcán y Apu Llullaillaco

XIII. Quillota, valle del Aconcagua, wamani de Chile. 1513. El emperador del Tahuantinsuyo estaba llegando a Chile

El Cápac Inca se dio un buen tiempo para visitar los rincones de la provincia chilena. En la costa vio los puertos de Llollehue y Quintil donde llegaban algunas huampus con comerciantes del norte y balsas pequeñas hacían cabotaje o se dedicaban a la pesca. Luego pasó al interior, revisando el trabajo en los lavaderos de oro del MargaMarga, las minas de oro, cobre y plata, los grandes campos con chacras y las aldeas. En Mapocho se alojó en la kallanka, la cual fue especialmente acondicionada con comodidades para su visita. A esto ayudó mucho Yuraq, quien ya no era un desvalido huérfano, sino un muchacho educado por el curaca, asistiéndole en las más diversas labores de su mando. Allí, en la kallanka, el emperador presentó al nuevo apunchic con la asamblea general de los curacas

XIV. Cusco, capital del Tahuantinsuyo. 1514. Habían pasado casi veinte años y el ombligo del mundo se veía aún más grande de lo que Bütakura recordaba. Los mismos edificios de piedra ocupaban el entorno de las canchas principales, pero ahora los palacios y templos estaban ampliados, al igual que los canales del agua, puentes, hogares de las panacas destacadas y los cuarteles. La población parecía haberse duplicado desde que el curaca —en ese entonces joven— dejó la capital, y el Cusco se sentía como un enorme crisol de pueblos, lenguas y ocupaciones encarnadas en la gente que pululaba por las calles que, como siempre, estaban pulcramente adoquinadas. Ni sus hijos ni Antümalen habían visto jamás algo semejante, solo las modestas llactas de Quillota, Mapocho y la de Quitor en Atacama que divisaron durante el viaje desde Chile, las que eran las mayores expresiones urbanas que conocían

XV. Llacta de Mapocho. 1515. Los bríos del curaca se habían multiplicado al volver del norte

XVI. Valle del Mapocho, wamani de Chile. Inca Raymi (Abril) de 1520. La idea había tomado cuerpo. Para convertir a Chile en la provincia más próspera del Imperio, era necesario un paso más allá y ver lo que otros no, aplicando conocimientos ya usados en las partes más cercanas a la capital. Los otros valles del wamani no poseían proyectos tan ambiciosos, pero Bütakura lo creyó necesario para que Chile fuera un verdadero granero para otras provincias

En el joven Michimalongko, el curaca Bütakura encontró un tremendo aliado. El picunche le envió pronto a los mitayos que necesitaba, por lo que en un par de lunas pudo ponerse manos a la obra con su magno proyecto: el canal grande de Conchalí. Por su propia magnitud, tuvo que solicitar también gente a los curacas Apu Qhintu, a Topalahue, a su fiel curaca subordinado y cuñado Huelén Huara y al longko Huechuraba. Al final, de todas formas Quilicanta reconoció que la obra Bütakura era magnífica y le dio su bendición para el proyecto, enviándole los trabajadores que le faltaban y diciéndole que si necesitase algo, le bastaba solicitarlo y le sería dado

Cuando el mes de Aya Marcay se anunciaba en las sombras de las saywas que marcaban el tiempo en Mapocho, el curaca de la Piedra Grande vio su obra terminada. Otras decenas de hombres habían muerto en su construcción durante los meses más duros, pero al fin la Cápac Rarqa59 estaba terminada: un largo canal principal con más de dos tupus entre su bocatoma y su final en las tierras de Conchalí, y un sinfín de ramificaciones pequeñas que distribuían sus aguas entre las fértiles chacras de la comarca. Cuando vinieran los meses de labranza, se sembrarían más campos de maíz, quinua, cañihua, porotos, tomates, ají, y se insertarían también nuevas especies frutales como la chirimoya y la palta, que en ese momento eran solo un lujo en el wamani de Chile

XVII. Quito, norte del Tahuantinsuyo. 1527. Con sus últimas fuerzas, el emperador Huayna Cápac entregó sus disposiciones finales al quipucamayoc. No solo había registrado en los quipus su testamento, también, en señal de amor y respeto por las tradiciones de Quito y los antiguos reinos cañaris donde había erigido nuevos palacios, ciudades y además tomado algunas esposas, mandó a traer bastones de madera y, con estiletes pintados, trazó símbolos cañaris en ellos. Esta clase de escritura siempre había producido curiosidad en los quechuas, aunque lamentablemente estaba cayendo en desuso ante los quipus y tocapus incaicos. Los símbolos cañaris fueron traducidos y registrados por el quipucamayoc en sus largos quipus coloridos

