Devenir animal
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David Abram. Devenir animal
Nota al lector
Introducción. Entre el cuerpo y la tierra viva
Sombra (Ecología profunda I)
Casa (Materialidad I)
Madera y piedra (Materialidad II)
Reciprocidad (Conocimiento I: ciencia y experiencia)
Profundidad (Ecología profunda II)
Mente (Conocimiento II: la ecología de la conciencia)
Estado de ánimo (Ecología profunda III)
El habla de las cosas (Lenguaje I)
El discurso de los pájaros (Lenguaje II)
Prestidigitación (Magia I)
Metamorfosis (Magia II)
Lo real en su maravilla (Lenguaje III)
Conclusión. En el corazón del corazón del mundo
Agradecimientos
Una nota sobre las fuentes
Sobre el autor
Отрывок из книги
Este es un libro acerca de cómo devenir un animal de dos patas, parte íntegra del mundo animado cuya vida crece dentro de nosotros y se despliega a nuestro alrededor. Es un libro que busca una nueva manera de hablar, una que promulgue nuestro involucramiento con la tierra en lugar de cegarnos a ella. Un lenguaje que incite una nueva humildad en relación con otros seres terrestres, ya sean arañas o salientes de obsidiana o ramas de abeto combadas por el peso de la nieve. Una manera de hablar que abra nuestros sentidos a lo sensorial en toda su multiforme extrañeza.
David Abram
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Ese es el terreno que esbozó y pintó un intenso y solitario joven holandés, nacido de una larga línea de pastores en 1853. Aunque su primera carrera fue la de predicador, la pasión de Vincent no podía contenerse en esa instancia que negaba el cuerpo mientras se esforzaba por alcanzar una belleza más allá de lo visible; su pasión recaía en el mundo. Y cuando su fe intelectual en una verdad más allá de lo sensorial empezaba a menguar, se encontró de golpe inmerso y arrastrado por una fe más implacable que la de cualquier creencia: la fe antigua e inagotable del cuerpo humano en la tierra viva, las hojas que susurran, el río que serpentea y la noche y la bondad del sol. Sus sentidos se abrieron de par en par como girasoles que esparcen sus semillas y así empezó a pintar el mundo que emergía.
En las pinturas de Vincent van Gogh no hay nada que no esté vivo. No hay ningún punto en el cielo pleno de luz que no tenga su propio dinamismo temporal, su propio ritmo, su pulso. El paisaje respira. Y cada presencia, cada terrón del suelo, cada piedra y cada tallo de trigo están en diálogo vibrante con los seres que lo rodean.
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