Megaloceros

Megaloceros
Автор книги: id книги: 2166536     Оценка: 0.0     Голосов: 0     Отзывы, комментарии: 0 794,92 руб.     (7,75$) Читать книгу Купить и скачать книгу Электронная книга Жанр: Языкознание Правообладатель и/или издательство: Bookwire Дата добавления в каталог КнигаЛит: ISBN: 9786078646869 Скачать фрагмент в формате   fb2   fb2.zip Возрастное ограничение: 0+ Оглавление Отрывок из книги

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"La insólita y arriesgada imaginación de Gerardo Lima nos permite acercarnos al fuego hipnótico de un apocalipsis postsecular. Y en ese final, acaso deseado –porque la muerte tiene su propia libido–, nos aferraremos a la imagen mitológica de un alce. La escritura de Lima posee la extraña belleza de quien ha descendido a los incandescentes abismos y se arriesga a contarnos sus secretos. Una bruma anacrónica envuelve al «Señor de los Bosques Oscuros», trayéndonos reminiscencias de otros caminantes del tiempo. Y también ahí reside el poder de este gran relato, en su fascinante ambivalencia: anacronía y futurismo, seres primordiales y emergencia de una nueva raza, ¿fenotipo o designio divino? Gerardo Lima pone en contacto los polos más terribles de nuestros sueños y pesadillas".
GIOVANNA RIVERO

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Gerardo Lima. Megaloceros

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CIERVO ROJO (CERVUS ELAPHUS)

El lugar donde se asentaba Pueblo se encuentra cerca de Lago Amarillo, está a menos de doscientos kilómetros. A los amarillenses no les gusta hablar de aquella zona, les remite a una verdad incómoda, a una posibilidad inquietante. Si un viajero ronda por sus viejos pastizales, o llega al lago y pregunta por Pueblo, recibirá una mirada ceñuda, obtendrá una dirección con el dedo, unas cuantas indicaciones y una amenaza velada: si vas a Pueblo mejor lárgate, forastero.

.....

Los ciervos rojos sí querían saber de mí.

Me desperté con la hecatombe. Ni bien abrí los ojos escuché el clamor de mujeres, niños y hombres. Gritaban. El sonido penetraba mi piel como un cuchillo bien afilado. Sentí sus punzadas en la espalda baja, en la boca del estómago y en las sienes. Mi boca necesitó agua con urgencia. No podía hablar. Quise gritar, preguntar qué era lo que pasaba. Quise tomar el teléfono y marcar cualquier número y recibir algo distinto a un alarido. No hice nada de eso, pero sí me levanté, me vestí tan rápido como pude y me asomé por las ventanas. Lo hice con el temor aún agarrándome de las bolas.

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