XVIII. Valles del Maipo y Mapocho, wamani de Chile. Inti Raymi Quilla, 1529 —Es hora, amado mío —le dijo Antümalen al ver el crepúsculo caer sobre los cerros de Chena y Lonquén

Una vez que la Mama Quilla llena y sangrienta entró en la última parte de su camino para encontrarse con la Mama Cocha en el océano, Inti inició su salida por las mismas montañas donde había emergido la luna roja, por el punto donde un grupo de sacerdotes también esperaba la salida heliaca, guarecidos en un santuario ubicado en la cima de los cerros. Kuraqcocha encendió los fuegos en el pucará, los que serían vistos por los sacerdotes al otro lado del valle, quienes a su vez encenderían los suyos y harían ofrendas. Con la luz tibia del sol, al fin se disipaba un poco la fría noche que había dejado las piedras escarchadas y la opresiva presencia de la Mama Quilla sangrienta en el cielo

Sutilmente, Quilicanta, quien había sido informado de todo, convocó a los líderes regionales para una reunión al anochecer en la kallanka de Mapocho, sin alertar a nadie más. Cayendo el crepúsculo, los curacas y longkos fueron llegando a la casa de gobierno de la ciudad. Los cabecillas de origen incaico parecían más preocupados, pero los de origen nativo puro no lo estaban demasiado, en especial Michimalongko y su hermano Tanjalongko. Los problemas intestinos del Imperio no eran tanto los suyos, dado que les interesaba solo que sus tierras estuvieran en paz. Bütakura llegó acompañado, como siempre, del leal Yuraq

XIX. Valle del Mapocho, Chile. 1531. Los curacas incaicos reunidos en el pucará de Bütakura difícilmente podían hablar después de tanto debatir. Quilicanta expresó su opinión de que se debía tomar pronto partido por un bando, misma opinión de Apu Qhintu, de Atepudo y de Anién, el apunchic de Coquimpu que había sido invitado a Chile para el extraordinario consejo. El anciano Tala Canta optó por la mesura, así como varios otros. Al final, Bütakura dio sus razones para llamar a la paz y a solo esperar los acontecimientos. Hablando con el tino y la elocuencia que le caracterizaban, atrajo con facilidad la atención de todos los presentes

XX. Llacta de Mapocho, Chile. 1534. El Imperio ha caído

XXI. Wamani de Chile. 1536. Poco duró la tensa paz. Michimalongko se envalentonó al saber sobre la caída del Imperio, y pronto atacó a su viejo rival Naglongko para apoderarse de sus tierras tras haber intentado convencerlo de aliarse. El ejército del Aconcagua pasó impune por las tierras de Melipilla y Tala Canta, quienes no tuvieron más opción que franquearle el paso y, tras una terrible batalla en los llanos del río Maipo, Naglongko fue derrotado y muerto. No contento con aquello, logró quitarle la mitad de sus tierras en batalla al curaca mestizo incamapuche Atepudo, aunque no consiguió matarlo pues escapó y se atrincheró en los pucarás de sus cerros. Michimalongko era señor del Choapa, el Aconcagua y del Maipo, dejando a Bütakura y a Quilicanta aislados en el Mapocho. Sin fuerzas para oponérsele y castigar su rebeldía, el apunchic optó por dejarlo tranquilo y esperar, cosa que compartió Bütakura

XXII. Valle del Mapocho, wamani de Chile. Invierno de 1538. Bütakura estaba bien abrigado, pues los años ya le hacían resentir el frío. Se mantenía muy nublado y un granizo despiadado se había desatado durante la madrugada, dejando todo helado. En el tambo grande, a orillas del río Mapocho, donde lo atravesaba el principal ramal del Gran Camino del Inca, el curaca y sus hombres esperaban la llegada de Quilicanta, avisada con anticipación por los chasquis. A poco de aguardar, el desafortunado gobernador de Chile entró a la llacta capital del wamani tras intentar sostener combate contra Michimalongko, defendiendo su residencia más importante: su palacio de Quillota

