La letra escarlata
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Hawthorne Nathaniel. La letra escarlata
LA ADUANA. INTRODUCCIÓN Á LA LETRA ESCARLATA
I. LA PUERTA DE LA PRISIÓN
II. LA PLAZA DEL MERCADO
III. EL RECONOCIMIENTO
IV. LA ENTREVISTA
V. ESTER AGUJA EN MANO
VI. PERLA
VII. LA SALA DEL GOBERNADOR
VIII. LA NIÑA DUENDE Y EL MINISTRO
IX. EL MÉDICO
X. EL MÉDICO Y SU PACIENTE
XI. EL INTERIOR DE UN CORAZÓN
XII. LA VIGILIA DEL MINISTRO
XIII. OTRO MODO DE JUZGAR Á ESTER
XIV. ESTER Y EL MÉDICO
XV. ESTER Y PERLA
XVI. UN PASEO POR EL BOSQUE
XVII. EL PASTOR DE ALMAS Y SU FELIGRESA
XVIII. UN TORRENTE DE LUZ
XIX. LA NIÑA JUNTO AL ARROYUELO
XX. EL MINISTRO PERDIDO EN UN LABERINTO
XXI. EL DÍA DE FIESTA EN LA NUEVA INGLATERRA
XXII. LA PROCESIÓN
XXIII. LA REVELACIÓN DE LA LETRA ESCARLATA
XXIV. CONCLUSIÓN
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UNA multitud de hombres barbudos, vestidos con trajes obscuros y sombreros de copa alta, casi puntiaguda, de color gris, mezclados con mujeres unas con caperuzas y otras con la cabeza descubierta, se hallaba congregada frente á un edificio de madera cuya pesada puerta de roble estaba tachonada con puntas de hierro.
Los fundadores de una nueva colonia, cualesquiera que hayan sido los ensueños utópicos de virtud y felicidad que presidieran á su proyecto, han considerado siempre, entre las cosas más necesarias, dedicar á un cementerio una parte del terreno virgen, y otra parte á la erección de una cárcel. De acuerdo con este principio, puede darse por sentado que los fundadores de Boston edificaron la primera cárcel en las cercanías de Cornhill, así como trazaron el primer cementerio en el lugar que después llegó á ser el núcleo de todos los sepulcros aglomerados en el antiguo campo santo de la Capilla del Rey. Es lo cierto que quince ó veinte años después de fundada la población, ya la cárcel, que era de madera, presentaba todas las señales exteriores de haber pasado algunos inviernos por ella, lo que le daba un aspecto más sombrío que el que de suyo tenía. El orín de que estaba cubierta la pesada obra de hierro de su puerta, la dotaba de una apariencia de mayor antigüedad que la de ninguna otra cosa en el Nuevo Mundo. Como todo lo que se relaciona de un modo ú otro con el crimen, parecía no haber gozado nunca de juventud. Frente á este feo edificio, y entre él y los carriles ó rodadas de la calle, había una especie de pradillo en que crecían en abundancia la bardana y otras malas hierbas por el estilo, que evidentemente encontraron terreno apropiado en un sitio que ya había producido la negra flor común á una sociedad civilizada, – la cárcel. Pero á un lado de la puerta, casi en el umbral, se veía un rosal silvestre que en este mes de Junio estaba cubierto con las delicadas flores que pudiera decirse ofrecían su fragancia y frágil belleza á los reos que entraban en la prisión, y á los criminales condenados que salían á sufrir su pena, como si la naturaleza se compadeciera de ellos.
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– No puede negarse que tiene una aguja muy hábil, observó una de las espectadoras; pero dudo mucho que exista otra mujer que haya ideado una manera tan descarada de hacer patente su habilidad. ¿Á qué equivale esto, comadres, sino á burlarse de nuestros piadosos magistrados, y vanagloriarse de lo que esos dignos caballeros creyeron que sería un castigo?
– Bueno fuera, – exclamó la más cariavinagrada de aquellas viejas, – que despojásemos á Madama Ester de su hermoso traje, y en vez de esa letra roja tan primorosamente bordada, le claváramos una hecha de un pedazo de esta franela que uso para mi reumatismo.
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