El miedo tiene los ojos grandes
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Gustavo Sanabria. El miedo tiene los ojos grandes
Отрывок из книги
El miedo tiene los
ojos grandes
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En ese momento Camilo se acercó y levantó la voz al policía. Sin embargo, no logró pronunciar palabra alguna. Tampoco levantó el puño, cuando ya miraba satisfecho cómo el policía huía completamente asqueado, repelido por la nube verde de tripas podridas y vómito que Camilo traía como espíritu guardián. Resultó ser un policía bastante delicado. Camilo, por su lado, se siente audaz y, en un consecuente acto heroico, decidió regresar a Colombia, el terruño del que nunca comentaba nada con Eugenia. Sometido a la intensa curiosidad de ella, Camilo callaba casi como si no tuviera pasado. Decidió regresar a su país y llevarse a Eugenia consigo.
El bar «A seis manos» es conocido en Bogotá. No nos pagaban mucho, pero a Eugenia le daban mejores propinas que a mí por su acento mexicano. El sueldo yo lo gastaba en nimiedades de estudiante. En cambio, Eugenia contaba con cuidado los billetes al final de cada jornada para pagar la habitación del hotel que compartía con Camilo –un orinado hotel de la Avenida Jiménez– y la deuda que él había adquirido con los pasajes de avión. Vivían mal esos dos. Si no fuera porque en el bar nos regalaban comida del menú, Eugenia se hubiera muerto con eso de ahorrar embobando el hambre a punta de arroz. Camilo volvió a ser el mismo miedoso que en Ciudad de México: se hundió en el catre del hotel a leer periódicos financieros. Tenía las paredes de la habitación empapeladas, esta vez con gráficas del alza de las acciones de empresas petroleras, las variaciones del dólar, el peso mexicano y el argentino. Solía asomarse por la ventana agitando un cuchillo y usando un viejo casco de bicicleta –que había encontrado roto en la calle–, para preguntar a los que por allí caminaban si eran banqueros o espías.
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