XXIII. Llacta de Mapocho, wamani de Chile. Verano de 1541. No fue fácil. Michimalongko volvió a la lucha con nuevos bríos e intentó atacar a los invasores cerca de la llacta de Mapocho, pero esta vez el curaca picunche llevó las de perder cuando entraron en acción los feroces jinetes españoles y sus armas, quienes arrasaron con sus conas64 y se quedaron con el valle. Vitacura observó todo desde prudente distancia. Fue la primera vez que vio en acción a los hombres blancos combatiendo y comprendió por qué habían logrado derrumbar al Tahuantinsuyo. El estampido de los arcabuces dejó un olor a pólvora en varios kilómetros a la redonda y el curaca incaico tuvo la oportunidad de ver en los cadáveres las heridas causadas por aquellas armas de fuego. Agujeros sangrientos que atravesaban los cuerpos sin flechas ni armas visibles que las causaran; después sabría que pequeños proyectiles de metal quedaban alojados en la carne o la traspasaban. Otros cadáveres estaban destrozados por patas de caballos o cortados limpiamente por las espadas de acero en una forma que con las tuksinas, llukis o las hachas de bronce incaico era muy difícil lograr

XXIV. Valle del Mapocho. 1541. Los tambores de guerra sonaban en los valles centrales de Chile

El büta toqui, generalísimo de todas las fuerzas indígenas desde Choapa al Cachapoal, entró como tantas veces lo había hecho al viejo castillo del inca Vitacura. Sonrió al ver las arrugas en el rostro del hombre que saludó con afecto. Michimalongko se empinaba sobre los cuarenta años, pero conservaba una eterna juventud, un carácter y una estampa altiva que hacían juego con su alta estatura, su fornida musculatura y la armonía de las facciones angulosas en su rostro

XXV. Santiago de Nueva Extremadura. 11 de septiembre de 1541. Cuando el büta toqui Michimalongko bajó con sus cerca de siete mil guerreros sobre Santiago, los españoles estaban sobre aviso. El capitán Alonso de Monroy esperaba con las manos sudorosas, lanza en mano, con sus cincuenta conquistadores y cerca de quinientos indios auxiliares. Cerca de las cuatro de la mañana, los atacantes divididos en cuatro escuadrones iniciaron el asedio contra las murallas de la ciudad con un ímpetu arrollador y un chivateo feroz que causó escalofríos en los defensores. Una lluvia de piedras de honda y flechas encendidas cayó sobre las casas y empalizadas como una tempestad de fuego que pronto hizo arder todo

Vitacura observaba la enorme batalla y el humo del incendio de Santiago desde lo alto de su pucará en la Piedra Grande. No sabía si había hecho lo correcto al no ayudar a Michimalongko. Si Santiago era destruido y los españoles expulsados para siempre, su colonia podía ser atacada y destruida por ello

El curaca tenía razón. El balance para los españoles, luego de la Batalla de Santiago, con mucha suerte podía ser calificado de una victoria pírrica y solo porque no los habían matado a todos. La ciudad estaba destruida, casi todos heridos, habían quedado apenas con los andrajos pulgosos que traían puestos y las armas. Por todo ganado y alimento, solo dos puercas, un cochinillo, dos pollos y dos puñados de trigo quedaron, los cuales fueron cultivados para sacar alguna cosecha, por pobre que fuera. La retirada de los indígenas hacia las montañas y lugares apartados, luego de haber quemado su tierra, dejó en el más absoluto desamparo a Chile. Los conquistadores y yanaconas montaban guardia en Santiago, viendo con impotencia hacia las comarcas y cerros aledaños los campos de cultivo indígenas arder por obra de sus propios dueños que preferían eso a dejarle su alimento a los conquistadores. Cuando Pedro de Valdivia volvió del Cachapoal con sus noventa jinetes y su columna de indios auxiliares, pudo ver la desolación de la capital

