Heatherley

Heatherley
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Una cálida tarde de las postrimerías del siglo pasado, una muchacha de unos veinte años atravesaba los límites de Hampshire desde uno de sus condados limítrofes. Llevaba un vestido de lana de color marrón y un gorro de piel de castor adornado con dos pequeñas plumas de avestruz colocadas a ambos lados de su cabeza como signos de interrogación. Esa muchacha es Flora Thompson, alias Laura, y el pueblo en cuestión, Grayshott, donde Flora se estableció en 1898 como encargada de la oficina de correos. Un nuevo capítulo en la vida de esta maravillosa mujer, siempre dispuesta a contarnos, con una reconfortante serenidad, su entorno natural y sus gentes, pero también las diferencias de clase, los prejuicios contra las mujeres o los modernos «bohemios» del momento en un mundo rural cambiante que las nuevas cámaras Kodak empezaban a fotografiar para la posteridad.

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Flora Thompson. Heatherley

ÍNDICE

LAURA SE ALEJA

GENTES DEL LUGAR

JARDÍN DE CHICAS

EL SEÑOR FORESHAW

EL VIENTO EN LOS PÁRAMOS

LOS HERTFORD

VIVIR SOLA Y DISFRUTAR

LOS JEROME

HE TENIDO COMPAÑEROS DE JUEGO, HE TENIDO AMIGOS…

EL PUEBLO EN TIEMPOS DE GUERRA

EL NUEVO SIGLO

PEREGRINAJE DE POSGUERRA

TAMBIÉN EN LA COLECCIÓN SENSIBLES A LAS LETRAS:

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FLORA THOMPSON

TRADUCCIÓN DE PABLO GONZÁLEZ-NUEVO

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Laura nunca había presenciado el comienzo de uno de esos enfrentamientos domésticos y durante algún tiempo sus causas, reales o imaginarias, constituyeron para ella un misterio. Durante la comida todo parecía ir bien entre ellos. Entonces, antes de la hora del té y mientras trabajaba apaciblemente con el telégrafo, desde donde era inevitable escuchar la mayor parte de lo que sucedía en la sala de estar, llegaban a sus oídos los insultos que profería una de las partes y las desconsoladas lágrimas de la otra. Cuando su marido lo permitía, la señora Hertford le atendía con la actitud servil de una esclava, y cuando sus estallidos de furia por fin se apaciguaban ella no parecía sentir el menor resentimiento, tan solo un patético deseo de hacer las paces lo antes posible. Y en efecto, una frágil tregua reinaba fugazmente entre ellos, aunque raras veces duraba más de una o dos semanas. A medida que pasaba el tiempo, Laura casi llegó a acostumbrarse a entrar a comer para encontrarse la mesa sin el mantel puesto y al señor Hertford sentado a solas junto a la chimenea con aire sombrío, después de que su mujer se encerrara con los niños en el dormitorio. Tras lo cual, durante varios días, el señor y la señora Hertford evitaban comunicarse directamente en la mesa y cuando querían decirse algo se dirigían a Laura, con la que ambos seguían llevándose bien. Cada pocas semanas aparecía en casa una nueva doncella para ayudar a la señora Hertford con los niños y con las tareas domésticas, pero ninguna duraba más de un mes. Algunas apenas un día o dos. Después de alguno de los arrebatos del señor Hertford, la madre de la muchacha en cuestión se presentaba para dejar claro que no iba a permitir que atemorizaran a su hija con esa clase de disputas y acto seguido se marchaba con sus pertenencias en un fardo bajo un brazo y la otra mano sosteniendo con firmeza y ternura la de la muchacha, que por lo general iba llorando.

La única persona que ayudó a Laura a hacer más tolerables aquellos primeros tiempos en Heatherley fue su ayudante en la oficina, Alma Steadman. Era una muchacha bajita y de constitución bastante robusta, con un bonito pelo castaño oscuro y grandes ojos azules. «La muchacha menuda de ojos azules», era la descripción que daban los clientes que deseaban hablar con ella pero no sabían su nombre. Aunque su aspecto era el típico de muchas chicas de la campiña, su carácter no era nada común. Era buena y sincera y, aunque hasta el momento había vivido completamente protegida del mundo y sus problemas, no era ninguna ingenua. Dotada de un buen gusto innato y un gran sentido del humor, era una de esas raras personas capaces de vivir felices y satisfechas con lo que tienen sin desear ningún cambio en su vida. La tempestuosa convivencia de los Hertford le afectaba incluso menos que a Laura. Para empezar, estaba menos expuesta a sus discusiones, y por otra parte se negaba a creer que fueran causadas por nada más grave que una acusada incompatibilidad de caracteres. Las parejas casadas, aseguraba, suelen tener esa clase de desencuentros. Y aunque Laura seguía convencida de que el motivo de las disputas de los Hertford obedecía a algo más grave que simples desacuerdos matrimoniales, al menos durante un tiempo se sintió más tranquila y reconfortada.

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