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La lucha global por los derechos humanos
ERIC D. WEITZ
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Las poblaciones urbanas se caracterizaban por su diversidad. Las ciudades portuarias eran especialmente famosas en este aspecto; en Londres y Hamburgo había marineros negros; en Shanghái, marinos y comerciantes malayos, holandeses y japoneses; en Alejandría y Trieste, mercaderes judíos, griegos y armenios; y en todo el mundo, estibadores y comerciantes políglotas. Los nacionalistas solían abominar de las ciudades justamente por esta mezcla, que según ellos las convertía en nidos de inmoralidad y depravación; de ahí que tiñeran de romanticismo el paisaje rural e idealizaran a los campesinos, presentándolos como el “verdadero” pueblo que constituía la nación.
Las ciudades eran al mismo tiempo focos de agitación nacionalista, porque su densidad demográfica favorecía la movilización y comunicación políticas. Las noticias se difundían con rapidez, y de las imprentas salían sin cesar periódicos, panfletos y libros. La esfera pública (un espacio de comunicación social intermedio entre el Estado y la sociedad) seguramente estaba más desarrollada en Europa y América que en ninguna otra parte; pero en los salones de té, las universidades y las madrasas de Oriente Medio y Asia existía un espacio similar, que fue cobrando una importancia creciente en el transcurso del siglo XIX.60 En el siglo siguiente se reunió en París y Londres la primera generación de militantes anticoloniales; esas ciudades se convirtieron en focos de comunicación intelectual entre Europa y el tercer mundo. H Chí Minh declaró la independencia de Vietnam en Hanói, y Mao Zedong anunció la fundación de la República Popular China en Pekín: los líderes de las rebeliones nacionalistas no podían proclamar la victoria hasta que los ejércitos rebeldes hubiesen tomado la capital. Las ciudades eran los objetivos militares más importantes, porque sin ellas no había Estado nación ni derechos humanos.
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