XXVI. Pucará del Cerro San Luis. Principios de 1542. Antümalen cayó dormida, incapaz de sostenerse despierta por más tiempo. Aunque la machi que trajo el curaca y el hampi camayoc de la aldea pusieron sus mejores esfuerzos, concluyeron que era poco lo que se podía hacer: los dioses la reclamaban. Parecía que su fiebre y la violencia de sus manchas rojas habían descendido, pero solo era la primavera que anunciaba el fin. La peste se había ensañado con la comarca. Muchos morían segados por el mal, otros caían enfermos, incapaces de trabajar. Por fortuna, Vitacura había resistido, y sus hijos y nietos también gracias a los bríos de su juventud, pero la madre no tuvo la misma suerte. El mismo curaca y sus hijos trataban de hacer lo posible para ayudar a los pobladores, quienes sufrían de enfermedades y hambre, pues la reciente guerra había arrasado los campos. Una pestilencia sin nombre se esparció por el otrora fértil y rico wamani de Chile. En el lecho de su mujer, Vitacura aferraba su mano con desesperación mientras ella apenas sonreía para darle ánimos

El curaca no habló más que lo necesario por casi un año. Luego de los ritos funerarios y de sepultarla en la cima de la Piedra Grande a un costado de su pucará, la pequeña aldea de Vitacura tuvo que dedicarse a la supervivencia en difíciles tiempos. Apenas pasó la epidemia, cooperaron con los españoles para poder sacar adelante los cultivos, incluso les facilitaron parte de la comida de sus collcas, algo de maíz y quinua para reemplazar el trigo perdido. Hasta las ratas comunes y los insectos parecían buen bocadillo a los santiaguinos por entonces. La situación en Santiago era penosa: Pedro de Valdivia y sus hombres se dedicaron con tenacidad a mantener la paz con las tribus cercanas, incluso se ganaron la paz con Tanjalongko al sorprenderle en un cahuín65 con su gente y otros caciques para determinar si atacarían de nuevo o no. Vencido, el picunche pactó la paz, pero otros no siguieron su ejemplo. Incapaces de oponer la resistencia de las armas y desalentados por la tenacidad de los hispanos, decidieron luchar de otra forma. Arrasaron sus propios cultivos y se retiraron a lugares apartados para negar el trabajo y el alimento a los conquistadores. El español Alonso de Monroy, fue con cinco soldados a pedir apoyo al Perú, pasando mil peripecias en su camino

XXVII. Valle del Mapocho, Nueva Extremadura (Chile) Principios de 1549. Habían pasado algunos años, y la miseria se había convertido en algo más llevadero. Los aldeanos de la Piedra Grande, ahora llamada Cerro San Luis, habían colaborado con los españoles en los malos tiempos con todo lo posible después de la destrucción de la capital. Todo estaba algo mejor, al menos la ciudad había sido levantada otra vez y con materiales más duraderos. El alcalde Rodrigo de Araya construyó un molino en el cerro Santa Lucía, aprovechando la fuerza de la acequia que surtía de agua a la ciudad tomando aguas del Mapocho, obra de Vitacura. También había logrado una pequeña cosecha de uva, con la que hizo los primeros vinos de Chile

XXVIII. Pucará del cerro San Luis. Mediados de 1549 —Soy Fernando Villarroel, alférez —se presentó el español, acompañado de algunos soldados—. Oriundo de la tierra de Extremadura, vengo a serviros como guardia. El señor Pedro de Valdivia me asignó aquí

XXIX. Algún lugar de las tierras del curaca Vitacura. Fines de 1549. Solo cinco personas y varias llamas de carga acompañaban al viejo curaca mientras golpeteaban de forma monótona la tierra bajo una casi completa oscuridad, haciendo el menor ruido posible. Por suerte, su textura blanda favorecía la labor y la hacía menos fatigosa. Todos estaban armados. Mientras los acompañantes tenían hachas, el curaca llevaba su vieja tuccina de bronce, regalo del antiguo emperador muchos soles atrás, además del puñal de acero que le había obsequiado Rodrigo de Araya. Para que no se dieran cuenta los españoles ni los siguieran, había vigías de confianza alrededor que les alertarían de cualquier movimiento. En todo caso, sabían que Fernando y los demás estaban bebiendo vino y aguardiente en una fiesta, así que no se presentarían

