El aire de los libros
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Cristóbal Serra. El aire de los libros
Un aire leve
I. EL AIRE DE LOS LIBROS. Escolios sine die
El Apocalipsis
El Corán
El Evangelio según Tomás (apócrifo-gnóstico)
La verdadera historia de los cátaros, Anne Brenon
Notas, Marcel Duchamp
Antología poética, Jules Laforgue
Introducción a la vida angélica / Cartas a una soledad, Eugenio D’Ors
Regola della Guerra e Apocalisse, Ito Ruscigni
Burlería, Sátira, ironía y significado más hondo, Christian Dietrich Grabbe
Institución de la religión cristiana, Jean Calvin
Poetas franceses del siglo XVI
La escala de Jacob, Giovanni Papini
Vers un nouveau prophétisme, Raymond Abellio
La felicidad del infeliz, Giovanni Papini
Las grandes herejías, Hilaire Belloc
Erewhon o Allende las montañas, Samuel Butler
Contra Celso, Orígenes
La bruja, Jules Michelet
Empédocles y escritos sobre la locura, Friedrich Hölderlin
El Evangelio de Juan comentado, Orígenes
The outline of history, H. G. Wells
La irreligión del porvenir, Jean-Marie Guyau
Diario, Eugène Ionesco
Filosofía oculta, Cornelio Agrippa
La parte del diablo, Denis de Rougemont
Paracelso. De la magia a la ciencia, Henry Pachter
La Inquisición española, Henry Kamen
Poesías completas, Arthur Rimbaud
Escritos, Hermes Trismegisto
La Espada de la Paloma, Juan Larrea
La concepción cosmológica rosacruciana, Max Heindel
De la encarnación de Jesucristo, Jakob Böhme
Tres poetas filósofos, George Santayana
El amigo común, Charles Dickens
Los textos del sufismo
El idiota, Fiódor Dostoyevski
Execración contra los judíos, Francisco de Quevedo
Satán, Luis Miguel Martínez Otero
Otros aspectos de Raimundo Lulio
Contraluz de un homo barbatus
Félix o la metáfora viva
La melancolía: laberinto de dudas
El humor: vocablo madrepórico
El ocultismo
Lectura de Pierre Jean Jouve
Una imagen de William Blake
Antonio Espina
La literatura dadaísta
V. En torno a la autoexpresión o elogio de la sencillez
NOTAS
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El aire de los libros
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Por todo ello, querría que mis palabras preliminares a los textos que presentamos aquí sirvieran para situar la obra de Serra en un espacio que nos apela a todos. Es decir: ¿cabe interpretar a Serra como un autor imbricado en su propio tiempo y rescatable para los tiempos futuros, o bien estamos ante un fruto tardío de ideas religiosas y literarias periclitadas, más o menos exótico o atractivo, pero en definitiva extemporáneo? Innegablemente, hay aspectos de la escritura de Cristóbal Serra que nos podrían hablar de un escritor epigonal. Lo es, por ejemplo, respecto de la tradición antimoderna a la que pertenece. Lo es también respecto de las vanguardias que más le interesaron. Visto así, cabría el derecho a considerarlo como un bello eco de interés local y poco más. Nada más equivocado. Hay demasiados injertos, y demasiado sorprendentes, en su obra, gobernados por una mirada y un dolor genuinos e inalienables. Si bien se mira, su propuesta literaria es bastante menos epigonal que precursora, menos agotada que pendiente de explorar en este «próximo milenio» ya estrenado para el que Italo Calvino se atrevió a vaticinar algunas constantes poéticas que, miren por dónde, quedan reflejadas punto por punto en el estilo serriano. Como si hubiera llegado demasiado tarde y demasiado pronto, «intempestif et inactuel», como dice Compagnon que son los antimodernos[3]. Recluido en la ambigüedad que gana la risa cuando se imbrica con la filosofía, arquitecto gozoso de una tradición literaria propia y heterodoxa, Cristóbal Serra trabajó siempre sintiéndose impulsado por algún arcano extraño. Su legado, hecho de poesía lúdica, de tragedia silenciosa y de inteligencia lectora, perdurará.
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