Fiebre de amor (Dominique)
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Fromentin Eugène. Fiebre de amor (Dominique)
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Отрывок из книги
La ausencia causa efectos singulares. Lo comprobé durante aquel primer año de alejamiento que me separó del señor Bray sin que el más leve motivo directo pareciese evocar en uno el recuerdo del otro.
La ausencia une y desune: tanto acerca como aleja: hace recordar y olvidar; relaja ciertos vínculos muy sólidos, los distiende a veces hasta romperlos: hay alianzas reconocidas indestructibles en las cuales ocasiona irremediables averías: acumula mundos de indiferencia sobre promesas de eterna recordación. Y al mismo tiempo, de un germen imperceptible, de un vínculo inadvertido, de un «adiós, señor», que no debía tener ningún alcance compone, con una insignificancia, tejiéndolos yo no sé cómo, una de esas tramas tan vigorosas sobre las cuales dos amistades masculinas pueden muy bien subsistir por todo el resto de la vida, porque tales lazos son de imperecedera duración. Las cadenas formadas de ese modo, sin saberlo nosotros, con la sustancia más pura y más vivaz de nuestros sentimientos, por aquella misteriosa obrera son a la manera de un intangible rayo de luz que va del uno al otro sin que lo interrumpan ni desvíen la distancia ni el tiempo: el tiempo las fortifica y la distancia puede prolongarlas indefinidamente sin romperlas. La añoranza no es en tales casos más que el movimiento un poco más rudo de esos hilos invisibles anudados en las profundidades del corazón y del alma, cuya extrema tensión hace sufrir. Pasa un año: la separación fue sin decirse «hasta la vista»: se produce un reencuentro inesperado: y durante ese tiempo la amistad ha hecho en nosotros tales progresos que todas las barreras han caído, todas las precauciones han desaparecido. Aquel largo intervalo de doce meses, gran espacio de vida y de olvido, no ha contado un solo día inútil: y esos doce meses de silencio han determinado la necesidad mutua de confidencias con el derecho más sorprendente aun de confiar.
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Había dos hombres en Domingo: eso no era difícil adivinarlo. «Todo hombre lleva en sí mismo uno o muchos muertos», me había dicho sentenciosamente el doctor, que también sospechaba un gran renunciamiento en la vida del campesino de Trembles. Pero el que no existía ya, ¿había, siquiera, dado señales de vida? ¿Y en qué medida? ¿En qué época? ¿Había traicionado alguna vez su incógnito con algo más que dos libros anónimos e ignorados?..
Tomé los dos libros que Domingo no había abierto; el título me era conocido. El autor, cuyo nombre no había tenido tiempo de penetrar muy hondo en la memoria de la gente que lee, ocupaba con honor un puesto de mediano rango en la literatura política de quince años atrás. Ninguna publicación más reciente me había hecho saber que vivía y escribía aún. Formaba parte del pequeño número de escritores discretos que nunca son conocidos más qué por el título de sus obras, cuyo nombre alcanza fama sin que ellas salgan de la sombra, y que pueden desaparecer o retirarse del mundo sin que el público, que no se comunica con ellos más que por sus escritos, llegue a saber lo que de ellos ha sido.
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