Recently Discovered Letters of George Santayana
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George Santayana. Recently Discovered Letters of George Santayana
Índice
Presentation
Presentación
Introduction
I. LETTERS TO CHARLES A. LOESER (1864-1928)71
II. LETTERS TO ALBERT W. VON WESTENHOLZ (1879-1939)107
Biblioteca Javier Coy d’estudis nord-americans
Отрывок из книги
BIBLIOTECA JAVIER COY D’ESTUDIS NORD-AMERICANS
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En cuanto a él, se le fueron acumulando las dificultades. El temor al ruido no le dejaba dormir por miedo a que alguno le despertara; y en su equipaje llevaba unas gruesas cortinas grandes para colgarlas en las ventanas y en las puertas de sus cuartos de hotel. En Volksdorf, su refugio campestre, los suelos estaban todos cubiertos de alfombra de goma para amortiguar las pisadas de los posibles invitados; y solía bajar corriendo más de una vez, después de estar metido en la cama, para cerciorarse de que había cerrado el piano, ¡porque de lo contrario, podía entrar un ladrón y despertarlo al sentarse a tocarlo! Cuando le sugerí que podría superar esa idea absurda simplemente contraviniéndola y repitiéndose lo absolutamente absurda que era, reconoció que quizá lograra superarla, pero que entonces desarrollaría alguna otra obsesión en su lugar. No tenía remedio, y ni toda su inteligencia ni todos los médicos y psiquiatras fueron capaces de curarlo. En sus últimos días, según me dijo Reichhart, la gran obsesión se refería a la ropa de la cama: se pasaba media noche colocando una y otra vez los colchones, almohadas, mantas y sábanas, por miedo a no poder dormir cómodamente. Y si alguna vez olvidaba ese terrible problema, su mente enseguida giraba hacia las dificultades, más reales y no menos obsesionantes, que tenían que ver con cuestiones de dinero. La maldición no era que le faltara, sino que lo tenía, y debía rendir cuentas de ello ante el gobierno y ante Dios. Y las complicaciones eran infinitas porque él legalmente era ciudadano suizo, y tenía fondos en Suiza, en parte declarados y en parte secretos, sobre los que pagar impuestos tanto en Suiza como en Alemania; y durante años soportó la carga de la casa y el parque de Hamburgo, poco a poco expropiados por el gobierno municipal, hasta que finalmente se deshizo de ellos y se fue a vivir más al norte, a Holstein, pensando quizá en emigrar a Dinamarca. Un cúmulo de dificultades, una multitud de problemas insolubles que hacían horrible la vida, sin contar el roedor gusano de la incertidumbre religiosa y la confusión científica.
Al final de una carta enviada desde Cortina d’Ampezzo el 20 de julio de 1931, Santayana se despide de Westenholz así: «Quisiera poder transmitirte la calma, física y moral, de la que disfruto; pero solo puedo enviarte mis impotentes buenos deseos». Y, ocho años más tarde, anuncia su muerte a sus amigos con este comentario:
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