XXX. Cercanías del Cerro San Luis, orilla del río Mapocho. 1550. Fernando se deslizó furtivamente entre la vegetación, silencioso. El cerro de San Luis se recortaba contra el horizonte nocturno y se podían ver las luces del pucará, el castillo indígena que le sirvió de residencia al viejo Vitacura durante la mayor parte de su vida. El curaca también observaba en un punto cercano. Veía todo y nada a la vez, sabiendo que el fin estaba cerca. Oyó a Fernando acercarse, pero no se inmutó. Conocía todo de antemano, y de todas formas se entregó a su destino. Sabía que sus viejos modos de vida y las costumbres de sus ancestros se perderían. Desde que los viracochas de metal habían llegado, se había dado cuenta de que todo cambiaría para siempre, y cuando se fue Antümalen, el vacío de su corazón lo poseyó por completo. Michimalongko se lo había advertido: los winkas no traían más que penas y muerte, pero aun así helo ahí, retornado y ahora en paz. Aunque Vitacura entendía que no duraría mucho, de una forma u otra. Al menos tenía la tranquilidad de que su tesoro no llegaría jamás a manos de los conquistadores. Mirando a las estrellas que lo vieron crecer y envejecer, dio curso a los hechos

XXXI. Aldea del Cerro San Luis. 1550. A caballo, Pedro de Valdivia observaba el cortejo fúnebre alejarse. Además de tristeza por la muerte del curaca que le acogió tan bien en su llegada, sintió intranquilidad por el curso de acción que su violenta muerte pudiera provocar en sus hijos

Cercanías del Costanera Center, Santiago de Chile. Año 2022. Una chica y un chico, adolescentes, revisaban redes sociales con sus smartphones en los asientos de un Hyundai Santa Fe andando a velocidad moderada por la Costanera Norte. Su padre manejaba. Una niña de ocho años observaba con atención el paisaje por la ventana, esperando con ansias llegar a destino para buscar a su madre y concretar el objetivo de aquella salida: comer hamburguesas en un conocido local ubicado cerca del barrio Lo Castillo. El padre miró por el espejo a la niña, llamada Sofía, absorta en sus contemplaciones, y sonrió. Era atípica, observadora y conectada con su entorno, en un mDundo de niños de su edad que solían estar encerrados en la tecnología

Palabras del autor. De los hechos históricos dados a conocer en esta obra, es cierta la existencia del protagonista Vitacura y de los demás curacas incaicos y mapuches que vivían en el Chile prehispánico durante el período (Quilicanta, Tala Canta, Huelén Huala, Huechuraba, Apu Qhintu, Michimalongko, etcétera), aunque algunos están bajo cierto manto de duda como Topalahue (Tobalaba). Los nombres de la familia de Vitacura y de su fiel asistente Yuraq son ficticios, excepto los de sus últimos tres hijos, aunque no hay certeza histórica de que hayan sido efectivamente descendientes suyos; sin embargo, el trabajo de Rubén Stehberg, Mapocho Incaico, los señala como tales y se sabe que Palabanda, Pujalongko y Longkopilla sí existieron. Los nombres de los emperadores incaicos (Cápac Inca) señalados son verdaderos, y también lo fue Amaru, quien, al parecer, ejerció como soberano después de su padre Pachacútec por un breve tiempo antes de dejar el cargo por voluntad a su hermano Túpac Yupanqui, tras algunas derrotas militares. Amaru Inca luego de eso vivió tranquilo asesorando a su hermano y desarrollando la agricultura del Imperio

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Los sonidos cesaron y el eco dejó de retumbar en las ciclópeas murallas y torres de Sacsayhuamán, la gran fortaleza de piedra que custodiaba el sueño de los habitantes del Cusco, la capital del Tahuantinsuyo. En el gran llano cercano, se realizaban las duras pruebas que los muchachos acababan de sortear. Mientras el público vitoreaba a los vencedores, los sacerdotes quemaban especies aromáticas y los soldados de la guarnición del castillo observaban expectantes a los agotados contendientes que bajaban de los muros y volvían con sus familias. Poco a poco, los ganadores fueron reconocidos y galardonados con ricos presentes. El atlético chiquillo que se coronó vencedor de la competencia se encontró frente a frente con el segundo en triunfar en el muro. Por un momento se miraron con la ferocidad típica de los competidores, pero un instante después relajaron sus gestos y rieron como los amigos de infancia que eran.

—Por un instante pensé que me ganarías —dijo el muchacho que había conseguido el primer lugar.

.....

En efecto, lo que el huaranca camayoc apuntaba era una pequeña torre de piedra y palos que se veía deshabitada… o al menos eso creyeron por un minuto. Wichaq sintió su corazón acelerado cuando vio encenderse una antorcha en la torre y oyó gritos a la distancia. Al ver una línea de luces encendiéndose a lo largo de la cima de la quebrada, supo que todo iba a ponerse muy difícil.

—¡Avanzar y mantener la formación! —ordenó.

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