Un chocolate para Blancanieves
Реклама. ООО «ЛитРес», ИНН: 7719571260.
Отрывок из книги
Era otoño profundo. El cielo fue cubierto por una infinita niebla gris. La niebla daba vueltas como si alguien grande e invisible revolvía un ponche de huevo. La yema del sol cayó sobre el borde del bosque y se iba lentamente hacia el suelo desnudo. Pronto llegaría la noche. Blancanieves permanecía cerca de una casita de madera. Esta era una choza vieja y solitaria, con techo bajo y puerta inclinada que solía chirriar al menor contacto de la brisa. Pensó que posiblemente allí hubiera vivido la gente bajita. Aunque la casita estaba abandonada y sus alrededores eran desiertos, no se atrevió entrar sin permiso. Miraba a las ventanillas con persianas talladas de color verde, a la uva a la que se le acabaron de caer las hojas y en la que todavía permanecían unos pequeños racimos negros, tocados por el frío y los gorriones.
«Este lugar sí que debe ser muy hermoso en verano, como un cuento de hadas —admiraba Blancanieves, mirando el techo. —La chimenea de ladrillo se ha conservado bien. ¡Y qué bonita es la teja! Probablemente esté hecho a mano».
.....
Blancanieves acabó de cumplir treinta años. Ella era de Rusia. Llegó a España hace cinco años para estudiar la lengua. El país de flamenco y corridas de toros le gustó inmediatamente. Además, sabía bien inglés, y en España en aquel período evidentemente había gran demanda de buenos especialistas. Le ofrecieron el puesto de profesora de inglés en una escuela privada madrileña y, al aceptar la oferta con entusiasmo, arregló todo el papeleo necesario. Y ahí es cuando sus nuevos amigos y conocidos le dieron el nombre de Blancanieves. El apodo maravilloso pegó bien a ella. Es que tenía la piel muy blanca, asquerosamente blanca, incluso el caliente sol del sur no la afectaba. Para atenuar un poco la impresión que causaba, Blancanieves usaba varias cremas francesas de la categoría «très claire» que le regalaban constantemente por cualquier motivo o sin ningún motivo. No obstante, era una joven bella, inteligente y, cabe destacar, siempre expresaba su propia opinión. Fue una especie de chica inconformista. No le importaba absolutamente que la gente decía de ella, le gustaba actuar contra los estereotipos. Por ejemplo venía a la fiesta y no bebía vodka, aunque era rusa. Además le gustaba el chocolate, ella lo comía tanto que su novio, Rodrigo, ya debería abrir una confitería. Dondequiera que estuviera, ella celebraba los beneficios del chocolate y lo recomendaba a todas las mujeres solteras como un sustituto equivalente para los hombres. Era de pelo fino, castaño, que caía sobre los hombros estrechos. A veces se lo ataba en un moño sobre la nuca y utilizaba un lápiz o una aguja de tejer para mantenerlo en su lugar. A sus vestidos ella estaba indiferente. Ella pensaba que todas estas artimañas que las mujeres utilizaban para atraer la atención masculina de los hombres eran vulgares, a menos que tenía pasión por zapatos de cuero caros. Hablando de música, ella prefería la música italiana: los madrigales, las caccias y las ballatas, eso sí, pero no la de Celentano. Al último ella no tenía ningún interés por una película inapropiada en la que este hubo participado. A veces, Rodrigo incluso se marchaba de casa bajo algún pretexto plausible con tal de no escuchar más estos trinos de todo tipo, de los que ya estaba harto.
Cuando Blancanieves soñó con una pequeña casa a la orilla de un lago pintoresco, pasó un rato largo y apacible en la cama, sola, tratando de revelar el sentido de lo visto. Encontró unas contradicciones en su maravilloso sueño, porque en la vida real a ella le gustaban ciudades, grandes centros culturales y museos. Y aquel tipo extraño, un hombre que se presentó al final del sueño, ¿qué significaría eso? ¡No, no! Sin chocolate su linda cabecita no funcionaba bien. Cuando la puerta de entrada se abrió y la joven oyó pasos, gritó con impaciencia:
.....