Invasión
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David Monteagudo. Invasión
David Monteagudo
INVASIÓN
ÍNDICE
Отрывок из книги
David Monteagudo nació en Viveiro, provincia de Lugo, en 1962. A los 5 años se trasladó con su familia a Cataluña. Trabajó en una fábrica de cartonaje en Vilafranca del Penedès, ajeno a los círculos literarios, aunque siempre se sintió atraído por los libros y la escritura.
En 2009 su novela Fin fue recibida por la crítica como “una bocanada de aire fresco para las letras de este país” y tuvo una espectacular acogida entre los lectores (más de 50.000 ejemplares vendidos). En 2012 fue llevada al cine con ese mismo título. Desde entonces ha publicado tres nuevos libros: las novelas Marcos Montes (2010) y Brañaganda (2011), y el volumen de relatos El edificio (2012). Sus obras han sido traducidas al francés, alemán, holandés, italiano, catalán y ruso.
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Unos minutos después de aquella conversación, cuando ya estaba sentado a su mesa, ocupado en el rutinario archivo de unos legajos, García pensó que aquella noche hablaría de todo aquello con su mujer: de la visión que lo había originado todo, de la inquietud que le había causado durante unos días, de la opinión de Marqués y su teoría psicológica. Ahora que ya había abierto el fuego, no le importaba hurgar un poco más en el asunto; incluso tenía curiosidad por saber lo que opinaría su mujer, cómo analizaría los hechos y qué tono adoptaría para hablar de ello. García recordó con nostalgia –una nostalgia teñida de renuncia y escepticismo– las largas conversaciones con Mara, cuando se conocieron y empezaron a salir juntos; las tardes enteras en la mesa de algún bar, frente a unos cafés con leche, hablando de todo lo divino y lo humano, profundizando en cada idea hasta hundirse en las aguas inseguras –que en realidad ninguno de los dos dominaba– de la filosofía. Con qué placer habrían hablado entonces, veinte años atrás, de un asunto tan jugoso, tan atractivo para la polémica como los límites entre lo real y lo irreal, la frontera entre la cordura y el trastorno psíquico, la naturaleza de la percepción, de la “realidad”, y todas aquellas cosas que se vuelven más interesantes con la ayuda de unas comillas enfáticas. Ahora la cosa era bien diferente. Por poco que se sincerase consigo mismo, García tenía que reconocer que Mara y él se habían distanciado mucho a lo largo de los quince años que llevaban viviendo juntos. En algún momento –que ahora ya era incapaz de precisar– sus intereses, los verdaderos intereses vitales, aquellos que te hacen desear que llegue el día siguiente, habían divergido callada, irrevocablemente, favorecidos por el espejismo de una convivencia tácita, sin discusiones ni altibajos.
Ahora García anticipaba, sin ningún temor a equivocarse, la forma que adoptaría su conversación, el pequeño esfuerzo, la presión que tendría que ejercer sobre la inercia de la rutina, de sus rituales cotidianos, para conseguir que Mara apartase su atención del televisor, del teléfono móvil, de la banal obligación de retirar los platos sucios, y le escuchase, de verdad, durante unos segundos. Entonces sí, una vez hubiera sonado la alarma, el aviso excepcional de “tengo que comentarte algo importante”, Mara guardaría el teléfono, dejaría los platos y apagaría el televisor, y se dispondría a escuchar con sus cinco sentidos, a dar su opinión, y a debatir; porque ella sabía que García no era hombre que hablase de banalidades, y a buen seguro tendría algo interesante, algo jugoso que contar.
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