Elizabeth
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Facundo Speziale. Elizabeth
Elizabeth
Nota del autor
Introducción a Elizabeth
CAPÍTULO I. Un día cualquiera en la Finca Cliffor
CAPÍTULO II. La insistencia de Macbeth
CAPÍTULO III. La elección del joven Alexander
CAPÍTULO IV. Un misterioso caballero
Capítulo V. De padre a hijo
Capítulo VI. La invitación
Capítulo VII. La secreta y no tan secreta reunión en la Finca Clifford
Retrospección —Primera parte—
Capítulo VIII. El almuerzo con el príncipe en el Palacio de Erlingham
Retrospección —Segunda y última parte—
Capítulo IX. La diplomática acogida del señor Hofer
Capítulo X. Der Hölle Rache kocht in meinem Herzen
Capítulo XI. Al acecho
Capítulo XII. De nuevo en casa
Capítulo XIII. Una visita inesperada
Capítulo XIV. En la catedral de Erlingham
Capítulo XV. La partida de su majestad
Capítulo XVI. Al costado del camino
Capítulo XVII. Decreto de un monarca atormentado
Capítulo XVIII. El nuevo hogar
Capítulo XIX. Conversación entre dos
Capítulo XX. Revelaciones y confidencias
Capítulo XXI. Un previsible engaño
Capítulo XXII. Las retorcidas y sinuosas ocurrencias de un vástago sin padre
Capitulo XXIII. La planificación de un presunto rescate
Capítulo XXIV. En el mundo de los sueños
Capítulo XXV. Un encuentro por la madrugada
Capítulo XXVI. El asalto a la torre norte
Capítulo XXVII. Un repentino ataque de sinceridad
Capítulo XXVIII. La propuesta
Capítulo XXIX. El gran golpe
Capítulo XXX. La reunión
Capítulo XXXI. La despedida
Capítulo XXXII. El flautista
Capítulo XXXIII. Freude, schöner Götterfunken
Apéndice
Sinopsis
Отрывок из книги
F. C. SPEZIALE
En efecto, a Elizabeth le sobraban el carisma, la alegría y el buen humor. Pero, por sobre todas las cosas, tenía una magnífica pasión, un sagrado talento: el canto, por lo que a ella siempre se la escuchaba cantar. Si bien no ganaba dinero con ello y lo hacía meramente por placer, no se trataba de una cantante improvisada, sino de una intérprete que desde pequeña había educado su voz, instruyéndose con las mejores profesoras de canto lírico. De cualquier manera, Elizabeth poseía una voz angelical innata. Cuando cantaba, transmitía semejante placer que hipnotizaba a quien la oyese.
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—Desde luego —concedió Howard, y se quitó lentamente la peluca para depositarla sobre la cama, lo que puso en evidencia su corto cabello de totalidad oscura.
—¿Puedo? —preguntó la joven, una vez que levantó su mano derecha.
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