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David Sergio Ricardo Pavlov. Revuelos
Отрывок из книги
El ojo del huracán
La temporada de huracanes había comenzado sobre las Antillas. Con inclementes vientos las formaciones ciclónicas azotaban algunas islas del mar Caribe, destruyendo, arrasando e incomunicando zonas rurales y pequeños poblados. Miles de personas quedaron aisladas al interrumpirse los servicios de las grandes urbes, como consecuencia de la caída de postes y árboles, voladuras de techos y ganado muerto diseminado a lo largo y a lo ancho de rutas y precarios caminos.
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–Circulaba por el Malecón a poca velocidad debido a la baja visibilidad y a los objetos que volaban por la violencia del temporal. De pronto, los pasajeros que estaban en el asiento delantero y yo, observamos a dos personas sobre la vereda aferradas a un poste resistiendo y tratando de no ser arrastradas por los embates del tornado que comenzaba a arreciar. Cuando nos detuvimos para asistirlos, el último pasajero que había ascendido minutos antes les abrió la puerta para que entraran. En ese instante, el torbellino ingresó embolsando y elevando el vehículo unos cuantos centímetros desde el nivel del suelo. De manera simultánea, la puerta trasera se desprendió arrancando las bisagras y bulones, y uno de ellos impactó y se incrustó en un ojo del pasajero argentino. La puerta, succionada por la tromba, golpeó en su trayectoria contra una de las personas que iba a ascender, provocando su muerte de manera instantánea. No puedo saber qué ocurrió con el otro individuo. Los efectos de la presión y succión en el interior del vehículo provocaron que al caer, el cristal trasero se desprendiera de sus burletes rotando de modo tal que al quedar de manera horizontal, actuó como una filosa hélice que decapitó al pasajero canadiense; la luneta estalló y una fusión de agua, sangre y vidrios fue aspirada por el ciclón. La mujer a su lado, entre gritos desgarradores, intentó acomodar su cuerpo y saltar al asiento delantero con tanta fuerza, que su pierna de apoyo, la derecha, pisoteó y quebró sin querer la pierna izquierda del pasajero argentino, que estaba tendido sobre el bulto del diferencial, sumiendo al pasajero en un infierno de hemorragia y dolor. Los servicios de emergencia no daban abasto, pero no demoraron en arribar y trasladar a las personas siniestradas. Mis acompañantes, al igual que yo, no sufrimos más que algunos rasguños, provocados por la turista en su desesperación por aferrarse al asiento; luego del episodio, la mujer daba la impresión de haber perdido el habla por el pánico vivido. Entiendo que los valores y documentos de los accidentados que se encontraban en la parte trasera, desaparecieron.
La autoridad consular que estaba presente, por otra parte, me informó:
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