Cartas íntimas desde el exilio (1962-1964)

Cartas íntimas desde el exilio (1962-1964)
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Cuando a principios de junio de 1962, Dionisio Ridruejo cruzó la frontera clandestinamente, ya era un referente de la oposición al franquismo. Su asistencia al IV Congreso del Movimiento Europeo para reunirse con demócratas españoles del interior y del exilio le condenó a vivir dos años en el destierro. Se instaló en París desde donde desarrolló una campaña política contra la dictadura que le llevó a viajar por media Europa y los Estados Unidos.Mantuvo entonces esta intensa correspondencia con su esposa, Gloria de Ros. Las cartas, inéditas hasta ahora, se leen como la crónica privada de la vida de un conspirador.

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Dionisio Ridruejo. Cartas íntimas desde el exilio (1962-1964)

Jordi Amat y Jordi Gracia. VIDA PRIVADA DE UN CONSPIRADOR

NOTA EDITORIAL Y BIBLIOGRÁFICA

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[CARTA A SU HERMANA, ÁNGELA RIDRUEJO]

[CARTA A CARLOS ARIAS NAVARRO, DIRECTOR GENERAL DE SEGURIDAD]

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CARTAS ÍNTIMAS

DESDE EL EXILIO

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La militancia política es la causa por la que Ridruejo vivió exiliado, y el antifranquismo fue el motor de su actividad durante aquel periodo. Pero lo que esta correspondencia revela a cada instante no es esa actividad, sino sus consecuencias personales. Por ello su atmósfera primordial es íntima y familiar, privada y casi costumbrista. Lo que en primera instancia cuentan las cartas es precisamente aquello de lo que casi nadie debía hablar cuando por aquellas fechas se hablaba de Ridruejo. Cuando va a los Estados Unidos con Gorkin no comenta sus reuniones con exiliados señalados (Victoria Kent, Joaquín Maurín, Juan Marichal) o figuras clave de los sindicatos y la Administración norteamericana (que es la de J. F. Kennedy). Eso era lo que le importaba a Franco, como sabemos por una de sus conversaciones privadas con su primo Pacón. A Gloria le contaba otras cosas. En la carta escrita desde Nueva York prefiere describir sus impresiones de Washington y despachar por encima las razones reales del viaje. Y lo mismo sucederá cuando pasee arrebatado por la ciudad de Roma o por un Copenhague primaveral. Los viajes tenían objetivos conspiratorios, pero a casa y para sus hijos mandaba noticias de turista rejuvenecido.

Sólo en una ocasión el compromiso político de Ridruejo chocó con la actuación de Gloria. La madrugada del 20 de abril de 1963, en Madrid, un pelotón de soldados de reemplazo disparó veintisiete tiros para ejecutar al dirigente del PCE Julián Grimau, que había sido detenido medio año atrás. De nada habían servido las denuncias de las torturas ni la posterior campaña internacional para conseguir el indulto (enviaron telegramas desde el Vaticano hasta el líder soviético Nikita Jrushchov). Cuando faltaba menos de un año para que el franquismo bombease sobre la población sus «Veinticinco años de paz» (urdidos y organizados por el impetuoso y joven ministro de Información Manuel Fraga Iribarne), el Consejo de Ministros acordó por unanimidad condenar a Grimau por crímenes cometidos en tiempos en que, como escribió Ridruejo, «la violencia era la ley de todos los españoles militantes», es decir, en plena guerra civil. Ridruejo reaccionó escribiendo el conmovedor artículo «La guerra continuada», publicado el 24 de abril en Le Monde. Un día después el diario Arriba volvía a ocuparse de él en un par de párrafos anónimos que reproducimos en esta edición. Aconsejada seguramente por Joaquín Ruiz-Giménez, Gloria mandó un texto de réplica a Arriba que disgustó a su marido porque lo presentaba como un reformador desde dentro del sistema cuando por entonces Ridruejo ya sabía que no había reforma posible de la dictadura y que la única solución real era su desmantelamiento. Aquellas cartas de la primavera del 63 son uno de los momentos más intensos de este epistolario.

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