El caso de Charles Dexter Ward
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H. P. Lovecraft. El caso de Charles Dexter Ward
El caso de Charles Dexter Ward
Índice
I · Un resultado y un prólogo
II · Un atecedente y un error
III · Una búsqueda y una evocación
IV · Una mutación y una locura
V · Una pesadilla y un cataclismo
Отрывок из книги
No hace mucho que desapareció de un hospital privado para enfermos mentales cercano a Providence, Rhode Island, un individuo muy peculiar. Atendía al nombre de Charles Dexter Ward, y fue internado allí muy a su pesar por su afligido padre, quien había visto cómo su enajenación pasaba de ser una mera excentricidad a una siniestra manía que implicaba tanto la posibilidad de tendencias homicidas como un profundo y extraño cambio en el aparente contenido de su imaginación. Los médicos admitían su considerable desconcierto ante el caso, puesto que ofrecía anomalías generales de carácter fisiológico y psicológico.
En primer lugar, el paciente parecía extrañamente mayor de lo que correspondería a sus veintiséis años. Es cierto que el desequilibrio mental acelera el envejecimiento, pero el rostro de este joven había adoptado un matiz que, por norma general, sólo adquieren los muy ancianos. En segundo lugar, sus funciones orgánicas mostraban unas extrañas proporciones sin parangón en la práctica médica. La respiración y el ritmo cardiaco manifestaban una sorprendente falta de simetría; había perdido la voz y no podía emitir sonidos por encima de un susurro; la digestión era increíblemente prolongada y estaba reducida al mínimo; y las reacciones neurológicas a los estímulos normales no guardaban relación alguna con ningún registro conocido, ni normal ni patológico. La piel tenía una sequedad y frialdad enfermizas, y la estructura celular del tejido parecía exageradamente tosca e inconexa. Incluso había desaparecido una gran marca de nacimiento de color oliváceo de la cadera derecha y, en cambio, se le había formado en el pecho un lunar o mancha negruzca muy característica, y que no tenía antes. En general, todos los médicos coincidían en que los procesos metabólicos de Ward se habían ralentizado de manera inaudita.
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Hay que considerar la vida anterior de Charles Ward como algo tan perteneciente al pasado como las antigüedades que tanto amaba. En el otoño de 1918, con un marcado entusiasmo por la instrucción militar de la época, había empezado el último curso en la Moses Brown School, ubicada muy cerca de su casa. El viejo edificio principal, erigido en 1819, había cautivado siempre su juvenil sensibilidad por lo antiguo, y el espacioso parque en que se halla la academia atraía su aguda pasión por el paisaje. Su vida social era escasa, pasaba las horas en casa, dando paseos por el campo, en la instrucción o en sus clases, buscando datos históricos y genealógicos en el ayuntamiento, el Parlamento, la biblioteca pública, el Ateneo, la Sociedad Histórica, las bibliotecas John Carter Brown y John Hay de la Universidad de Brown y la recién inaugurada biblioteca Shepley de Benefit Street. Es posible imaginarlo tal como era en esos días: alto, delgado y rubio, con ojos atentos y ligeramente encorvado, vestido con cierto descuido, y dando más una impresión de torpeza inofensiva que de atractivo.
Sus paseos eran siempre incursiones en el pasado, en los que se las arreglaba para reconstruir, a partir de los miles de reliquias de una ciudad antigua y elegante, un retrato vívido y coherente de los siglos pretéritos. Su casa era una gran mansión georgiana en lo alto de la escarpada colina que se alza justo al este del río; y desde las ventanas traseras de sus laberínticas alas podía contemplar con cierta sensación de vértigo los apiñados campanarios, cúpulas, tejados y torres de la ciudad y las purpúreas montañas que se levantan a lo lejos. Era su casa natal, y la niñera lo sacaba en su cochecito por el precioso pórtico clásico de la fachada de ladrillo, pasaban ante la pequeña granja blanca construida doscientos años antes y engullida por la ciudad hacía tiempo y ante los majestuosos edificios de la universidad por la calle umbría y lujosa, cuyas viejas mansiones de ladrillo y casas de madera con estrechos pórticos de columnas dóricas soñaban sólidas y suntuosas en medio de las espaciosas plazuelas y jardines.
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