Ciudad de México, ciudad material: agua, fuego, aire y tierra en la literatura contemporánea
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Elisa Di Biase. Ciudad de México, ciudad material: agua, fuego, aire y tierra en la literatura contemporánea
Introducción
1. El agua. 1.1 El agua de la Ciudad de México. Condiciones climáticas e hidrográficas
1.2 El agua y la fundación de la ciudad. Realidad y mito
1.3 José Emilio Pacheco: la eternidad y los fantasmas
1.4 Juan Villoro: la hibridez y el sino de la lluvia
1.5 Fabrizio Mejía Madrid: amor, maternidad, memoria y naufragio
El fuego. 2.1 El fuego y la Ciudad de México. Condiciones geográficas y marco histórico
2.2 Los incendios
2.3 Los volcanes. Geografía física, imaginaria y espiritual
2.4 José Emilio Pacheco: la vida como incendio y el fuego hecho piedra
2.5 Juan Villoro: la ciudad como parrilla y el magnetismo de vulcano
2.6 Fabrizio Mejía: el exilio en el volcán, el incendio amoroso y la urbe a punto de explotar
3. El aire. 3.1 La Ciudad de México y el aire: el devenir de la región más transparente
3.2 José Emilio Pacheco: la noche, la asfixia y el polvo
3.3 Juan Villoro: azoteas enloquecidas y las aventuras de un cielo artificial
3.4 Fabrizio Mejía Madrid: el entrañable veneno, el vuelo imposible y el funambulismo urbano
4. La tierra. 4.1 La Ciudad de México y la tierra: orografía, geología, crecimiento y ruinas
4.2 José Emilio Pacheco: Jonás de la memoria y las ruinas
4.3 Juan Villoro: las virtudes de la tierra negra, de los bordes y de la materia dispersa
4.4 Fabrizio Mejía Madrid: la vida sin cimientos
Conclusión
Fuentes de consulta
Notas de capítulos. Introducción
1. El agua
2. El fuego
3. El aire
4. La tierra
Отрывок из книги
UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO
Dr. Enrique Luis Graue Wiechers
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[…]Es necesario que una causa sentimental, íntima, se convierta en una causa formal para que la obra tenga la variedad del verbo, la vida cambiante de la luz. Pero además de las imágenes de la forma, evocadas tan a menudo por los psicólogos de la imaginación, existen –lo vamos a demostrar– imágenes directas de la materia.
La vista las nombra, pero la mano las conoce. Una alegría dinámica las maneja, las amasa, las aligera. Soñamos esas imágenes de la materia, sustancialmente, íntimamente, apartando las formas, las formas perecederas, las vanas imágenes, el devenir de las superficies. Tienen un peso y tienen un corazón (Bachelard, 2011: 7-8).
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