El toque. El libro de relatos de amor
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Глеб Карпинский. El toque. El libro de relatos de amor
Playa quieta
Lío amoroso
Tentación
El toque
Un cerdito en la cama
Marido ahorrativo
La mujer dedicada a la autosuperación
Institutriz soñadora
Отрывок из книги
Ella llegó a las Islas Canarias por primera vez, aunque se moría de ganas por hacerlo desde hacía mucho tiempo. Se alojó en Las Américas según la recomendación de un viejo amigo suyo y pronto, con una prisa y energía inherente, ya recorrió a lo largo y ancho todos los lugares equivocados de la isla “canina”. Todo le parecía super estupendo. Tuvo un montón de impresiones y de fotos. Los selfies se subían a la red con gran regularidad, pero luego ella se aburrió tan inesperadamente e intensivamente que pasó en el hotel casi toda la semana, como si tuviera fiebre que le había quitado las fuerzas, y dejó a los suscriptores sin ningún conocimiento de que hacía. En algún momento incluso se preocupó seriamente en su salud mental y se puso a consumir en abundancia la bebida favorita de los conquistadores: el ron. Solo cuando le quedaban cuatro días antes de regresar al continente para recobrar la sobriedad y centrarse en el trabajo, como lo demandaban las circunstancias, ella de nuevo se sintió llena de energía. La diferencia era que aquella energía recobrada ya no la llevaba a buscar los entretenimientos ruidosos, sino que la inspiraban a concentrarse en sí misma y pasar el resto del descanso en completa privacidad, disfrutando de la armonía con la naturaleza. Siempre se hacía amistades nuevas con la facilidad sorprendente, así se puso las gafas de sol para no ser reconocida por ninguno de sus amigos recién hechos y comenzó a salir a escondidas por las noches para pasear de incógnito por el área. Incluso adquirió zapatillas de deporte livianas, una camiseta y pantalones cortos para caminar por las piedras con mayor comodidad, aunque siempre se vio a sí misma muy conservadora y había seguido la regla estricta de que una verdadera mujer francesa no debería en ningún caso salir sin vestido y tacones.
Especialmente le encantaba pasear por las playas nocturnas de Adeje, cerca de algún pueblo de pescadores cuyo nombre nunca recordaba. Le gustaban el terraplén elegante que sumaba las playas en una entidad única y las puestas de sol increíblemente hermosas. Allí, acompañada con el susurro de las hojas de palmeras y el golpeteo de las olas, pasaba ratos largos mirando al océano y al sol que se estaba ahogando en las olas poderosas, y contaba, sin nada para hacer, las pequeñas embarcaciones que balanceaban sobre aquellas olas, pareciendo ser unas gaviotas blancas. Pero los últimos días idílicos fueron interrumpidos por la convención de los surfistas. En enero en la isla había de celebrarse un gran evento anual y por eso todos los caminos que llevaban a las playas pronto fueron atascados por autobuses desde Europa y el área mismo de Las Americas fue abarrotado por muchedumbres locos casi desde todo el mundo que gritaban, hacían mucho ruido y, sujetando algún tipo de tablas bajo los brazos, iban buscando la muerte en el océano profundo.
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– Sí, señora. Vivimos en la casa de sus padres aquí cerca.
– ¿Y a qué se dedica?
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