La muerte de la bailarina
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Gustavo Adolfo González Rodríguez. La muerte de la bailarina
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Отрывок из книги
Para Annie Pauget
Doña Eufrasia, la dueña de la pensión, sostenía la hipótesis de que la pobrecita había fallecido de soledad y pena. En el cabaret de mala muerte donde hacía cada noche un estriptis a cambio de comida y algunos pesos, aventuraron que la mató una intoxicación alcohólica, aunque nadie supo precisarle al cabo Carrasco con quién o quiénes había estado bebiendo la mujer. El doctor Zúñiga, un jovencito que hacía su práctica en el hospital del pueblo y debió oficiar de médico legista en este caso, diagnosticó improvisada y preliminarmente, a la espera de la autopsia, una cirrosis hepática terminal.
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Al final lo que había era eso: un desparramo de especulaciones más un elenco de hipótesis de casi imposible encadenamiento. Sin relación causa-efecto, la muerte de la bailarina era apenas una muerte, alimentada pueblerinamente por fantasiosos dramatismos de asesinato o suicidio. Pero por lo menos era además un misterio. Un misterio sumergido en un mar de secretos, donde todos ignoraban el pasado de la difunta, apenas unos pocos conocían su nombre y solo un cura mal genio sabía de sus posibles pecados.
Con la excusa de la investigación en curso y del secreto de sumario, también el juez Correa alimentaba misterios y especulaciones. Secreto de sumario sobre la autopsia. Lo mismo en cuanto a la declaración del cabo Carrasco, quien se sentía cómodo con ese silencio impuesto que lo ponía a salvo del acoso de los contertulios para que contara cómo lucía el cadáver de la bailarina cuando entró a su pieza y le permitía eludir aclaraciones sobre el posible pago de doña Eufrasia para que descolgara y vistiera precariamente el cuerpo ya sin vida.
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