El orden del caos (2ª Ed.)
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Francisco Collado Rodríguez. El orden del caos (2ª Ed.)
Отрывок из книги
EL ORDEN DEL CAOS
LITERATURA, POLÍTICA Y POSTHUMANIDAD
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Around them frogs intoned a savage chorus, gradually it seemed to them—…—working itself into a pedal bass for a virtuoso duet of small breathings, cries; he puffing occasionally at the cigar throughout the performance, the ball cap tilted carelessly, she evoking a casually protective feeling, a never totally violated Pasiphae; until at last, having subsided, assailed still by stupid frog cries they lay not touching. “In the midst of great death,” Levine said, “the little death.” (50)
Si amar es morir un poco y si amor y muerte han sido elementos tradicionalmente vinculados en las historias de la literatura y de la filosofía, Eliot y otros modernistas, imbuidos por ese sentido de decadencia y degradación que pervivía desde finales del siglo XIX, desarrollaron una abundante simbología mítica extraída de los terrenos de la antropología y del psicoanálisis—de Frazer, Weston, Freud o Jung, por citar los nombres más conocidos. El suyo fue un intento por sacar la cultura de un período supuestamente decadente y, en este sentido, cabe interpretar The Waste Land también como un espacio textual donde se aventuran las razones que motivaron la decadencia de la cultura occidental a la vez que se demanda, por medio de símbolos míticos, la deseada regeneración. Ratas, basura, ríos sucios o unos episodios sexuales que no fructificaban en nada son algunos de los elementos más abundantes que utiliza Eliot para presentar simbólicamente la estéril condición de la civilización contemporánea. Mujeres como la chica de los jacintos, la dama a la que su interlocutor no responde al comienzo de la segunda parte del poema, la mujer que es objeto de críticas en la conversación en el pub o la secretaria que tiene una rápida experiencia sexual, carente de todo sentimiento amoroso, en la tercera parte, son todos ejemplos de que, al menos para Eliot, solamente el sexo no conduce a la regeneración ni a un nuevo ciclo de la vida. Levine, momentáneamente transportado a una nueva tierra baldía, esta vez irónicamente desolada por los efectos de la lluvia, podría haber sido perfectamente el fugaz amante de la secretaria del poema de Eliot: las condiciones y los elementos cómicos utilizados son similares. No sorprende, por tanto, que tras su relación sexual en medio de tanta desolación, los amantes se despidan con pocas palabras. Levine se marcha al día siguiente para comenzar a disfrutar de un permiso y, una vez más, el exceso de simbolismo refleja tanto la inexperiencia como el apego del escritor a la visión eliotiana: “He watched the windshield wipers pushing the rain away, listened to the rain slashing on the roof. After a while he fell asleep” (51).
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